SEGUNDO DOMINGO DE CUARESMA: EL MONTE TABOR

Pilar Algarate 5 de Marzo de 2023

Lecturas: Libro del Génesis (12,1-4a). Sal 32,4-5.18-19.20.22. Segunda carta del apóstol san Pablo a Timoteo (1,8b-10). Santo evangelio según san Mateo (17,1-9).

La montaña es lugar de encuentro con el misterio que nos fascina y nos aterriza. Ascender será una manera de adentrarnos en la soledad del corazón. Porque subir a la montaña es iniciarse en la ascensión del corazón. El corazón tiene sus pasos, sus veredas, sus desfiladeros; y por todos ellos hay que transitar para ascender al encuentro de Aquel que siempre nos espera en la cumbre, entre nubes, inaccesible para los que no quieren arriesgar sus pies en la aventura.

Hay que tomar una decisión previa: con quiénes queremos iniciar el ascenso, con qué apoyos humanos, con qué recursos. Si tenemos fortaleza de ánimo para el duro camino, para sortear los obstáculos, para confiar en Quien desde lo más íntimo del corazón nos guía.
La subida a la montaña tiene doble dirección: subimos para bajar. Nos adentramos en el misterio numinoso de la Presencia pasa salir fortalecidos y seguir caminando junto a Jesús.

La transfiguración

La transfiguración de Cristo, que hoy escuchamos en el relato evangélico, nos sugiere la idea de que solo es posible transformarse y transformar el mundo si tenemos presente que nos aguarda un futuro luminoso, que ya se ha anticipado en Cristo.

Apartarse, subir a lo alto, es una invitación cuaresmal que no es de ruptura con la realidad, sino un modo nuevo de adentrarse en ella, para que nada quede sin ser vivido en profundidad, incluso el posible fracaso vital de la cruz. Vivir desde lo alto no supone quedarse en espacios propios protegidos, al margen de la realidad ancha y vasta de este mundo, sino saber vivir con los pies en la tierra y la cabeza en el cielo, para que el corazón en su justo equilibrio sea humano siendo divino y sea divino siendo humano. El silencio y la oración son laboratorio de salvación, de lectura creyente que es capaz de ver con los ojos de Dios, de juzgar con el corazón de Cristo, y de actuar con la fuerza del Espíritu Santo. Abrirnos a la mirada del Padre, dialogar con Jesucristo y dejarnos fecundar por las mociones y los deseos del Espíritu dentro de nosotros, es el camino de la vida interior, de la verdadera espiritualidad. Así seremos humanos, encarnados en un compromiso evangélico fecundo, a la vez que gozaremos y sentiremos la presencia del Dios de lo alto que se hizo pobre y cercano para que nosotros voláramos muy alto.

ORACIÓN

Oramos subiendo el monte del Señor

Señor: mientras te muestras luminoso ante tus discípulos predilectos en esta montaña tan alta y apartada, el Tabor, envíanos tu Espíritu para que meditemos los distintos modos que tenemos nosotros de subir a la montaña del encuentro.

Podemos subir, y subimos, muchas veces solos, porque iniciar la ruta ascendente del encuentro, siempre sugiere aires de autosuperación, deseos de algo más puro, sueños de horizontes sin límites, ansias de verlo todo desde la otra orilla.

Y todo esto es bueno, es simple y, naturalmente bueno. Y, en cierta manera, reconfortante: buscarte en soledad sin trabas, sin nadie que se interponga.

Venid, subamos al Monte del Señor. Sí, subamos. Tú quieres que lo hagamos con los hermanos. No sólo junto a ellos, sino con ellos. Unidos fraternalmente podremos orar en nombre de Jesús.

Tú nos has hecho hijos del Padre y hermanos con un mismo amor y una misma entrega, con la seguridad de tu presencia transformadora. Por ello, todos juntos, te decimos que queremos conocer tu rostro transfigurado y luminoso.

Te buscamos presente en la vida y en la historia pequeña y grande de los hermanos, nuestros hermanos, los hombres de nuestra tierra y nuestro tiempo.

Tú eres nuestra paz, tú eres nuestra luz, tú eres el motivo de nuestra esperanza.

En la cumbre del Calvario, en la Cruz, nos diste, en medio del dolor, el camino para llegar al encuentro orante con el Padre. Tu lección fue el abandono.

Ante tu rostro transfigurado, anuncio de la resurrección de vida, queremos renovar nuestro abandono en las manos del Padre. Lo hacemos junto a ti, en ti: “Padre, me pongo en tus manos. Haz de mi lo que quieras. Sea lo que sea, te doy las gracias. Estoy dispuesto a todo. Todo lo acepto con tal que tu voluntad se haga en mi, en mis hermanos y en toda la Humanidad”.

Ilumina nuestra vida con tu luz, Señor Jesús. Tú no viniste a ser servido, sino a servir.

Que nuestra vida sea como la tuya: servir, grano de trigo que muere en el surco del mundo. Que sea así en verdad, Señor. Estoy, estamos dispuestos a vivirlo contigo.

Yo te confío mi vida, te la doy. Condúceme, envíame el Espíritu que mueve y transforma todas las cosas a la luz del amor.

Nos ponemos en tus manos, Señor, enteramente, sin reservas. Lo hacemos con la confianza absoluta que tú tenías en el amor del Padre.

Haz que nuestro abandono en las manos amorosas del Padre sea como el tuyo: ilimitado, total, anonadado.

Este es el camino que nos permitirá subir a la montaña del encuentro: abandonarnos contigo, Señor Jesús, en las manos del Padre, unirnos a tu ofrenda de amor salvador a favor de los hombres, ser, contigo y en ti, una única oblación.

Surco abierto son tus brazos una tarde en el Calvario.

Luz de gloria fue tu rostro transfigurado en el Monte.

Tú, Señor Jesús, eres siempre nuestra luz.

Amén.

PREGUNTAS PARA LA REFLEXIÓN

1.- ¿En qué momentos de tu vida se te hace más difícil seguir a Jesús?

2.- ¿A qué montañas has de "subir" para que te sientas transfigurado por la presencia de Dios?

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