"Dios escucha al corazón humilde y al que sueña con justicia". XXX Domingo del Tiempo Ordinario
Pilar Algarate 26 de Octubre de 2025
Jesús dirige esta parábola “a algunos que se tenían por justos y despreciaban a los demás”. Dos hombres suben al templo a orar: uno fariseo, el otro publicano. El primero se compara, se siente superior, presume de sus méritos. El segundo solo eleva una súplica sencilla: “Oh Dios, ten compasión de mí, que soy pecador.” Y es este último, dice Jesús, quien “bajó a su casa justificado”.
El mensaje es claro: no es la apariencia religiosa lo que salva, sino la humildad que reconoce la necesidad de Dios. La oración verdadera nace del corazón que se sabe amado, perdonado y en camino.
En este domingo, el Evangelio se ilumina con dos gestos concretos de esperanza:
- La Campaña “Sin hogar, pero con sueños”, que nos recuerda que la dignidad no se mide por lo que se tiene, sino por lo que se es. Quien vive en la calle, quien ha perdido casi todo, también tiene sueños, nombre y rostro.
- Y la Eucaristía Jubilar contra la Trata, que denuncia las cadenas que todavía oprimen a tantas personas, especialmente mujeres y niñas, y proclama que Dios quiere libertad, justicia y vida para todas.
Como el publicano, estamos llamados a reconocer nuestras propias cegueras: la indiferencia, el juicio fácil, la comodidad. La humildad del Evangelio nos abre los ojos para mirar al otro con ternura y para construir comunidad desde la igualdad.
Ser humildes no es rebajarse, sino dejar que Dios nos ponga en verdad. Es mirar al mundo, y a cada persona, con los ojos del Reino: sin desprecio, sin superioridad, con compasión.
Solo así podremos soñar, como reza la Campaña, con un mundo sin esclavitud ni exclusión, donde cada persona tenga hogar, libertad y esperanza.
Lectura del santo Evangelio según San Lucas
Lucas 18, 9-14
Dijo también esta parábola a algunos que confiaban en sí mismos por considerarse justos y despreciaban a los demás: «Dos hombres subieron al templo a orar. Uno era fariseo; el otro, publicano. El fariseo, erguido, oraba así en su interior: “¡Oh Dios!, te doy gracias porque no soy como los demás hombres: ladrones, injustos, adúlteros; ni tampoco como ese publicano. Ayuno dos veces por semana y pago el diezmo de todo lo que tengo”. El publicano, en cambio, quedándose atrás, no se atrevía ni a levantar los ojos al cielo, sino que se golpeaba el pecho diciendo: “¡Oh Dios!, ten compasión de este pecador”. Os digo que este bajó a su casa justificado, y aquel no. Porque todo el que se enaltece será humillado, y el que se humilla será enaltecido».
Preguntas para la reflexión:
- ¿Desde dónde me sitúo ante Dios y ante los demás: desde la autosuficiencia o desde la humildad?
- ¿Cómo vivo mi oración: como diálogo o como demostración?
- ¿Qué puedo aprender del publicano sobre la confianza en la misericordia de Dios?
- ¿Qué me dicen hoy las personas sin hogar y las víctimas de trata sobre el rostro de Cristo sufriente?
- ¿Cómo puedo contribuir, desde mi fe, a un mundo más justo y humano?
Oración:
Señor,
enséñanos a orar con sencillez,
sin compararnos ni creernos mejores.
Líbranos de la indiferencia y del juicio,
y abre nuestros ojos para ver a quien sufre.
Que nuestras palabras se vuelvan gestos,
y nuestros gestos construyan hogar.
Danos un corazón humilde,
capaz de amar sin medida,
de soñar junto a quienes han perdido casi todo,
y de decir con fuerza:
con esperanza, no a la trata; con sueños, sí a la vida.
Amén.