'La marca'. Relato de Ricard Ruiz Garzón

8 de Agosto de 2022

La marca

Una calle cualquiera, una ciudad cualquiera, un país cualquiera, en nuestro mundo: ahora, hoy, aquí. Dos amigos, casi hermanos, vuelven del colegio. Kai es rubio, Bel pelirroja. Dejan en la acera las mochilas y los anoraks. Tienen ocho años.
 –¿Qué hacemos?
 –No sé.
 Se vacían los bolsillos, aburridos. Kai lleva un pañuelo, caramelos, un botón y cuatro chinchetas. Bel, cromos, un lápiz, una caracola, un clip y un trozo de tiza.
 –Con esto no hay quien juegue.
 –Qué palo.
 Kai se pincha el dedo con una de las chinchetas y presiona hasta hacer brotar una gota de sangre; la chupa. Bel pone la caracola en el suelo y la pisa; va partiendo los fragmentos con la punta del clip.
 Pasa un rato, algún siglo.
–Me sé un juego... –dice Kai, de pronto.
–¿Cuál?
 –Ponte aquí.
 Kai lleva a Bel hasta la calzada. Luego coge su tiza, se arrodilla y dibuja una raya entre ambos, que alarga varios metros. La repasa a conciencia, dejando grumos en el asfalto. Le queda bastante recta.
 –Ahora va y este lado de la raya es mío, ¿vale? Soy el dueño de esta mitad –dice, abriendo los brazos–. Y tú, Bel, eres la dueña de esa parte. También tienes tu mitad, ¿eh?
 Bel mira a Kai sin abrir boca. En la parte de su amigo, al otro lado de la raya, están las casas de la calle, incluidas las suyas. Con sus padres y sus madres, con los hermanos de ambos, con el pequeño Bingo, que es solo suyo, tan cachorrito, y con los jardines, las bicis, la fuente y el camino a la escuela. También están ahí las mochilas, en la acera.
 A su espalda, en cambio, solo hay un descampado.
 –No te quejarás, ¿eh?  –dice Kai, señalando un montón de palés rotos entre los escom-bros–. ¡Te ha tocado la cabaña!
 Bel arruga la nariz y se sopla el flequillo.
 –¿Y ahora?
 –Pues ahora jugaremos a negociar.
 –¿Cómo?
 –Tú busca algo en el descampado y tráelo, yo busco por aquí y luego hacemos un intercambio. O apostamos a ver qué vale más. Papá trabaja en esas cosas. ¡Será divertido!
 Bel repasa el descampado. Se adentra en él poco a poco, mirando al suelo. Hay pie-dras, maderas, una cuerda, cacas de perro. Hay hierbajos, matorrales con polvo, alambres oxidados. Un cubo con cemento y agua sucia, un zapato sin suela. Una pelota de tenis embadurnada con algo. Algo que no va a tocar.
 Después de buscar un rato, encuentra junto a un antiguo fuego un anillo chamuscado, con forma de calavera. Es de plástico, pero podría ser mágico. Y no da mucho asco.
 Lo coge y, obediente, busca más.
 Cuando vuelve, Kai se está comiendo los bocadillos de la merienda. Los dos, el de ella también. Es de lomo y queso, se lo ha hecho su madre.
 –He tenido que comérmelo para que no caducara. –Kai mastica y señala la raya–. Lue-go negociamos, pero no pases de aquí, ¿eh? No puedes cruzar. Si lo haces, pierdes.
 Bel vuelve a arrugar la nariz.
 –Es la ley –insiste Kai, sorbiendo el zumo de naranja que Bel siempre lleva en la mo-chila–. Si pones un pie en este lado, tendré que llamar a la policía.
 Ahora Bel empieza a resoplar.
 –Este juego no me gusta.
 –Pues ríndete. Puedes rendirte sin negociar. Pero entonces me quedo con todo.
 Kai coge la mochila de Bel y la pone entre sus piernas, con la otra. También coge los cromos, el lápiz, los caramelos, las chinchetas, los anoraks...
 Bel lo mira, de pie, y piensa un rato, mientras Kai se acaba el zumo y los bocadillos. Pasa un ángel. De largo.
 –¿Me dejas la tiza? –pide Bel finalmente–. Por favor.
 Kai la mueve entre sus dedos.
 Una gota de lluvia les cae en las cabezas. Levantan la mirada.
 El cielo se ha puesto político.
 A continuación, se oye una campana, se encienden los faroles y las madres empiezan a llamar a sus hijos por las ventanas.
 –¡Kai!
 –¡Bel!
 Un coche ruge al final de la calle. Y empieza a oscurecer.
 Kai tira la tiza al suelo y la pisa junto a la caracola, hasta que solo es polvo.
 –Tenemos que dejarlo, qué pena –dice, eructando–. Si te esperas ahí, mañana podemos volver a negociar. Seguro que encontramos alguna solución.
 –¿Y qué cenaré? ¿Y para dormir? –pregunta Bel–. ¿Y para la ducha? ¿Y los deberes?
 –Bah, ya lo dice papá –protesta Kai–. Nosotros venga a trabajar en el negocio. Y los de fuera, venga a pedir. ¡A nosotros no nos regalan nada!
 Kai lo coge todo y corre hacia su casa, con una sonrisa llena de dientes.
 Bel se lo piensa, pero al final avanza decidida hacia la raya.
 Va a cruzarla. Le ocurra lo que le ocurra.
 Porque ha entendido la clave del juego.
 Y en clase hay más trozos de tiza.
 

Sobre Ricard Ruiz Garzón

Ricard Ruiz Garzón (Barcelona, 1973) es un escritor catalán y profesor en la Escuela de Escritura del Ateneo Barcelonés, además es miembro de junta de la Asociación de Escritores en Lengua Catalana y el Consejo Catalán del Libro Infantil y Juvenil. 
Su obra literaria está especializada en el género fantástico, la literatura infantil y juvenil y la divulgación en temas como la literatura, la salud mental o la enseñanza de la escritura. Ha recibido premios como el Edebé de Literatura Infantil o el Ramon Muntaner de Literatura Juvenil.

Licenciado en Ciencias de la Comunicación en la Universidad Autónoma de Barcelona, ha ejercido también de periodista cultural en medios como El País o El Periódico.
Y muy vinculado con el mundo de la literatura, y con su trabajo como escritor, ha sido vicepresidente de la Asociación de Periodistas Culturales (2013-2016) y miembro del jurado de premios literarios como Pere Quart, Joaquim Ruyra, Ciudad de Alzira o Crexells, y ha asesorado a diversas editoriales.
 

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