Cuidarse desde dentro hacia afuera
27 de Octubre de 2025Por María Bianca Trache
Psicóloga colegiada n.º M-42330
HACE POCO quedé con Laura, una amiga que parecía tener todo lo que muchas personas desearían: un trabajo estable, una familia amorosa y amigos que la querían. Sin embargo, había algo que no cuadraba. Siempre estaba agotada, se sentía desconectada de sí misma y, aunque lo intentaba, no encontraba la energía para disfrutar de lo que tenía. Sentía que su vida estaba en automático y que ya no se reconocía en su propio reflejo.
Un día, mientras tomábamos un café, me confesó algo que probablemente muchos de nosotros hemos sentido en algún momento: «Estoy tan cansada que ya no sé por dónde empezar». Lo que Laura no sabía es que, detrás de ese cansancio, había un desequilibrio que abarcaba muchas más cosas que solo el agotamiento físico. Su cuerpo le estaba pidiendo a gritos algo que no lograba escuchar: tiempo para ella, para estar presente, para cuidarse.
Al principio, me sorprendió escucharla. ¿Cómo alguien que estaba tan bien en apariencia podía sentirse tan desconectada? Pero pronto entendí que, aunque muchas veces creemos que la vida se trata de cumplir con nuestras responsabilidades, la verdad es que cada aspecto de nuestro ser necesita atención. La mente, el cuerpo y las relaciones que cultivamos son piezas de un rompecabezas que, cuando no encajan correctamente, nos dejan sensación de vacío.
Con el tiempo, Laura empezó a cambiar pequeños hábitos. No fue un cambio radical, pero cosas tan sencillas como caminar por las mañanas, descansar lo suficiente o, incluso, aprender a decir «no» cuando se sentía sobrecargada hicieron una gran diferencia. Al principio le costó, claro. Sentía que estaba fallando o siendo egoísta. Pero, poco a poco, se dio cuenta de que al cuidar su cuerpo, su mente también comenzaba a despejarse. Ya no se sentía tan agotada al final del día, y su ansiedad empezó a ceder.
Sin embargo, el cambio más significativo vino cuando empezó a enfocarse en lo que realmente la hacía feliz. En medio de sus compromisos, había dejado de lado sus propios intereses y pasiones. Volver a pintar, leer por placer, o simplemente estar a solas para reflexionar fueron cosas que la hicieron reconectar con su esencia, algo que había perdido en la vorágine de la vida diaria.
Otra de las decisiones más liberadoras que tomó fue rodearse de personas que realmente le sumaban. Durante mucho tiempo había estado rodeada de relaciones que, aunque eran importantes, no la nutrían emocionalmente. Al empezar a poner límites saludables y a priorizar su tiempo con los demás, Laura notó que su mente y corazón se sentían más en paz.
De esta experiencia entendió que no se trata de alcanzar un estado ideal o de estar siempre estable, sino de un proceso constante, lleno de ajustes y aprendizajes. Cuando aprendemos a cuidar todos los aspectos de nuestra vida, a ser amables con nosotros mismos y a reconocer nuestras propias necesidades, las piezas del rompecabezas finalmente encajan.
La historia de Laura es un recordatorio de que, si nuestra vida está llena de responsabilidades y compromisos y cargamos con los problemas de los demás, nos podemos sentir como ella. Por eso, nos viene bien hacer una parada y empezar a cuidarnos con pequeños gestos, a cuidar nuestra salud mental y emocional.
 
    