Un lugar donde sentirse cerca

Maria Angeles Altozano 20 de Diciembre de 2024

Pensemos en la cercanía. Cualquier espacio donde se respire el calor de un abrazo o se alumbre una sonrisa. Lugares donde conversar tranquilamente sentados en un sofá junto a una taza de café, de un día cualquiera.

Pero, ¿qué nos aleja de quienes queremos? A veces, nos dicen muchas de las personas a las que acompañamos en Cáritas diocesana de Madrid, “es una mala decisión”. Y en muchas ocasiones, lo vemos con frecuencia, lo que nos aleja y no nos permite encauzar la senda somos nosotros mismos, ese sentimiento de “no sentirnos merecedores de amor”. La culpa o la vergüenza paralizan. Y la idea – casi siempre equivocada- de que no encontraremos en los ojos del otro una segunda oportunidad.

Pero lo cierto es que en Cáritas vivimos cada día historias de segundas oportunidades. Vemos que todas las personas son merecedoras de amor.  Y solo cuando tienes cerca a alguien que te brinda amor incondicional, empiezas a sentir que lo mereces.

Convirtamos como Luis, Sandra, Karina y Melisa nuestros espacios en el salón de casa donde las cosas se reposan, se disfrutan y se comparten.

Se sienta Luis, que respira con dificultad ayudado por una máquina de oxígeno que lleva siempre cerca de él, a la espera de un trasplante de pulmón. Luis se alejó de sus sueños de juventud, cuando se perdió entre el ruido de la música y las adicciones. Se alejó del camino de vuelta hacia la que había sido su familia en Granada. Ya en Madrid, pasó más de 4 años viviendo en la calle. “Al final te acostumbras a estar solo y a ser invisible”. Es esa situación, nos dice Luis, hombre positivo, la que al menos le sirvió para dejar sus adicciones; las cambió por la soledad y la culpa, y esos fueron sus refugios. No se le ocurrió, ni siquiera entonces, retomar el contacto con su familia, “sentía tanta rabia y vergüenza que me aparté de ellos”.

Pero los milagros suceden, no solo en Navidad. A unos 400 kilómetros de distancia un hombre veía las noticias en televisión en el momento exacto en el que aparece Luis en una breve intervención hablando sobre cómo le ha cambiado la vida tras pasar de vivir en la calle a vivir en el Hogar Isaías, una residencia de Cáritas Madrid para personas sin hogar mayores de 55 años. Era su hermano. El mismo que no tardó, conmovido por las facciones de Luis desgatadas por el paso del tiempo y la enfermedad, en coger el teléfono. Tenía al alcance de las manos, en la punta de la lengua – o del corazón- una nueva oportunidad para él. Tras 13 años de distanciamiento, 13 segundos para volver a acercarse.

“Dios es muy grande, y yo, un hombre con suerte porque, aunque siempre tarde, he podido ir solucionando las cosas en mi vida”, asegura Luis emocionado. Le costó una semana ser capaz de devolver la llamada. “Estaba dislocado”. Animado por el equipo del Hogar decidió descolgar y aferrado a las palabras de perdón del otro lado del teléfono, se perdonó a sí mismo. “Sí, merezco este amor”.

Y no hubo reproches ni explicaciones, solo una frase de una de sus hermanas al otro lado: “Luis, es increíble, qué alegría volver a escucharte, no esperaba menos de ti”.

Esta vez sí, Luis, la decisión acertada. Aceptar la oportunidad. Ahora hermanos y sobrinos han ido poco a poco llamándole, lo han visitado, le han brindado el amor incondicional de una familia que todo este tiempo lo ha estado esperando. “Estoy como nunca”, y su respiración se agita de alegría. “Esto me ha dado tanto bienestar”.

Tímida y apocada. Así llegó hace 2 años Sandra. Una joven a la que las decisiones de otras personas la alejaron prematuramente de su juventud para convertirla en una adulta discreta y desconfiada, cuya idea del afecto era un bien al alcance de muy pocos.

“Cuando llegué a la casa no me sentía ser parte de este hogar”. Era la pieza que no encajaba, como les ocurre los primeros días a las jóvenes que llegan a ‘Nazaria baja a la calle’, un proyecto de Cáritas Madrid donde conviven mujeres jóvenes que se han quedado sin redes de apoyo junto a hermanas de una congregación religiosa.

Durante los primeros meses, a Sandra le quedaba grande la casa, la compañía y el cariño que se le ofrecía sin nada a cambio.  “No era fácil” nos dice. Ella estaba en la casa, pero era una sombra. Esa sombra se fue convirtiendo en una presencia consciente y sabedora de que sí merecía un hueco allí y ese afecto y ese amor, junto a las hermanas y al resto de las compañeras. “Antes no lo veía con tanta claridad, pero estos meses han pasado muchas cosas en mi vida que me han hecho valorar mi estancia aquí”.

Hace apenas unos días, mientras recibía un regalo por su cumpleaños, Sandra pudo verbalizar lo que ya se permitía sentir: que había sitio para ella, que agradecía mucho “estar en un lugar tan bonito, con tan bonito ambiente y tan bonitas personas; este regalo significa mucho para mí, ni se lo imaginan”. El regalo era la confirmación de que no es una más, es una de ellas.

Sandra ha aceptado que merece estar en la casa. “Me alegro mucho, mucho, de que todas tengamos una oportunidad de prosperar aquí y de yo haber tenido la bendición de caer en este lugar”. La oportunidad de tener donde sentirse querida.

Se sientan y se dirigen miradas de complicidad, son Karina y Melisa. Conviven junto a sus respectivos hijos, Carlitos y Valentín, en un piso en Toledo. Han venido de visita al Hogar Santa Bárbara de Cáritas Madrid que, unos meses antes, fue su hogar. “Aquí he aprendido”, nos dice Karina, “qué significa la palabra caridad, qué es ofrecerse a la gente”. Las mujeres que viven en el Hogar pasan de casi verse viendo en la calle, y a punto de enfrentarse a su maternidad solas, a tener un verdadero hogar. Cerca están las hermanas de la comunidad de vida que viven con ellas; cerca están las psicólogas, trabajadoras sociales o voluntarias; cerca están sus hijos, la razón para seguir.

Antes de salir del Hogar Karina se hizo una promesa, “pensé que si un día tenía la oportunidad, devolvería el amor que me habían dado y ayudaría a alguien que, como yo entonces, necesitase ayuda porque sé lo difícil que es para una madre sola encontrar una vivienda”. Y así sucedió. Melisa la llamó y la respuesta fue inmediata. “Sí, vente me dijo”, nos cuenta Melisa.

Cuando una sabe del dolor, cuando una sabe de la soledad, cuando una sabe de la esperanza. “Cuando una sabe, entiende cómo se siente la otra persona” asegura Karina. Ella, tras pasar por un tratamiento contra el cáncer, se quedó embarazada, eso fue “lo que me salvó la vida”. Aunque aún tiene secuelas de la enfermedad y está de baja, su sonrisa y sus sueños reposan en Carlitos y en la paz que él le da. Le ocurre algo parecido a Melisa, quien junto al pequeño Valentín ha encontrado la motivación para buscar un empleo.

Karina ha abierto las puertas y Melisa le ha tendido las manos. Se ayudan, comparten gastos y cuidan de sus hijos para conciliar. Y “aprendemos una de la otra, porque somos de países diferentes y tenemos hábitos diferentes, pero nos estamos entendiendo bien”, sonríe Melisa. Han formado una nueva familia y esta próxima Nochebuena la pasarán en su hogar junto a unas amigas.

En situaciones donde la enfermedad o la falta de empleo invitan a mirar abajo, ellas han mirado hacia afuera. Primero, la mirada se detiene en Carlos o Valentín; después, en otra mirada, la de una mujer como ella con ganas de seguir adelante y a la que acompañar en el camino.

#NavidadEstarCerca #HogarIsaías #Nazariabajaalacalle #HogarSantaBarbara #mujer #jóvenes #sinhogar
Compromiso Solidario diciembre 2024
Volver