El sacramento del abrazo

Hay un lenguaje de abrazos. Cada parte de silencio, de palabras entonadas, cada sueño y cada respiración pueden ser parte de un verdadero abrazo. No hablo de esos abrazos de mentira donde te retiras o te escondes. Hablo de la voz de la piel, de la memoria, de la ternura, de cuando los corazones se acompasan y danzan al ritmo del viento. Jesús nace abrazando a la humanidad: se exponía junto al leproso, a la mujer desgarrada por las lágrimas, al rico encerrado en su torre de cristal. Abrazar es acoger, es escuchar, es callar, es rozar con los dedos la fragilidad y despertar el poder de sanación. Un abrazo sincero, prolongado, cargado de soles y de flores, con los ojos cerrados. Nuestro mundo grita de desconfianza, de dolor, de rencores, de vasijas rotas, de confrontación, de puertas cerradas y de muros. Necesitamos abrazos. Escribir un libro de abrazos para poder agradecer y sentir el calor de una mejilla junto al pecho desnudo de nuestra fe.

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