“La sociedad de la nieve”. O no hay mayor amor que el que da la vida por sus amigos

19 de Abril de 2024

Por Juan José Gómez-Escalonilla

Estas palabras las escribe Numa, uno de los integrantes del vuelo, a sus amigos antes  de morir.

Aunque noto un cierto empeño en la industria audiovisual de negar a Dios y cualquier trascendencia, en esta película, aun con el empeño de atenuarla, es imposible.

El relato de la película estoy seguro de que lo conocemos: un avión que viaja de Uruguay a Chile se estrella en la cordillera de los Andes, con 45 pasajeros en su interior. Entre ellos casi todo el equipo de rugby los Old Christians perteneciente a un colegio católico de Montevideo. El film describe los 72 que pasan allí hasta que son rescatados los 16 supervivientes.

Si te pones delante de la película, vas a acompañar a este grupo de pasajeros que van a intentar sobrevivir a las circunstancias más adversas, vas a sentir cómo el frío te cala hasta los huesos y vas a ser uno más dentro del avión, que es lo que pretende su director Juan Antonio Bayona. La película logra enclaustrarte en el fuselaje y el paisaje angustioso de la cordillera. Y desde luego no es lo importante detenerse en el morbo de lo que tuvieron que comer para vivir o no.

La película nos muestra, con nitidez, cada uno de los perfiles de los personajes, nos enseña quienes son, qué piensan, cuáles son sus inquietudes, su capacidad de sonreír, sus remordimientos. Esto es lo que hace especial esta película que no es una de desastres al uso. A todo esto le acompaña una fotografía espectacular donde la montaña luce bella y terrible, como una imagen que genera un sentimiento profundo. Solo apuntar cuando en la búsqueda de ayuda suben a lo alto de una montaña esperando encontrar algo de esperanza.

Estos personajes-ciudadanos generan una sociedad, allí en la nieve, en medio de las adversidades más terribles.  Y es precisamente en medio de ellas donde sale lo mejor del ser humano.

¿Cómo es esa sociedad que se genera?

Una sociedad basada en la ayuda mutua; una ayuda que sea especialmente delicada y dedicada a los más vulnerables. Es toda una lección de vida cómo se ayudan y cómo se cuidan sin dejarse vencer por la negatividad y el desaliento: “¿Ahora se van a dejar morir? ¿Después de todo lo que pasamos?”. Cada uno aporta sus capacidades, sus herramientas, su sabiduría y todo reporta especialmente en los más débiles.

Otro rasgo que destacar de esta sociedad es lo ancha y profunda que es su fe; se encuentra en la película y en sus declaraciones, incluso muchos años después. Hasta llegan a hablar del pasajero número 17, refiriéndose a Dios. No una fe paternalista sino una que sostiene, capacita y se manifiesta en las manos de los hombres.

Una sociedad que es comunión y memoria. Aún recuerdo el fotograma en el que uno de ellos se niega a subir al helicóptero de rescate si no le dejan llevar la maleta con todos y cada uno de los recuerdos de los fallecidos. Imprescindible para mantener su recuerdo, su memoria. En esta particular sociedad se genera una comunión de vivos y muertos, donde ambos tienen una vital importancia. Es inevitable la resonancia evangélica: “Mi carne es verdadera comida y quien come mi carne vivirá para siempre”.

Las sociedades las construyen las ciudadanas y ciudadanos que las habitan. Puede ser el mejor y el peor de nuestros reflejos, incluso en momentos de crisis y dificultad pueden apelar al “¡sálvese quien pueda! o al “¡y tú más!”. Tan solo hay que recordar que, mientras aspiramos a los grandes cambios, a las enormes transformaciones –que siempre vienen de arriba abajo-, existen hombres y mujeres que generan sociedades nuevas, pequeñas, como la sociedad de la nieve, que son semillas de algo mucho mejor.

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Compromiso Solidario, abril de 2024
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