"Vosotros sois la sal de la tierra. Sois la luz del mundo"

Cáritas Madrid 9 de Febrero de 2020

Lecturas del Quinto Domingo del Tiempo Ordinario: Lectura del libro de Isaías (58,7-10). Sal 111,4-5.6-7.8a.9. Primera carta del apóstol san Pablo a los Corintios (2,1-5). Santo evangelio según san Mateo (5,13-16).



Lecturas del Quinto Domingo del Tiempo Ordinario: Lectura del libro de Isaías (58,7-10). Sal 111,4-5.6-7.8a.9. Primera carta del apóstol san Pablo a los Corintios (2,1-5). Santo evangelio según san Mateo (5,13-16).


Cáritas Madrid. 9 de febrero de 2020.- En el texto que hoy va a ser proclamado vamos a sentirnos invitados a ser «sal de la tierra y luz del mundo». A pesar de nuestras limitaciones pidámosle al Señor que nos ayude a ser testigos fiables de su presencia en medio de nuestra sociedad. Hoy, además, celebramos la «Jornada Nacional de Manos Unidas». Dirigimos nuestra mirada «compasiva» a tantos que tan mal lo pasan en muchos países, para que el Señor mueva nuestro corazón a trabajar por la protección y cuidado de la vida.


Ahora es el momento de deshacerse y de arder, dos claves cristológicas estructurales: «no he venido a ser servido sino a servir», «he venido a pegar fuego a la tierra y qué quiero, sino que arda». Ser sal y ser luz para nuestro mundo. Ahora, cuando hay gritos que nos llegan, con dolor, desde la misma tierra esquilmada, desde una sociedad herida, desde un horizonte confuso y oscuro, ahora es cuando se necesita la esperanza que el Evangelio trae para todos, la sal y la luz. Pero esta buena noticia ha de ser encarnada por modos de ser y de vivir, en lo cotidiano y en lo sencillo, que generen confianza, paz, salud, alegría y que favorezcan la vida, faciliten el día a día de los que sufren y temen. Que den sabor e iluminen. Ante la realidad triste y dolida que nos puede llegar en la historia el Evangelio nos pide ser profetas y apóstoles de una esperanza profunda y real; es posible el amor y la ternura.


LOS CRISTIANOS EN EL MUNDO

«Los cristianos no se distinguen de los demás hombres, ni por el lugar en que viven, ni por su lenguaje, ni por sus costumbres. Ellos, en efecto, no tienen ciudades propias, ni utilizan un hablar insólito, ni llevan un género de vida distinto. Su sistema doctrinal no ha sido inventado gracias al talento y especulación de hombres estudiosos, ni profesan, como otros, una enseñanza basada en autoridad de hombres.


Viven en ciudades griegas y bárbaras, según les cupo en suerte, siguen las costumbres de los habitantes del país, tanto en el vestir como en todo su estilo de vida y, sin embargo, dan muestras de un tenor de vida admirable y, a juicio de todos, increíble. Habitan en su propia patria, pero como forasteros; toman parte en todo como ciudadanos, pero lo soportan todo como extranjeros; toda tierra extraña es patria para ellos, pero están en toda patria como en tierra extraña. Igual que todos, se casan y engendran hijos, pero no se deshacen de los hijos que conciben. Tienen la mesa en común, pero no el lecho.


Viven en la carne, pero no según la carne. Viven en la tierra, pero su ciudadanía está en el cielo. Obedecen las leyes establecidas, y con su modo de vivir superan estas leyes. Aman a todos, y todos los persiguen. Se los condena sin conocerlos. Se les da muerte, y con ello reciben la vida. Son pobres, y enriquecen a muchos; carecen de todo, y abundan en todo. Sufren la deshonra, y ello les sirve de gloria; sufren detrimento en su fama, y ello atestigua su justicia. Son maldecidos, y bendicen; son tratados con ignominia, y ellos, a cambio, devuelven honor. Hacen el bien, y son castigados como malhechores; y, al ser castigados a muerte, se alegran como si se les diera la vida.
Los judíos los combaten como a extraños y los gentiles los persiguen, y, sin embargo, los mismos que los aborrecen no saben explicar el motivo de su enemistad. Para decirlo en pocas palabras: los cristianos son en el mundo lo que el alma es en el cuerpo. El alma, en efecto, se halla esparcida por todos los miembros del cuerpo; así también los cristianos se encuentran dispersos por todas las ciudades del mundo. El alma habita en el cuerpo, pero no procede del cuerpo; los cristianos viven en el mundo, pero no son del mundo. El alma invisible está encerrada en la cárcel del cuerpo visible; los cristianos viven visiblemente en el mundo, pero su religión es invisible. La carne aborrece y combate al alma, sin haber recibido de ella agravio alguno, solo porque le impide disfrutar de los placeres; también el mundo aborrece a los cristianos, sin haber recibido agravio de ellos, porque se oponen a sus placeres.


El alma ama al cuerpo y a sus miembros, a pesar de que este la aborrece; también los cristianos aman a los que los odian. El alma está encerrada en el cuerpo, pero es ella la que mantiene unido el cuerpo; también los cristianos se hallan retenidos en el mundo como en una cárcel, pero ellos son los que mantienen la trabazón del mundo. El alma inmortal habita en una tienda mortal; también los cristianos viven como peregrinos en moradas corruptibles mientras esperan la incorrupción celestial. El alma se perfecciona con la mortificación en el comer y beber; también los cristianos, constantemente mortificados, se multiplican más y más. Tan importante es el puesto que Dios les ha asignado, del que no les es lícito desertar»(34).



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