Segundo Domingo de Pascua: Domingo de la Divina Misericordia

Cáritas Madrid 19 de Abril de 2020

El II domingo de Pascua, se celebra la fiesta de la Divina Misericordia, instituida por san Juan Pablo II. Lecturas del día: Libro de los Hechos de los apóstoles (2,42-47). Sal 117,2-4.13-15.22-24. Primera carta del apóstol san Pedro (1,3-9). Evangelio según San Juan (20,19-31): "Bienaventurados los que crean sin haber visto".

El II domingo de Pascua, se celebra la fiesta de la Divina Misericordia, instituida por san Juan Pablo II. Lecturas del día: Libro de los Hechos de los apóstoles (2,42-47). Sal 117,2-4.13-15.22-24. Primera carta del apóstol san Pedro (1,3-9). Evangelio según San Juan (20,19-31): "Bienaventurados los que crean sin haber visto".

 

Cáritas Madrid. 19 de abril de 2020.- En el 2000, durante la canonización de Santa Faustina, Juan Pablo II instituyó la fiesta de la Divina Misericordia para la Iglesia del mundo. La elección del primer domingo después de Pascua como fiesta de la misericordia tiene su propio significado teológico, el cual indica un fuerte vínculo entre el misterio pascual de la Redención y el misterio de la Misericordia de Dios. La fiesta no sólo es un día de especial adoración a Dios en el misterio de la misericordia, sino que es un tiempo de gracia para todas las personas.

 

"Bienaventurados los que crean sin haber visto"

Hace una semana, en la noche santa de la Pascua del Señor, celebrábamos al Jesús resucitado, compartíamos su fiesta, su vida. Cada uno lo vivimos desde nuestras casas, aislados; pero todos vivíamos la misma alegría, la misma gran noticia salvadora; y nos teníamos presentes mutuamente. Ahora, en este domingo, volvemos a reunirnos en torno a Jesús; que viene a nosotros y nos da su paz. Nosotros, su familia, su comunidad, no podríamos vivir sin encontrarnos con Él, aunque sea desde nuestro confinamiento.

 

No solo resucitó Jesucristo, sino que con él lo hizo la comunidad. Una vez que Jesús resucita su empeño permanece intacto en el deseo de fecundar la comunidad, de la fraternidad en medio del mundo, que avanza por los caminos del reino de Dios y su justicia. La fuerza del Resucitado viene en favor de la comunidad para rehacerla y fundamentarla en una roca verdadera, en la fe firme de que el crucificado ha resucitado y vive para siempre. Que la muerte ha sido vencida, que el amor y la justicia han ganado la batalla y ahora todos somos de la vida, el Padre nos ha ganado en su gratuidad de amor extremo en Cristo. El maestro no se rinde ante el discípulo que fuera de la comunidad se resiste a creer. Lo busca, lo trae al centro de la comunidad, y en ella con un amor infinito le adentra en la experiencia de tocar la muerte vencida para encontrarse con su Señor y su Dios. Hoy vivir al resucitado es mantenernos en el empeño de una verdadera comunidad en la que cabemos todos y en la que se respeta el camino y el proceso de cada uno en su búsqueda de la verdad y del espíritu.

 

 

CUESTIONARIO PARA LA REFLEXIÓN Y EL DIÁLOGO

 

1.  ¿Qué es lo que hoy nos tambalea y nos hace dudar de nuestras convicciones cristianas?

2.  Comparte con los demás tus dudas de fe y cómo intentas superarlas.

3.  Jesús se hace reconocible a través de sus llagas. ¿Cuáles son las llagas en las que hoy hemos de reconocer a Cristo resucitado?

4.  La incredulidad de Tomás da paso a la adoración. ¿Cómo vivir en una actitud de adoración?, ¿cómo dar paso a la esperanza?

 

 

ORACIÓN

 

Dichoso tú, Tomás
Dichoso tú, Tomás, que viste las llagas y quedaste tocado; te asomaste a las vidrieras de la misericordia y quedaste deslumbrado; palpaste las heridas de los clavos y despertaste a la vida; metiste tu mano en mi costado y recuperaste la fe y la esperanza perdidas. Pero, ¿qué hicieron después, Tomás, tus manos?
Ahora, ven conmigo a tocar otras llagas todavía más dolorosas.
Mira de norte a sur, de izquierda a derecha, del centro a la periferia, llagas por todos los lados:
las del hambriento, las del emigrante, las del parado, las del sin techo, las del pobre pordiosero, las de todos los fracasados. ¡Señor mío!
Las del discapacitado, las del deprimido, las del accidentado, las del enfermo incurable, las del portador de sida, las de todos los marginados. ¡Dios mío!
Las del niño que trabaja, las del joven desorientado, las del anciano abandonado, las de la mujer maltratada,
las del adulto cansado, las de todos los explotados. ¡Señor mío! Las del extranjero, las del refugiado, las del encarcelado, las del torturado, las de los sin papeles, las de todos los excluidos. ¡Dios mío! ¿Quieres más pruebas, Tomás? Son llagas abiertas en mi cuerpo y no basta rezar: ¡Señor mío y Dios mío! Hay que gritarlo y preguntar por qué; hay que curarlas con ternura y saber; hay que cargar muchas vendas, muchas medicinas... ¡y todo el amor que hemos soñado! ¡Trae tus manos otra vez, Tomás!(36)

 

Volver