‘Bajar a la calle’ o ‘esperarlas en la puerta’

María Ángeles Altozano 18 de Mayo de 2023

En un céntrico piso de Madrid, encontramos a un grupo de jóvenes que conviven juntas. Son de diferentes nacionalidades y creencias. Como cualquier joven de veinte años. Comparten gustos y aficiones. Unas estudian, otras, además, trabajan. Hablan idiomas, les gustan las tecnologías o disfrutan con la música. Como cualquier joven de su edad. Tienen los mismos anhelos, las mismas capacidades

Pero su hogar, además de un número de piso y de portal, tiene nombre propio, el del proyecto social que las acoge. Se trata de «Nazaria baja a la calle», una iniciativa que puso en marcha Cáritas Madrid de la mano de la Hermanas de la congregación Misioneras Cruzadas de la Iglesia. Confluyeron, por un lado, la necesidad que había detectado Cáritas de dar una respuesta personalizada a mujeres jóvenes, que por un corto período de tiempo se han visto sin hogar, para prevenir que caigan en la exclusión, y, por otro, el carisma de la congregación fundada por Nazaria Ignacia de Santa Teresa de Jesús de «elevar la dignidad de las personas, en especial de las mujeres». Al amparo de esta providencia, nace el proyecto para que, mientras reorientan sus vidas, vivan en familia. Las jóvenes de ‘Nazaria’ están en este piso porque, alguna vez, tomaron una decisión equivocada; porque alguna vez alguien les hizo daño, porque les dijeron que no valían o que no había otra salida. Perdieron en algún rincón de la infancia las niñas que fueron, y llegaron a la juventud sin un punto de referencia.

Sin embargo, en un momento dado tuvieron claro que no querían perpetuar los patrones sociales y familiares bajo los que habían vivido y que las habían llevado a la situación vulnerable en la que estaban. Y hubo para ellas un mismo punto de partida: «Hasta aquí he llegado, mi vida va a ser otra». Ese momento de inflexión las llevó a las puertas de ‘Nazaria’ donde las recibieron, como hoy a nosotras.

Rutinas propias de un hogar. Llegamos casi a la hora del almuerzo, por eso, tras la puerta que se abre para recibirnos, se cuelan las sonrisas de Carmen y Covadonga junto con el olor a comida casera. Hay ventanas con luz, cuadros, adornos exóticos. Es el hogar de las hermanas Carmen, Filo y de las siete jóvenes que ahora conviven ahí. Las acompaña hoy Covadonga, la responsable del proyecto, quien en muchas ocasiones comparte con ellas mesa, alegrías y algunas lágrimas.

En ‘Nazaria’ se cocina calor de hogar. Donde te ponen normas, te piden responsabilidades, te amueblan la cabeza, pero donde hay amor a raudales como el sol de las primeras horas de la tarde que entra hoy por las ventanas del salón. Donde hay siempre tras la puerta alguien que espera tu regreso a casa para darte las buenas noches. «Esto es lo que nos diferencia —nos dicen con orgullo— que somos una familia. No queremos suplantar a sus madres o padres, pero queremos que sepan que les importan a alguien, que si en un momento dado de sus vidas estuvieron solas, ya no lo están».

Como en toda familia, hay una convivencia diaria, con sus más y sus menos, donde cada una entra y sale a trabajar o a estudiar, pero regresa y encuentra alguien con quien desahogarse o ver una película. «Nos emociona cuando nos abrazan o se abren con nosotras y nos cuentan sus problemas», porque eso es la esencia de una familia, un lugar seguro donde refugiarse y sentirse querida, libre, sin ser juzgada.

«En ‘Nazaria’ trabajamos con las jóvenes para que salgan a la luz las potencialidades que tenían ocultas y puedan ser autónomas en el menor tiempo posible». Este es un trabajo intensivo, no siempre fácil —confiesan— que requiere de la colaboración con los servicios de salud, jurídicos, psicológicos, de formación o empleo. «Pero lo más importante es que sepan que valen, que pueden enfrentar por sí mismas la vida adulta, con un trabajo que las haga felices, que sepan hacer, que les permita vivir y que las motive a levantarse con ilusión todas las mañanas».

Entre risas y un café nos cuentan que es, precisamente entre café y café, donde tratan de que las jóvenes adquieran tres lecciones que como mujeres deben acompañarlas de por vida. «Tú puedes, tú vales y tú tienes derecho como cualquier otra persona —esa es la primera lección—. Aquí no son un cero a la izquierda son un más cien». La segunda lección hacia la vida adulta es saber que el mundo, en el buen o el mal sentido, no gira en torno a uno mismo. «Por eso, las animamos a hacer voluntariado, para que sepan devolver a la sociedad todo aquello que la sociedad les está dando y para que ellas también sean sensibles al dolor ajeno, que no estén solo centradas en ellas mismas, sino que vean que también hay quienes pueden necesitarlas. Y una lección que no se cansan de repetirles: quiérete y no te faltes al respeto».

Y, tras estos aprendizajes, las jóvenes un día alcanzan la madurez y autonomía suficiente para salir adelante por sí mismas, y dejan la casa, unas veces animadas por el equipo y las Hermanas, y otras, por decisión propia. Recuerdan que una de las chicas, cuando ya iba a salir de la casa, hizo una lista de cosas que echaría de menos, y preguntó: ¿Carmen, te puedo incluir a ti en mi lista? Hay un silencio, la emoción se dibuja en sus rostros, porque ellas se han convertido en alguien a quien echar de menos. Y Covadonga rompe el silencio. «No queremos que vivan ese momento como algo triste, sino en positivo, porque salen de la casa, pero no de nuestras vidas, aquí les dejamos las puertas abiertas para que ante cualquier cosa que les pueda surgir, porque la vida es cambiante, nos tengan siempre como un referente a quien poder llamar».

Observamos que entre las fotos que decoran la casa hay retratos de rostros y miradas de otras jóvenes para quienes este también fue su hogar. Mujeres que ya independizadas regresan alguna vez de visita, como visitamos la casa familiar durante las fiestas o las vacaciones, como se regresa a aquellos lugares donde hemos sido felices, donde nos enseñaron a reconocernos como adultas.

 

Mujeres que empoderan a mujeres: ya tengan que 'bajar  a a calle' o 'esperarlas en la puerta'

«Verlas salir como mujeres jóvenes independientes». Esa es la meta de un proyecto de mujeres para mujeres. Hablamos de la fundadora de la congregación, la hermana Nazaria Ignacia, mujer adelantada a su época, creadora del primer sindicato feminista de Bolivia, defendió la igualdad de las mujeres saliendo al encuentro de aquellas que estaban en exclusión. Hablamos de los equipos de Cáritas Madrid y de las Hermanas con las que conviven, ellas beben del carisma de la congregación abriendo las puertas de su corazón y su mente a las inquietudes y necesidades de las jóvenes.

«Acompañamos a futuras mujeres adultas dándoles herramientas para que puedan enfrentarse al mundo, no solo en lo laboral, sino en todos los ámbitos de la vida». Para eso, «es fundamental llegar a tiempo». Ya se trate de ‘bajar a la calle’ o de ‘esperarlas en la puerta’. La mujer es —nos lo dicen las cifras— el rostro de la exclusión. Si al sexo le sumamos la variable de la edad, estamos ante el riesgo de exclusión severa. En ‘Nazaria’ evitan que las jóvenes se conviertan en ese 72 % de las mujeres adultas, solicitantes mayoritarias de las ayudas.

Por eso, definen este proyecto como esperanzador. «Lo único que nos importa es que busquen su felicidad. Queremos que cuando miren atrás, vean dónde estaban, dónde han podido estar y dónde están ahora, y eso las haga felices».

Este es el final que todas las historias deberían tener: Y, colorín colorado, se empacharon de igualdad, confianza y amor y vivieron felices para siempre.

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