When doves cry

14 de Octubre de 2024

Por Antonio María González Gorostiza

NO SÉ SI LAS PALOMAS LLORAN, eso se lo dejo a los cantantes y a los poetas cuando no saben lo que pensar y flotan en el viento como el polvo que desaparece antes de que lo toquemos.

No he visto a las ranas llorar, pero las he oído en la tarde cuando las chicharras terminan de cantar, el sol busca refugio bajo los chopos y el estanque está inmóvil, como el plato rebosante de comida que no encuentran los necesitados.

No he visto tantas cosas, que debería darme vergüenza pasar las tardes paseando, acercarnos al chiringuito junto a la playa, pedir un algo para beberlo sin preocupaciones, alternando la mirada entre el mar, los pinos y tus ojos.

Pero tengo que confesar que lo he oído. Él me dijo que estaba cansado de vivir. Tantos años disipando la existencia para descubrir que no se sabe por qué se existe. Ella me dijo que le dolía todo y prefería mantenerse dormida con ayuda de los medicamentos. Otros no me dijeron nada, porque ya no podían enlazar dos palabras seguidas que a mí me significaran algo.

Y, sin embargo, cuando escucho la música, abro los ojos, estiro los brazos y me pongo en camino, noto la brisa, percibo el movimiento, recibo la vida. Hay momentos en los que nos estancamos, hay pausas que nos tiran abajo y hay una energía que nos envuelve tan fuerte que nos lleva en volandas, abre nuestras alas y nos entrega el mundo, todo para nosotros, para todos, para bailarlo y reírlo. Nada es fácil, pero todo es simple dejándonos llevar por eso tan fuerte, tan bueno y dulce.

En las tardes calurosas del verano, en el hielo del invierno, en las rosas de la lluvia, allí me veo perdido y allí me encuentro rescatado, por ti, por Él, por nosotros. También por mí, cómo no.

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