Trabajar en un ‘huerto’ donde cada persona tiene su ritmo para crecer

16 de Julio de 2025

Nos gusta este símil por muchas razones.

La primera, porque recolectar y luego consumir la verdura cultivada no solo es más saludable, implica, literalmente, participar del principio ecológico del kilómetro 0. “Haber visto crecer algo ante tus ojos, haberlo cuidado, regado, alimentado…, para acabar saboreándolo y compartiéndolo es una gran satisfacción”, nos dicen desde la Casa de Acogida San Agustín y Santa Mónica de Cáritas Madrid.

La segunda razón, porque, como la labor en el huerto —de dedicación y cuidado—, es la labor que se realiza en la Casa con las personas que en ella conviven. Queremos que se fortalezcan —muchas son vidas marchitas, porque se han quedado sin hogar y sin redes de apoyo—; queremos que den frutos y se conviertan en “semillas de esperanza” que vuelen libres. Nos dicen desde la Casa: “Muchas vienen de una tierra que han experimentado a menudo como salvaje, llena de piedras con las que tropezar, de malas hierbas que compiten con ellas, con sed y con escasez de alimentos y agua”.

La tercera razón, porque las personas que conviven en la Casa de Acogida son como esas plantas por cultivar. Llegan como plántulas desnudas, encajonadas, solitarias, pero con un propósito, una posibilidad de desarrollo, un potencial, una belleza aún no perceptible y una misión. “Nosotros no podemos forzar su crecimiento, tiene su propio ritmo”; por eso les ofrecemos “paciencia, confianza y fe en la fuerza vital propia de cada persona”.

Y la cuarta razón, porque la Casa es como ese huerto. Se trata de un entorno conveniente, una tierra preparada, nutrida, con tutores adecuados a cada tipo de plántula.

La fuerza para crecer, desarrollarse y dar fruto está en la planta —o en cada persona, como queramos verlo—. A veces tarda más en aflorar; otras, es un trabajo arduo. Pero con el acompañamiento adecuado, salen adelante por sí mismas. Solo se trata de dejar pasar la luz que aparte la oscuridad y deje traslucir la esperanza de una vida mejor. Y de tiempo. Todo ello en convivencia: la luz, el agua, la tierra, los jardineros… Sin todas las personas acompañadas y que acompañan, no hay huerto comunitario ni frutos que compartir.

El huerto es también el símil del trabajo de cada persona implicada. Es el compromiso que cada persona tiene de cuidar ‘su propio huerto’: cuidar lo que sembramos en nuestro interior, cuidar las semillas que nos trae el viento, nutrirnos con aquello que nos hace bien y tener paciencia, fe y confianza.

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