Cuarto Domingo de Pascua: El Buen Pastor
Cáritas Madrid 2 de Mayo de 2020Jesús, el Buen Pastor, nos guía por el camino de la vida:"El Señor es mi pastor, nada me falta".
Lecturas: Hechos de los apóstoles (2,14a.36-41). Sal 22,1-3a.3b-4.5. Primera carta del apóstol san Pedro (2,20-25). Evangelio según san Juan (10,1-10).
Jesús, el Buen Pastor, nos guía por el camino de la vida: "El Señor es mi pastor, nada me falta".
Cáritas Madrid. 3 de mayo de 2020.- Da la vida por sus ovejas, no hay otro Dios más cercano. En la persona de Jesús hemos descubierto la ternura y la vinculación extrema en el amor, Él es el buen pastor. No hay nada en nosotros que le sea ajeno o indiferente, vive por nosotros y para nosotros. Resucitado está entre nosotros y lo hace como el que sirve, para que tengamos vida abundante. La aventura digna para nosotros es estar en su rebaño, seguirle, comer sus pastos, descansar en su redil y entrar y salir por Él, que es la única puerta válida. La puerta de la verdadera comunidad que genera salvación e integra a todos para que nadie se pierda. El amor integra y cura, el buen pastor genera una red de encuentros y vida entre nosotros, vínculos sagrados y eternos. Abrir nuestros corazones a su voz es romper límites y hacerse universales, sobrepasar el individualismo con la fuerza de la generosidad y de la comunión. Un solo rebaño porque uno solo es el pastor, una sola es la vida que se nos da gratuita y que pertenece a todos.
El corazón del Buen Pastor
«El corazón del Buen Pastor no es sólo el corazón que tiene misericordia de nosotros, sino la misericordia misma. Ahí resplandece el amor del Padre; ahí me siento seguro de ser acogi
do y comprendido como soy; ahí, con todas mis limitaciones y mis pecados, saboreo la certeza de ser elegido y amado. Al mirar a ese corazón, renuevo el primer amor: el recuerdo de cuando el Señor tocó mi alma y me llamó a seguirlo, la alegría de haber echado las redes de la vida confiando en su palabra (cf. Lc 5, 5).
El corazón del Buen Pastor nos dice que su amor no tiene límites, no se cansa y nunca se da por vencido. En él vemos su continua entrega sin algún confín; en él encontramos la fuente del amor dulce y fiel, que deja libre y nos hace libres; en él volvemos cada vez a descubrir que Jesús nos ama “hasta el extremo” (Jn 13, 1); no se detiene antes, va hasta el final, sin imponerse nunca.
El corazón del Buen Pastor está inclinado hacia nosotros, “polarizado” especialmente en el que está lejano; allí apunta tenazmente la aguja de su brújula, allí revela la debilidad de un amor particular, porque desea llegar a todos y no perder a nadie.
Ante el Corazón de Jesús nace la pregunta fundamental de nuestra vida sacerdotal: ¿adónde se orienta mi corazón? Pregunta que nosotros sacerdotes tenemos que hacernos muchas veces, cada día, cada semana: ¿adónde se orienta mi corazón? El ministerio está a menudo lleno de muchas iniciativas, que lo ponen ante diversos frentes: de la catequesis a la liturgia, de la caridad a los compromisos pastorales e incluso administrativos. En medio de tantas ac
tividades, permanece la pregunta: ¿En dónde se fija mi corazón? Viene a mi memoria esa oración tan bonita de la liturgia: “Ubi vera sunt gaudia…”. ¿Adónde apunta, cuál es el tesoro que busca? Porque —dice Jesús— «donde estará tu tesoro, allí está tu corazón» (Mt 6, 21). Tenemos debilidades todos nosotros, también pecados. Pero vayamos a lo profundo, a la raíz: ¿Dónde está la raíz de nuestras debilidades, de nuestros pecados? Es decir: ¿Dónde está el «tesoro» que nos aleja del Señor?
Los tesoros irremplazables del Corazón de Jesús son dos: el Padre y nosotros. Él pasaba sus jornadas entre la oración al Padre y el encuentro con la gente. No la distancia, sino el encuentro. También el corazón de pastor de Cristo conoce solo dos direcciones: el Señor y la gente. El corazón del sacerdote es un corazón traspasado por el amor del Señor; por eso no se mira a sí mismo —no debería mirarse a sí mismo—, sino que está dirigido a Dios y a los hermanos. Ya no es un «corazón bailarín», que se deja atraer por las seducciones del momento, o que va de aquí para allá en busca de aceptación y pequeñas satisfacciones. Es más bien un corazón arraigado en el Señor, cautivado por el Espíritu Santo, abierto y disponible para los hermanos. Y ahí resuelve sus pecados.
Para ayudar a nuestro corazón a que tenga el fuego de la caridad de Jesús, el Buen Pastor, podemos ejercitar nos en asumir en nosotros tres formas de actuar que nos sugieren las lecturas de hoy: buscar, incluir y alegrarse.
Buscar. Así es el corazón que busca: es un corazón que no privatiza los tiempos y espacios. ¡Ay de los pastores que privatizan su ministerio! No es celoso de su legítima tranquilidad —legítima, digo; ni siquiera de esa—, y nunca pretende que no lo molesten. El pastor, según el corazón de Dios, no defiende su propia comodidad, no se preocupa de proteger su buen nombre, aunque sea calumniado como Jesús. Sin temor a las críticas, está dispuesto a arriesgar con tal de imitar a su Señor. “Bienaventurados cuando os insulten, os persigan…” (Mt 5, 11) (…). El epicentro de su corazón está fuera de él: es un descentrado de sí mismo, centrado sólo en Jesús. No es atraído por su yo, sino por el tú de Dios y por el nosotros de los hombres.
Segunda palabra: incluir. Cristo ama y conoce a sus ovejas, da la vida por ellas y ninguna le resulta extraña (cf. Jn 10, 11-14). Su rebaño es su familia y su vida. No es un jefe temido por las ovejas, sino el pastor que camina con ellas y las llama por su nombre (cf. Jn 10, 3-4). Y quiere reunir a las ovejas que todavía no están con él (cf. Jn 10, 16) (…). Ninguno está excluido de su corazón, de su oración y de su sonrisa. Con mirada amorosa y corazón de padre, acoge, incluye, y, cuando debe corregir, siempre es para acercar; no desprecia a nadie, sino que está dispuesto a ensuciarse las manos por todos.
Alegrarse. Dios se pone «muy contento» (Lc 15, 5): su alegría nace del perdón, de la vida que se restaura, del hijo que vuelve a respirar el aire de casa. La alegría de Jesús, el Buen Pastor, no es una alegría para sí mismo, sino para los demás y con los demás, la verdadera alegría del amor. Esta es también la alegría del sacerdote. Él es transformado por la misericordia que, a su vez, ofrece de manera gratuita. En la oración descubre el consuelo de Dios y experimenta que nada es más fuerte que su amor. Por eso está sereno interiormente, y es feliz de ser un canal de misericordia, de acercar el hombre al corazón de Dios. Para él, la tristeza no es lo normal, sino solo pasajera; la dureza le es ajena, porque es pastor según el corazón suave de Dios».
CUESTIONARIO PARA LA REFLEXIÓN Y EL DIÁLOGO
1. Jesús es el Pastor y la puerta de las ovejas. ¿Qué te sugiere esta imagen? ¿qué relación mantienes con Jesús?
2. ¿Cómo cuidas y acoges a los demás? ¿Cómo acoge y cuida tu Comunidad a las personas heridas o excluidas en esta sociedad?
3. Jesús ha venido para dar vida, ¿cómo recibes esta vida? ¿Qué vida ofreces a los demás? ¿Cómo lo haces?
4. ¿Qué hacer para suscitar espacios de esperanza, ilusión, luz y alegría?