«As bestas» o cuando el ser humano deja de serlo. CRÍTICA DE LA PELÍCULA «AS BESTAS»

Cuando leí que la película, la cual me ha encandilado, tiene su base en hechos reales acaecidos hace más de diez años en Galicia, sinceramente, no me extrañó en absoluto.

En España hay una ley que considera a los animales como «seres sintientes» —y por tanto, han de ser cuidados y tratados como tales—, seres que sienten: amor, tristeza, alegría. En mi vida he podido experimentar su empatía.

Me gustaría que todos los seres humanos fuéramos así: seres sintientes al menos.

Desde el primer momento queda patente la mala relación existente entre los personajes de Denis Ménochet y Luis Zahera, con el primero viviendo en ese pequeño pueblo fruto de una decisión que le ha hecho la vida mejor, mientras que el segundo está poco menos que condenado a seguir allí y culpa a su vecino por ello. No le faltan motivos, y eso es vital para «As Bestas».

En la película de Íñigo Sorogoyen, ganadora del Goya 2023 a la mejor película, se expresa lo mejor y lo peor de la condición humana:

• La fidelidad a la tierra, incluso aunque no se haya nacido en ella, porque la trabaja, la cuida y recoge sus frutos. Frente al sufrir en ella, en medio del estiércol y el rencor por no haber tenido otra existencia.

• El sueño de compartir con otros un proyecto vital, frente al que quiere huir para no volver la vista atrás. • El amor, el amor de tu vida frente al rencor de esta es la vida que me ha tocado y con la que me toca cargar.

• El dinero como moneda de cambio, por encima de todo, por encima de la vida. Treinta monedas o 6000 euros —dato del caso real.

Cuando la palabra humano desaparece de nuestro ser, solo nos queda el animal, la bestia, el monstruo, el depredador.

Lo fabuloso de la película es que no es una suerte de maniqueísmo entre el blanco y el negro, sino las dos caras, nuestras dos caras que se mueven entre el santo y el bestia. Si no, ¿cuál sería nuestro precio?