Cuarto domingo de Adviento: Confía en el Señor

Cáritas Madrid 22 de Diciembre de 2019

Este cuarto domingo de Adviento se enciende la última vela de la Corona de Adviento como símbolo de que el Señor está cerca y viene a traernos la alegría de la paz. Confiemos en Él

Cáritas Madrid. 22 de diciembre de 2019.- Estamos ya casi tocando con nuestros dedos la celebración de una de las dos grandes noches que los cristianos conmemoramos cada año; para nosotros son las dos «noches» más «buenas», las más importantes de toda la historia de la humanidad: la noche de Navidad y la noche de Pascua.

La preparación para las noches más "buenas"

La liturgia de hoy quiere prepararnos para la celebración de la primera de esas dos noches; y lo hace invitándonos a «re-cordar» sendas situaciones muy complicadas por las que pasan dos personas muy distintas entre sí. En la primera de ellas, el rey de Judá, Acaz, ante el anuncio de la invasión siro-efraimita, ve que su reino está a punto de ser destruido. Y en la segunda, José, al descubrir la «infidelidad» de aquella a la que él consideraba «fiel», siente que todo se derrumba en su vida.

Son, ciertamente, situaciones y personas muy distintas entre sí; pero hay algo que las une. A ambos el Señor: Les pide la misma respuesta: que se «fíen» (= crean) de su palabra.

La respuesta de cada uno de ellos, sin embargo, va a ser muy distinta: Acaz, hombre sensato y pragmático, prefiere poner su seguridad en algo más sólido que un niño a punto de nacer: busca la ayuda asiria. Mientras que José, como un nuevo Abraham, responderá con la acogida de la palabra, el silencio y la coherencia de su comportamiento ulterior.

La respuesta de José

Esta de José es una respuesta que los sensatos, como Acaz, rechazan, al parecerles por completo absurda. Pero que los confiados, como José, asumen. Pues se saben invitados a poner su seguridad en alguien tan débil como un niño aún no nacido.

Es cierto que una respuesta creyente de esta clase a todos nos desestabiliza; pues implica creer en un Dios paradójico y desconcertante. Que jamás puede ser vivido como un rival del hombre: es tan débil...Que entra en nuestras vidas... si lo dejamos.

Es un Dios que se hace pura fragilidad en su Hijo y que nos pide que pongamos nuestra seguridad en un niño aún no nacido.

¿Cómo entender esto? Pablo, en la II lectura, nos ha dado una pista que no sé si clarifica algo la cuestión o la oscurece aún más:
Aquel que «está constituido en poder» (base de una posible seguridad); Es «un crucificado» (alguien tan débil, o más, que ese esperado niño). Como os decía, no sé si no aclara nada, si aclara algo, o si lo aclara todo.

¿Qué hacer ante un Dios tan extraño y desconcertante como el que vamos a celebrar en la inminente «Noche-Buena»? No lo sé; quizá (solo quizá): Ante todo, dejarnos invadir por el/su Misterio, que nos envuelve y acoge. No buscarlo en lugares extraños, pues él «ha puesto su tienda en medio de nosotros». Darle las gracias por ser, en su Hijo, «uno de los nuestros» (GS, 22). Todos nos sentimos invitados a acogerlo en «los que no tienen oportunidades», dejándonos evangelizar, también, por ellos. Pues son iconos privilegiados de ese Dios tan débil.
Quizá descubrirlo en la debilidad, en los débiles y en nuestra propia debilidad (cf. I Cor 8, 9; 12, 9) nos resulta a todos muy arriesgado y desestabilizador; pero no olvidemos el «no temas» del ángel a aquella a quien invita a que deje entrometerse en su vida, sabiendo que la iba a desestabilizar por completo.

Pero que la iba a «en-thousiasmar» en el doble sentido que la palabra tiene: llenarla de Dios y llenarla de alegría (cf. Lc 1, 46-47).  Es lo que aquí y ahora estamos haciendo, al acogerlo, alegres y agradecidos, en la debilidad de la comunidad de la que formamos parte y nos acoge, de la Palabra que nos ha llegado y del pan y el vino que nos van a alimentar.

Confía en el Señor

Nosotros vinculamos la imagen de la confianza con algo estable, que es compacto y sostiene. Pero la experiencia de la vida nos dice que no hay nada absolutamente estable a lo que podamos abandonarnos. Con bastante frecuencia se rompe precisamente aquello en lo que habíamos puesto nuestra esperanza.

Henri Nouwen escribió: “Allí donde estamos rotos, allí nos abrimos a Dios y a nuestro verdadero yo”. El abrirnos es una realidad pasiva. No es una cosa que hayamos de hacer nosotros. La vida rompe algo en nosotros y de este modo nos abre. No obstante, solo podemos experimentar como bendición el hecho de abrirnos si tenemos una profunda confianza en Dios, una confianza que nos dice que no nos sucederá nada que pueda hacernos daño definitivamente.

Se rompe lo que nos da seguridad, pero también aquello que hemos construido en torno a nosotros para defendernos de ideas nuevas. Cuando se rompe la coraza que nos hemos puesto a nuestro alrededor, algo cobra vida en nosotros.
Necesitamos confianza para dejarnos romper y abrir por Dios. Ahora bien, si nos dejamos abrir de este modo puede crecer también la confianza. Sentimos que no podemos aferrarnos a realidades externas. Solo puede sostenernos el fundamento sobre el cual construimos la casa de nuestra vida. Jesús habla de la roca sobre la que edificamos nuestra casa. Al fin y al cabo, la roca es él mismo. Si nuestra casa está construida sobre la roca, nada podrá derrumbarla fácilmente. Pero si está edificada sobre la arena de nuestras ilusiones se derrumbará.

Estas ilusiones, que son únicamente arena para los cimientos de nuestra casa, consisten en expectativas de ser reconocidos y apreciados por todos, en la necesidad de tener éxito siempre. Si nuestras ilusiones se derrumban, la arena sobre la cual queríamos edificar nuestra casa vuela por todas partes. Y bajo la arena podemos excavar hasta encontrar la roca que sostenga nuestra casa. El derrumbamiento de nuestras ilusiones nos abre a una confianza más profunda, porque tenemos nuestros cimientos en el mismo Dios»(10).

 

 

 

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