Segundo Domingo de Cuaresma: "La Transfiguración del Señor"

Cáritas Madrid 12 de Marzo de 2022

En este segundo domingo de Cuaresma la liturgia nos invita a salir (Gen 15, 5-12.17-18; Salmo 26, 1-7-8a.8b-9abc.13-14; Segunda: Flp 3, 17-4,1; Evangelio: Lc 9, 28b-36).

Este tiempo de Cuaresma es todo él una llamada a seguir más intensamente a Jesucristo. Él se ha entregado por completo al servicio del proyecto de su Padre sobre el hombre. Él se ha entregado por completo al servicio del proyecto de su Padre sobre el hombre, al Reino de Dios; y lo ha hecho hasta apostar su vida por él. 

Nosotros, como los discípulos en el monte de la transfiguración, contemplemos su camino y descubramos en él la luz, la fuerza que Dios nos da, aun en los momentos más duros de ese caminar nuestro en pos de las huellas de su Hijo.

Acerquémonos a él en esta celebración y dispongámonos a seguirlo.

Uno de los primeros pasos a los que nos invita esta nueva Cuaresma es a salir de "tu tierra", como dijo el Señor a Abraham. Salir de la tierra en la que nos hemos hecho cómodos, en la cual nos instalamos y nos dejamos llevar por la monotonía de lo cotidiano. Sal de tu tierra, la de los pequeños o grandes egoísmos que nos hacen apartar e ignorar al hermano que sufre, al refugiado, al que pasa hambre y sed de muchas cosas. Salir para avanzar, para no quedarnos inmunes ante el pecado, la tristeza que invade al ser humano. Salir para empezar a cambiar, porque las promesas de Dios son infinitas, como las estrellas en el firmamento, y además se cumplen.

Salir de la tierra también nos enseña a amar lo inesperado, lo que aún no comprendemos pero que se hará luz ante nosotras/os a través de la fe. Jesús este domingo se trans-figura; aparece bajo otra figura mostrando a sus discípulos quién es él. Su identidad se des-vela, aunque aún es pronto para comprender que la gloria de Jesús se muestra en una cruz.

En el evangelio contemplamos la Transfiguración del Señor. La luz de las vestiduras de Jesús, Moisés y Elías, la voz de Padre, el desparpajo infantil de Pedro, el silencio de los amigos de Jesús, nos hacen participar en el desvelamiento - y velamiento - del Mesías esperado. Hasta que no llegue la resurrección del Señor, debemos observar su actuación cotidiana, 

Dejemos que el Espíritu colme nuestra sed de la Palabras.

 

Oramos subiendo el monte del Señor

Señor: mientras te muestras luminoso ante tus discípulos predilectos en esta montaña tan alta y apartada, el Tabor, envíanos tu Espíritu para que meditemos los distintos modos que tenemos nosotros de subir a la montaña del encuentro.

Podemos subir, y subimos, muchas veces solos, porque iniciar la ruta ascendente del encuentro, siempre sugiere aires de autosuperación, deseos de algo más puro, sueños de horizontes sin límites, ansias de verlo todo desde la otra orilla.

Y todo esto es bueno, es simple y, naturalmente bueno. Y, en cierta manera, reconfortante: buscarte en soledad sin trabas, sin nadie que se interponga.

Venid, subamos al Monte del Señor. Sí, subamos. Tú quieres que lo hagamos con los hermanos. No sólo junto a ellos, sino con ellos. Unidos fraternalmente podremos orar en nombre de Jesús.

Tú nos has hecho hijos del Padre y hermanos con un mismo amor y una misma entrega, con la seguridad de tu presencia transformadora. Por ello, todos juntos, te decimos que queremos conocer tu rostro transfigurado y luminoso.

Te buscamos presente en la vida y en la historia pequeña y grande de los hermanos, nuestros hermanos, los hombres de nuestra tierra y nuestro tiempo.

Tú eres nuestra paz, tú eres nuestra luz, tú eres el motivo de nuestra esperanza.

En la cumbre del Calvario, en la Cruz, nos diste, en medio del dolor, el camino para llegar al encuentro orante con el Padre. Tu lección fue el abandono.

Ante tu rostro transfigurado, anuncio de la resurrección de vida, queremos renovar nuestro abandono en las manos del Padre. Lo hacemos junto a ti, en ti: “Padre, me pongo en tus manos. Haz de mi lo que quieras. Sea lo que sea, te doy las gracias. Estoy dispuesto a todo. Todo lo acepto con tal que tu voluntad se haga en mi, en mis hermanos y en toda la Humanidad”.

Ilumina nuestra vida con tu luz, Señor Jesús. Tú no viniste a ser servido, sino a servir.

Que nuestra vida sea como la tuya: servir, grano de trigo que muere en el surco del mundo. Que sea así en verdad, Señor. Estoy, estamos dispuestos a vivirlo contigo.

Yo te confío mi vida, te la doy. Condúceme, envíame el Espíritu que mueve y transforma todas las cosas a la luz del amor.

Nos ponemos en tus manos, Señor, enteramente, sin reservas. Lo hacemos con la confianza absoluta que tú tenías en el amor del Padre.

Haz que nuestro abandono en las manos amorosas del Padre sea como el tuyo: ilimitado, total, anonadado.

Este es el camino que nos permitirá subir a la montaña del encuentro: abandonarnos contigo, Señor Jesús, en las manos del Padre, unirnos a tu ofrenda de amor salvador a favor de los hombres, ser, contigo y en ti, una única oblación.

Surco abierto son tus brazos una tarde en el Calvario.

Luz de gloria fue tu rostro transfigurado en el Monte.

Tú, Señor Jesús, eres siempre nuestra luz.

Amén.

 

http://www.abandono.com/jaume-boada/oracion-ante-el-senor-transfigurado

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