MUJERES QUE SUFREN UNA DOBLE DISCRIMINACIÓN: POR GÉNERO Y POR ENFERMEDAD MENTAL

Cáritas Madrid 10 de Marzo de 2022

"No creo que exista en el mundo muchas mujeres que se hayan podido escapar a lo largo de su vida, de haber recibido el tan malinterpretado apelativo de 'loca'. Esa loca que no sabe lo que quiere, que va por la vida como pollo sin cabeza, inadecuada…las mujeres que nos salimos siempre de la norma hemos sido llamadas intensas, maniacas, locas, en definitiva, unas histéricas". (Sara Nieves Fernández)

Este es el manifiesto elaborado con motivo del ,Dia de la Mujer el pasado 8 de marzo, por el equipo del Centro Nuestra Señora de Valvanera, para personas sin hogar con enfermedad mental. En este día se quiere recordar el triple estigma de las mujeres a las que atendemos, vivir en la calle y sufrir un trastorno mental siendo mujer:

 

En el Día Internacional de la Mujer, desde el Centro Nuestra Señora de Valvanera nos gustaría visibilizar y sensibilizar acerca del estigma que padecen las mujeres con enfermedades mentales, muy especialmente cuando estas enfermedades son causa de discapacidad.  

 

Hablamos de estigma social para referirnos a aquellos atributos o comportamientos que una parte de la sociedad asigna a una persona o colectivo, de manera que se termina generando una respuesta negativa hacia cualquier persona perteneciente a ese colectivo. Como resultado de este estigma, se generan actitudes que van desde el paternalismo y el miedo hasta el rechazo, la exclusión o la agresión. 

 

El hecho de ser mujer y padecer una enfermedad que cause discapacidad supone en muchos casos sufrir un estigma mucho más acentuado, en comparación con los hombres. Mientras que el estigma tradicionalmente asociado a la enfermedad mental en el caso del hombre hace referencia especialmente a la ausencia de empleo (“es un vago”, “no quiere trabajar”), este estigma se retroalimenta en el caso de las mujeres por el mero hecho de serlo. A las mujeres con trastorno mental, además, se las llega a tildar de “improductivas”, “incapaces”, “malas madres”, “histéricas”, “que no cuidan la casa”, “débiles”. 

 

Se estima que las mujeres con trastorno mental tienen hasta 4 veces más riesgo de sufrir violencia de género. El estigma también condiciona el relato de las mujeres con problemas de salud mental cuando sufren algún tipo de abuso o violencia, porque ese estigma les da poca credibilidad y las descalifica, incluso se utiliza directamente para justificar este tipo de situaciones.   

 

 Si nos fijamos en los recursos especializados para personas con problemas de salud mental, comprobamos que las mujeres acceden en menor medida a este tipo de recursos. Esta debilidad tiene su explicación en el rol femenino tradicionalmente ligado al trabajo doméstico y al papel sobreprotector de las familias, que las sobreprotegen e invisibilizan y las impulsan en mayor medida a quedarse en casa.   

 

Por otro lado, históricamente los propios recursos especializados en salud mental han ido construyendo ciertas ideas distorsionadas a la hora de intervenir – de manera involuntaria y/o bienintencionada en la mayoría de los casos, o por puro desconocimiento sobre cómo intervenir, pero en cualquier caso con serias repercusiones -. Por ejemplo, durante mucho tiempo se mantuvo la idea de que era mejor no preguntar ni abordar situaciones de abuso o violencia por temor a que la persona sufriera una descompensación psiquiátrica, algo que carece de fundamento científico y que agrava el problema, al no poder intervenir para detectar y prevenir situaciones de maltrato. Desde los recursos especializados en salud mental llevamos tiempo tratando de corregir este tipo de situaciones, aunque aún queda camino por recorrer y sigue siendo necesario que las personas que desempeñan tareas de atención directa sigan formándose en perspectiva de género.   

 

A menudo las mujeres con discapacidad, especialmente cuando esta discapacidad viene determinada por el hecho de padecer una enfermedad mental grave, quedan excluidas de los propios movimientos sociales y asociativos que reivindican cambios en igualdad de derechos entre hombres y mujeres. Rara vez se les consulta o se les implica activamente, quedando fuera de los órganos de toma de decisiones y reduciendo así sus posibilidades de empoderamiento.  

 

Además, las mujeres con trastorno mental grave con frecuencia sufren diferentes formas de maltrato institucional, quizás el más dañino de todos porque viene ejercido desde los mismos organismos que deberían prestar protección. Esto ocurre cuando las instituciones son las que cuestionan o niegan sus derechos sexuales y reproductivos,  cuando se les amenaza con retirar la custodia de sus hijas sin intentar un trabajo educativo previo que reconduzca la situación o se les deniega la posibilidad de visitar a sus hijos, o cuando se les asigna un estatus de “incapacitadas” en prácticamente todas las áreas de funcionamiento – cuando en realidad lo que se precisa es un apoyo en áreas específicas – o cuando estos procesos de incapacitación nunca les es revisado para favorecer la recapacitación de la persona, generando situaciones de clara indefensión.  

 

Nos gustaría recordar que, afortunadamente, hoy en día muchas enfermedades mentales tienen tratamiento, y este tratamiento contribuye a una reducción significativa de la sintomatología. Hoy en día hablamos a menudo de “recuperación”. Esta recuperación implica que muchas personas con enfermedad mental grave pueden experimentar mejoras significativas en salud y bienestar, conducir sus vidas de forma autónoma, participar activamente en sus comunidades y esforzarse por desarrollar al máximo sus potencialidades. Pero no olvidemos que, con frecuencia, alcanzar una estabilidad psicológica y personal no suele depender tanto del tratamiento como de tener garantizadas las necesidades básicas, el acceso a recursos socio-comunitarios y a poder establecer relaciones afectivas en contextos de no discriminación. Esto último sólo será posible construyendo sociedades más comprensivas y empáticas, que reconozcan el valor de la diferencia y que estén dispuestas a compensar las desigualdades y corregir las injusticias. 

 

Por eso el 8-M hay motivos más que suficientes para reclamar igualdad de derechos y oportunidades entre hombres y mujeres, sin duda, pero sin olvidar a aquellas que padecen una doble discriminación por el hecho de ser mujeres y tener diagnosticada una enfermedad mental. Es nuestra responsabilidad ayudar a que sus reclamaciones y derechos no sean ignorados, a que puedan aspirar a una vida digna en igualdad de oportunidades. Entre todos podemos contribuir a que no sigan siendo las invisibles, las olvidadas.  

 

Hagamos que, en el ​día de la Internacional de la Mujer, también se escuche su voz. 

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