No puede sorprendernos

Cada Navidad celebramos la llegada de Alguien que, viniendo de muy lejos, se hace entrañablemente próximo a nosotros. El Dios Altísimo se abaja a un establo y con su presencia no deja de habitar ningún corazón desolado ni de visitar ningún lugar por inaccesible que resulte.

Cada año rebrota la misma experiencia de asombro: algo debe de ver el buen Dios en la desdichada condición humana, capaz de crueldades sin cuento, como para que le merezcamos tanto la pena.

Por eso, no nos puede extrañar que nuestra mirada abarque a los que tenemos próximos y a los que están más lejos, a los que llevan toda la vida a nuestro lado y a los vecinos de última hora venidos de cualquier parte del planeta por cualquier razón. Nuestro empeño se dirige a aliviar el dolor de aquellos a los que podemos auxiliar, y a demandar, con no menor intensidad, que quienes tienen el deber de protegernos lo hagan con esmero y sin discriminaciones.

No puede sorprendernos que para Cáritas la espiritualidad y el compromiso, la oración y la caricia, la amistad y los procesos, sean la cara y el envés de lo mismo: el eco de un amor primero de un Dios que decide dejar de sobrevolar nuestra humanidad para aterrizar de lleno en ella. Desde esta radical solidaridad salvadora se nos convoca para abrir el corazón y dejar las puertas de nuestra Iglesia abiertas de par en par. Nadie puede quedar privado de tan fecunda esperanza.

En esta gozosa aventura estamos embarcados toda la familia de la Iglesia en Cáritas Diocesana de Madrid. Por eso, no nos sorprende el esfuerzo generoso de tantos hombres y mujeres, testigos voluntarios de la Caridad de Cristo que nos apremia. Ni tampoco el celo, el compromiso y la competencia de quienes ponen sus saberes para que la caridad sea inteligente. Animamos el cuidado de toda la Iglesia para acompañar, mimar y procurar que reciban la Buena Noticia quienes están acostumbrados a recibirlas malas. En esta Navidad, no nos sorprende que tú tengas tanto que ver.