Con olor a oveja

Jesús, buen pastor. Muchos recordamos esa imagen antiquísima de un muchacho joven cargando un cordero, que ya rezaba en las catacumbas romanas. Cargar, rozarse, mancharse, preocuparse, compadecer. Jesús no era un letrado, ni siquiera era un sacerdote de su tiempo. Jesús aparece como buen pastor: escuchando, preguntando a mujeres que otros condenaban, «contaminándose» con leprosos, publicanos, pecadores. «Porque no necesitan médico los que están sanos» y, mucho menos, los que se creen sanos estando profundamente enfermos de soberbia y de engreimiento. El buen pastor no necesita tronos ni honores, porque sus rodillas están heridas para poder lavar los pies de una humanidad que sigue empeñada en destruir y en destruirse.

No siempre es agradable oler a oveja; preferimos los perfumes de los halagos, de los lujos y del éxito. Pero el olor a oveja ya no huele a miedos o falsos respetos, sino que huele a ternura, a verdad, a abrazos compartidos, a eucaristía. Siempre con olor a oveja.