Que en verano sigamos llamados para la misión, para la gran tarea de construir la Iglesia

2 de Julio de 2025

Os compartimos, ya en este verano, una reflexión de Ángel López Blanco, Vicario episcopal de Cáritas Vicaría III, quien nos recuerda que “hemos sido llamados para el testimonio, para la misión, para la gran tarea de construir la Iglesia, llevando el amor del Padre a todos”.

Queridos amigos bautizados:

Y os digo bautizados porque, siguiendo la línea pastoral que está subrayando nuestro arzobispo de Madrid, el cardenal José Cobo, es la vocación bautismal la que define, o debe definir, nuestra vida.

“Por el bautismo nos incorporamos un día a Cristo y a su Iglesia. Se nos ungió para apartar el mal de nosotros. Se nos bautizó en el agua y el Espíritu y se nos vinculó a Él mismo. En ese mismo Espíritu se nos consagró, como parte de un pueblo de sacerdotes, profetas y reyes”. (José Cobo, Carta Pastoral con motivo de la Pascua 2025, pág. 5). Por el bautismo, Cristo nos involucra, a los suyos, a los bautizados, en su misión. ¿Y cuál es la misión de Cristo? Su misión consiste en hacer visible el designio y el amor del Padre, consiste en testimoniar su relación con el Padre, en comunicar a los hombres y mujeres ese amor del Padre que lo genera constantemente. “Como tú [Padre] me enviaste al mundo, así yo los envío también al mundo” (Jn 17,18). También nosotros, igual que los primeros, somos llamados, es decir, enviados.

Cristo nos desvela que la ley última del ser y de la vida es la caridad. Es decir: la ley suprema de nuestro ser es compartir el ser con los demás, poner en común nuestro propio ser, no reservarse nada para sí, entregar la vida.

Puedo entender completamente la palabra amor, caridad, cuando pienso que el Hijo de Dios, al amarnos, no nos envió sus riquezas –como habría podido hacer, cambiando radicalmente nuestra situación–, sino que se hizo indigente como nosotros, “compartió” nuestra nada.
Como le pasó a la samaritana. Al pensar en ella, me conmueve descubrir que, igual que ella, nosotros hemos sido –seguimos siendo– llamados por amor, en medio de la maraña de nuestras complicaciones: se descubrió inesperadamente querida, deseada, amada, “mendigada” por Cristo, por Aquel para el que está hecho nuestro corazón y al que esperamos desde siempre, consciente o inconscientemente.

El papa Francisco dedicaba una audiencia general al episodio de la samaritana: «Ella no esperaba encontrar a un hombre en el pozo al mediodía, sino que esperaba no encontrar a nadie. De hecho, va a buscar agua al pozo a una hora inusual, cuando hace mucho calor. Quizá esta mujer se avergüenza de su vida, quizá se ha sentido juzgada, condenada, incomprendida, y por eso se ha aislado, ha roto las relaciones con todos. Para ir a Galilea desde Judea, Jesús podría haber elegido otro camino y no atravesar Samaria. Habría sido incluso más seguro, dadas las tensas relaciones entre judíos y samaritanos. En cambio, ¡Él quiere pasar por allí y se detiene en ese pozo justo a esa hora!» (Francisco, Audiencia General, 26 de marzo de 2025).

Es lo mismo que nos ha pasado a nosotros. Él ha querido encontrarse con nosotros. Hemos sido llamados y fascinados, cautivados, vencidos por Cristo. Hemos sido llamados para el testimonio, para la misión, para la gran tarea de construir la Iglesia, llevando el amor del Padre a todos.

No es posible entender la caridad partiendo solo de la exigencia de amor que tenemos en el corazón, aunque deseemos amar y ser amados –estamos hechos de este deseo–, sino que comienza a revelarse por un encuentro, por la llamada en la que Cristo se comunica a sí mismo, se transmite a sí mismo y hace partícipe de su tarea a quien se deja conquistar por Él. Hasta poder decir con san Pablo: «No soy yo el que vive, es Cristo quien vive en mí. Y mi vida de ahora en la carne, la vivo en la fe del Hijo de Dios, que me amó y se entregó por mí» (Gál 2,20-21).

Conscientes de este amor carnal, amados hasta el extremo por Cristo, queremos llevar este amor al mundo, queremos abrasar el mundo con este amor, queremos abrazar al mundo con este amor.

Y el mundo es lo más próximo a mí: mi familia, mis amigos, mis compañeros de trabajo, las personas que me encuentro cuando estoy en la acogida de Cáritas, o en el proyecto en el que participo.

Yo soy yo, uno que es amado, allí donde estoy. No dejo la caridad para cuando “trabajo” en Cáritas. La caridad, Su amor, me define, me constituye, me impulsa, me urge.

Y cuando no es así, me duele, o me debería doler. Y pido perdón por no corresponder con amor al amor recibido. “Padre, he pecado contra el cielo y contra ti; ya no merezco llamarme hijo tuyo”. Pero el padre dijo a sus criados: “Sacad enseguida la mejor túnica y vestídsela; ponedle un anillo en la mano y sandalias en los pies; traed el ternero cebado y sacrificadlo; comamos y celebremos un banquete, porque este hijo mío estaba muerto y ha revivido; estaba perdido y lo hemos encontrado”. Y empezaron a celebrar el banquete. (Lc 15,21-24).

Lo que me define no es el mal que hago o el bien que dejo de hacer, sino el amor misericordioso del Padre: amor permanente, amor infinito, amor eterno. «Ahora, Señor, según tu promesa, puedes dejar a tu siervo irse en paz. Porque mis ojos han visto a tu Salvador, a quien has presentado ante todos los pueblos: luz para alumbrar a las naciones y gloria de tu pueblo Israel». (Lc 2,29-32).

Que todas las noches podamos decir, con Simeón, que hemos visto al Salvador, porque hemos experimentado su amor, porque lo hemos visto en nosotros amando a los demás. Virgen María, madre del Amor Hermoso, intercede ante tu Hijo por nosotros, para que, estemos donde estemos, seamos donantes de Su amor.

Feliz verano a todos.

Ángel López Blanco
Vicario episcopal Vicaría III
 

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