Segundo Domingo de Pascua: «Dichosos los que crean sin haber visto»

Cáritas Madrid 28 de Abril de 2019

Lectura del libro de los Hechos de los apóstoles (5,12-16).

Salmo 117,2-4.22-24.25-27a. Lectura del libro del Apocalipsis (1,9-11a.12-13.17-19). Lectura del santo Evangelio según San Juan (20,19-31)

Lectura del libro de los Hechos de los apóstoles (5,12-16). Salmo 117,2-4.22-24.25-27a. Lectura del libro del Apocalipsis (1,9-11a.12-13.17-19). Lectura del santo Evangelio según San Juan (20,19-31)

Cáritas Madrid. 28 de abril de 2019- Hoy es el día de la Divina Misericordia. Ocho días han pasado desde que vimos al Señor resucitado y lo celebramos. Y hoy vuelve a hacerse presente en nuestra celebración, en el primer día de la semana. En este domingo de la Octava de Pascua tenemos en mente, en especial, la misericordia de Dios. Una misericordia que se nos ofrece desde las manos y el costado de Jesús. Una misericordia que debemos compartir desde ese mismo lugar. Cada día debemos acoger y acompañar a las personas más vulnerables y excluidas en su camino, porque así es la misericordia de Dios con nosotros y así debe ser la nuestra. Como testigos de la resurrección nos comprometemos a la defensa de los derechos humanos para un desarrollo integral de toda persona que está cerca de nosotros, y también de las lejanas.

Las necesidades de la vida, el sentido de la misma y la participación social de todos tienen que formar parte de nuestro ser seguidores del que vive. Celebremos como comunidad, reunida en el nombre del Señor, nuestra eucaristía, compartiendo la Mesa de la Palabra y la Mesa del Cuerpo y la Sangre de Jesús

El evangelio de Juan nos sitúa en la sala que los primeros discípulos usaban para encontrarse, para estar juntos. Y allí, en medio, se hace presente Jesús porque necesitan de su presencia en su cuerpo real. Les dona lo que les hace falta, les asegura con su palabra y con su Espíritu, les fortalece en la fe. Escuchemos y sintamos, también nosotros, al Resucitado en medio de nuestra comunidad con alegría. 

El final del evangelio de Juan es muy explícito al explicar cuál ha sido su objetivo al narrar las palabras y los signos de Jesús.  Su finalidad es que los seres humanos crean que Jesús es el Mesías, el Hijo de Dios, que este profeta de Nazaret es el Ungido, el enviado por el Padre por el amor que le tiene al mundo: «Porque Dios no envió a su Hijo al mundo para juzgar al mundo, sino para que el mundo se salve por él» (Jn 3,17) y para que creyendo en este Jesús, Mesías e Hijo de Dios, tengan vida y vida en abundancia.

El evangelio se ha trasmitido a fin de que creamos que Jesús es el Mesías, el Hijo de Dios, y para que, creyendo, tengamos vida en su nombre. Ahora nos toca a nosotros seguir anunciando esa gran noticia para que otros «creyendo tengan vida en su nombre».

La fe en Jesús ha de llevarnos a ser más felices, valorando más el ser que el tener, agradeciendo lo que recibimos cada día como don inmerecido, estableciendo redes de relaciones de comunión; y comprometiéndonos a que nuestros hermanos, los de cerca y los de lejos, también sean más felices, luchando por su dignidad y sus derechos.  «La gloria de Dios consiste en que el hombre viva, y la vida del hombre consiste en la visión de Dios» (san Ireneo, Adversus haereses, 4, 20, 7)

 

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