“Necesitamos corazones grandes que abran caminos de esperanza”, cardenal Cobo en el funeral de José Antonio Álvarez

23 de Octubre de 2025

El arzobispo de Madrid presidió ayer la misa funeral por el obispo auxiliar, recordado por su sencillez, su espíritu evangelizador y su sensibilidad hacia las personas más frágiles.

La catedral de Santa María la Real de la Almudena acogió ayer el funeral por José Antonio Álvarez, obispo auxiliar de Madrid, fallecido de forma repentina a los 50 años. Su partida conmovió profundamente a la Iglesia madrileña, especialmente en una jornada que coincidía con un día significativo para las personas sin hogar, una realidad ante la que el obispo mostró siempre una sensibilidad sincera y cercana.

Como relataba el artículo ¿Qué mendigo va a llorar por mí?, publicado en La Iberia, un hombre en situación de calle, habitual ante el Palacio Arzobispal, rompió a llorar al paso del féretro del obispo. Un gesto silencioso que expresaba la huella que deja quien supo mirar a las personas con compasión y ternura evangélica.

Durante la celebración, el cardenal José Cobo, arzobispo de Madrid, pronunció una homilía centrada en la esperanza y en la fe que brotan de la fragilidad humana. Recordó, con palabras de la segunda carta a Timoteo, que «si hemos muerto con Cristo, también viviremos con Él», y explicó que, al tener tan cerca la vida y la muerte, “experimentamos que nuestra vida unida a la de Cristo tiene su plenitud en Él. La muerte nos deja frágiles, pero también nos abre al misterio de la esperanza”.

El cardenal reconoció que la partida de monseñor Álvarez deja un vacío, pero también un testimonio fecundo: “José Antonio tenía lo que a veces nos falta: un corazón evangelizador, una confianza firme en las noches oscuras, una serenidad que nos enseña a creer desde la fragilidad. Su vida nos recuerda que la debilidad puede convertirse en siembra de vida”.

Cobo compartió tres aprendizajes que, según dijo, “brotan de estos días de silencio y oración”: aceptar la fragilidad como lugar donde Cristo se manifiesta, aprender a detenernos para madurar en la fe y redescubrir la comunión como la herencia más hermosa que un pastor puede dejar.

El arzobispo insistió también en la necesidad de no pasar página ante el dolor: “Necesitamos tiempo, tiempo de silencio, de madurez, porque la vida y la muerte nunca pasan sin dejarnos algo. Hemos vivido una gracia de comunión en nuestra diócesis: nos hemos reunido en torno a Cristo, nos hemos consolado con Él y hemos comprendido que nos necesitamos unos a otros. Somos cuerpo, somos comunidad, juntos somos Iglesia”.

El cardenal concluyó su homilía pidiendo al Señor que reciba a su hermano en el Reino y que conceda a la diócesis perseverar en la fe desde la fragilidad, “para seguir dejando viva su presencia en medio del mundo”.

El funeral de monseñor Álvarez se convirtió así en un signo de comunión y de esperanza. En un día en que también se recordaba a tantas personas que viven sin techo ni hogar, su vida y su muerte volvieron a recordarnos que el Evangelio se hace verdad en la cercanía, en la humildad y en el servicio silencioso.

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