La luz que nos llega al corazón
20 de Diciembre de 2025Este es un cuento de Enrique Lillo Alarcón.
Tras un trimestre largo y agotador, Martina y Quique han recibido la Navidad con ilusión y alegría. Entre risas, juegos y reuniones familiares, su colegio ha preparado un partido de fulbito y una obra de teatro que han llenado de emoción su tarde de Nochebuena. El amor y la presencia de su padre, Enrique, ha iluminado sus corazones como un haz de luz dorada, ayudándoles a brillar: Quique ha marcado un gol decisivo y Martina ha actuado con confianza, recibiendo aplausos y abrazos. Esa noche, junto al Portal de Belén, han cantado villancicos y han agradecido la luz y el cariño que los rodea, recordándonos que, aunque no somos la luz, podemos acompañar a quienes viven en la sombra para que la descubran y sean felices.
Después de este primer trimestre que se hizo tan largo y tedioso, de tantas horas de estudio y lectura, de desayunos rápidos todavía dormidos, de atascos por la M-30 cuando su mamá, Iratxe, los llevaba al colegio, por fin llegaron las esperadas vacaciones de Navidad.
A Martina y Quique, como a todos los demás niños, les encantaba especialmente por los regalos y juguetes nuevos, las risas y juegos, las comidas familiares, las salidas a ver iluminaciones y representaciones navideñas en distintos lugares de la ciudad.
Este año, además de los actos de fin de trimestre, el colegio quiso hacer algo especial para la tarde del día de Nochebuena: un partido de fulbito del equipo del colegio donde juega Quique y una obra de teatro del grupo donde está Martina; actividades que realizan durante todo el curso y en las que se estaban preparando concienzudamente para esta ocasión.
Por fin llegó esa tarde tan esperada del día 24. Durante la comida hubo muchas risas y alegría, aunque también muchos nervios pensando en que todo saliese bien horas más tarde. Cuando estaban comentado lo que cada uno iba a hacer, Quique meter muchos goles y Martina actuar como una gran actriz de Hollywood, sonó el móvil de Enrique, el padre de los niños.
Los gritos se oían sin necesidad de poner el “manos libres” del teléfono, pareciera que hombres muy gordos, con la boca abierta de par en par, saliesen del altavoz del móvil gritando con sus voces fuertes y chillonas, al menos así lo imaginó Martina cuando oyó gritar del otro lado. Enrique asentía con la cabeza a cada frase, sin decir palabra durante toda la conversación, hasta que al final de esta respondió con voz trémula:
- No se preocupe usted señor Fernández que esta misma tarde lo tendrá.
Cuando colgó el teléfono todos se miraron asustados y Enrique explicó la situación: el Sr. Fernández, su principal cliente, estaba muy irritado porque no había recibido un informe que un empleado de la empresa de Enrique tenía que haberle enviado hacía días, y aún no lo había recibido, así que lo llamó a él para darle sus quejas y decirle que lo necesitaba hoy mismo sin falta. Con cara triste y apesadumbrado dijo a los niños que no podría estar con ellos esa tarde, Iratxe los llevaría y luego se encontrarían a la noche.
Todo lo que eran risas, alegrías y proyectos se desvanecieron en unos segundos, las sombras aparecieron en sus rostros.
Enrique subió al despacho que tenía en su empresa y comenzó a buscar los antecedentes para redactar el importante informe; avanzaba con lentitud porque era un asunto complicado y sintió que le iba a llevar más tiempo del que pensó en el primer instante. Toda la empresa estaba a oscuras excepto su despacho que tenía buena iluminación, pero a pesar de ser suficiente le pareció una luz tenue, apagada, con sombras; salió de su despacho y encendió la luz del pasillo para reforzar la suya.
Así transcurrió un tiempo largo que no supo definir; llevaba escrito algo más de la mitad del dicho informe, lo más principal. Levantó la mirada del ordenador y fijó su vista en la pared de enfrente buscando una palabra que encajase en la frase que estaba escribiendo, fue entonces cuando sintió como la iluminación de la oficina bajaba de intensidad y sobre la misma pared donde tenía fijada su mirada comenzaron a proyectarse unos haces de luz dorada, sobre los que cabalgaban minúsculas partículas de oro, como cuando el polvo flota en los rayos de luz. Esa luz comenzó a proyectar imágenes y se vio en su niñez, en las Navidades de antaño que casi tenía olvidadas, los regalos del día de Reyes bajo el árbol, el desayuno con churros y chocolate, sus padres riendo a su lado.
Estaba perplejo; quedó varios minutos con la boca abierta mirando la escena que se representaba ante sus ojos. Miró la pantalla tan brillante del ordenador donde aparecía el informe, miró de nuevo la luz oro de la pared, así varias veces, y comenzó a escribir:
- Feliz Navidad Sr. Fernández.
Enrique, sin terminar de escribir el informe, excepto esa última frase de felicitación navideña dio a la tecla de enviar, cerró el ordenador y salió corriendo de su oficina escaleras abajo.
El partido de fulbito ya había comenzado hacía tiempo. Quique se había preparado muy bien y se había vestido con sus mejores galas, la camiseta de la Roma que sus abuelos le trajeron de Italia. El entrenador le vio tan abatido que le puso de portero durante la primera parte; no daba pie con bola y le colaron dos golazos casi sin enterarse, de modo que le sacó del campo. Comenzó la segunda parte y no jugó; sentado en el banquillo con la cabeza baja, hacía figuritas en la tierra con su pie. Iratxe trataba de animarlo, pero no lo consiguió en absoluto, cada vez estaba más triste, sus ojos comenzaron a humedecerse, como cuando salía de casa por las mañanas en el frío invierno para ir al colegio. De repente, vio en el suelo el reflejo de una luz dorada de la que caían minúsculas partículas de oro; levantó la vista, giró la cabeza y detrás suya vio la figura de su padre que le decía:
- Vamos Quique, que vamos a ganar.
Enrique se había subido a su auto eléctrico y voló por las calles de la ciudad. Está mal que yo lo diga aquí, porque es algo que no se debe hacer, pero se saltó algún que otro semáforo para llegar a tiempo; en su descargo tengo que decir que prometió no volverlo a hacer nunca más.
Se levantó como un resorte y pidió al entrenador que le sacase a jugar; lo miró y no le hizo caso, pensó:
- ¿Cómo lo voy a poner en el campo con la primera parte que ha hecho?
Pero tanto le insistió para jugar de delantero que, para que le dejase en paz, lo hizo salir. Quedaban apenas tres minutos para terminar el encuentro y los dos equipos empataban. Si alguien ha visto alguna vez un partido de fulbito de niños, es lo más parecido que hay a un partido de rugby, se forman numerosas melés donde las patadas vuelan de un lado a otro y el balón se vuelve loco, pero en esta ocasión sucedió lo contrario, Quique recibió la pelota de su amigo Ander y desde su campo regateó a tres rivales hasta que encaró la portería contraria.
Nadie supo cómo, pero dio tal patadón y tan bien colocado que fue un golazo muy celebrado por todo el equipo y el entrenador. El partido terminó con la victoria del equipo del colegio de Quique y sus compañeros lo subieron a hombros.
Enseguida, Iratxe y Enrique le apremiaron, debían ir corriendo al salón de actos del colegio donde Martina representaba la obra de teatro. Iratxe la tuvo que dejar sola, con otra madre, para atender a Quique durante su partido de futbol.
La obra se desarrollaba muy bien, aunque Martina se confundió varias veces y olvidó lo que tenía que decir otras tantas; tras las bambalinas, el director la reprendía continuamente, estaba a punto de llorar y salir corriendo de allí; para ella todos los asientos del salón estaban vacíos, solo había sombras a su alrededor y se dejaba llevar en sus movimientos por alguna fuerza extraña que no obedecía sus deseos.
Cuando quedaba la mitad de la obra por representar, tras un rápido descanso, de nuevo las luces del salón se apagaron para dejar en primer plano el escenario, fue entonces cuando Martina pudo ver en tres asientos del fondo, una luz dorada con minúsculas partículas de oro, y dentro de ella a Enrique, Iratxe y Quique. Esa luz entró en su corazón, cambió el semblante y su voz, de modo que las frases de la obra que representaba fluyeron en sus gestos y sus palabras.
Hizo una actuación magnífica, fue muy aplaudida y felicitada por el director y sus compañeros. Luego, bajó del escenario y se abrazó con sus padres y hermano.
Esa noche de Nochebuena, todos reunidos después de la cena junto al Portal de Belén, cantaron un villancico y dieron gracias al Niño que acababa de nacer. Un haz de luz dorado con minúsculas partículas de oro flotando en él iluminaba la Sagrada Familia.
Mi amigo Pepe me dijo una vez: Nosotros no somos la luz, ni tan siquiera somos portadores de ella, pero los que la hemos visto, sentido y sabemos dónde está, tenemos el deber de acompañar a aquellos que viven en la sombra para que la conozcan y sean felices con su resplandor.
Nota del autor: cualquier parecido con personajes reales es mera coincidencia.