Homilía en el Jubileo contra la trata
Pilar Algarate 26 de Octubre de 2025Homilía de José Luis Segovia, vicario Pastoral, en la Eucaristía Jubilar contra la trata de personas, en el domingo XXX Tiempo Ordinario (Ciclo C) - 26 de octubre de 2025. Homilía de José Luis Segovia, vicario Pastoral, en la
Queridas hermanas y hermanos: Os traigo un saludo muy cariñoso del cardenal Cobo que no ha podido hacerse presente en esta celebración como le habría gustado. Me ha pedido que la presida en su nombre, lo que hago con sumo gusto.
Esta Eucaristía Jubilar contra la Trata, a través de la parábola del fariseo y del publicano del Evangelio de Lucas que acabamos de escuchar - parábola, por cierto, solo recogida por este evangelista- reclama de nosotros un doble cuestionamiento: a nuestra forma de relacionarnos con Dios y al modo de situarnos ante las víctimas, hoy singularmente las de trata.
I.- La crítica radical de Jesús se dirige a los que se consideran a sí mismos justos y, ubicados por encima del bien y del mal, miran con superioridad y por encima del hombro a los demás. Este modo de colocarse en la vida está representado en el arquetipo del fariseo, pretendido escaparate de virtudes “de baratija”. En el otro lado, el publicano representa a las personas humilladas, a las vencidas, a las perdedoras de la historia, a las que se encuentran sin méritos a Dios y arrastran miserias y sufrimientos sin par; sin violencia alguna podríamos incorporar a las víctimas de la trata.
Por eso, lo primero que podemos decir - con todo cariño pero muy fuerte, para que se oiga fuera de los muros de esta catedral- a quienes habéis sido objeto de esa maraña detestable que es la trata, y a quienes generosamente habéis puesto vuestra vida, en el sentido más literal del término, al servicio del ministerio de la liberación de las redes mafiosas, es que Dios, el Dios entrañable de Jesús, se ha puesto amorosa y descaradamente de vuestro lado, que Dios toma partido por vuestra causa, que Dios apuesta por vuestros empeño en romper esas cadenas invisibles que han puesto seres humanos desalmados sobre la vida, la libertad y la felicidad de otras personas.
No importa cuán dura haya sido vuestra vida, cómo de difícil os esté resultando salir adelante… Del infierno de la trata se sale. Sí. Del infierno de la trata se puede salir. Dios ha descendido en Jesús a las cuevas más oscuras y tenebrosas de la trata para iluminar, para acompañar, para sostener, para levanta y para dignificar a quienes habéis sido sus víctimas; supervivientes, seréis luz y esperanza para las demás. Dios siempre escucha la oración del pobre. Aunque a veces responda misteriosamente desde el silencio elocuente, la “soledad sonora” de la que hablaba Juan de la Cruz o desde la vulnerabilidad herida pero habitada por un amor que es aún más grande que vuestro dolor.
Nuestro Dios es un Dios liberador de cautividades. Dios alza de la basura al pobre y levanta al humillado. Por eso ha podido decir el Papa León XIV en su reciente exhortación apostólica Dilexi te (2025) que el ministerio de liberación “es una expresión del amor trinitario: un Dios que no sólo libera de la esclavitud espiritual sino también de la opresión concreta. El acto de rescatar a alguien de la esclavitud y de la cautividad es visto como una extensión del sacrificio redentor de Cristo.” El Papa actual se coloca en estricta continuidad con lo que tantas veces repitió el Papa Francisco al definir la trata de personas como “una de las manifestaciones más dramáticas de la comercialización del otro. Constituye una herida abierta en el cuerpo de la sociedad contemporánea, una grave violación de la libertad y de la dignidad del ser humano.”
El fariseo de la parábola se presenta ante Dios con palabras que alaban su propia justicia, su propia impecabilidad, su propia posición. No ve al otro, no lo mira, no lo acoge ni lo escucha, simplemente lo juzga, lo prejuzga y lo desprecia. En cambio, el publicano se reconoce necesitado de misericordia, su corazón está abierto a la acción de Dios. El que se enaltece a sí mismo está ya condenado al vacío; el que se presenta vulnerable y con las manos vacías ante Dios, es levantado por Él. Ese es el más maravilloso milagro que nos mostráis quienes habéis recorrido caminos dolorosos de sanación y liberación sostenidos con la ayuda de Dios y de manos hermanas. ¿Cómo no recordar algunas congregaciones femeninas? Por todas, adoratrices, oblatas y Villa Teresita. Mujeres, siempre mujeres, tenaces a los pies de las cruces más dolorosas, mostrando con obras y sin retórica que Dios hace posible lo imposible, que nuestro Dios es un Dios de segundas oportunidades, que, como decía con belleza la primera lectura del libro del Eclesiastés, “Escucha siempre la oración del oprimido, que acoge la oración de quien sufre porque atraviesa las nubes y no se detiene hasta que alcanza su destino, y que acoge también la plegaria de quien les sirve de buena gana que sube hasta el cielo”.
Este es el camino del creyente: reconocer que necesitamos la ayuda confiada de Dios desde nuestra pequeñez y abrirnos a la gracia que nos transforma. Nuestro Dios hace nuevas todas las cosas y colabora activamente a que incluso las causas perdidas empiezan a estarlo menos.
Hasta aquí resulta todo bastante obvio: Dios se pone del lado de las víctimas y con ellas y con quienes las apoyan realiza portentos.
II.- Pero ¿tiene algo que decir la parábola al resto de la sociedad que no es, en rigor, ni traficante de seres humanos ni víctima? ¿Querrá decir también algo a nuestra Iglesia?
Sabemos que la trata de personas es un crimen contra la humanidad, pues viola la libertad y la dignidad de las víctimas. Es una herida abierta en el cuerpo de Cristo y en el cuerpo de toda la humanidad como clamaba Francisco. Pero siendo así, cómo Iglesia y como sociedad ¿nos colocamos ante ello más en modo fariseo o en modo publicano?
La trata, como cualquier forma de cosificación corruptora de cuerpos humanos, la prostitución, los abusos sexuales, incluidos los producidos dentro de la propia Iglesia, reclaman el compromiso de todos. No son cosa de otros. No se puede, no podemos “pasar página” precipitadamente y sin más.
Resulta escandaloso que la trata de seres humanos con fines de explotación sexual, de extracción de órganos, la explotación de menores, abandonados en manos de individuos sin escrúpulos los someten a abusos y tortura, a menudo acontece en el contexto del turismo y las vacaciones. Hasta ese extremo hemos normalizado el pecado y el crimen.
Por su parte, las leyes de los Estados muchas veces hacen flaco favor a la causa de las víctimas, sobre todo cuando están más atentas a aspectos securitarios y de control que a la detección de signos de vulnerabilidad y trata. Nos pasa a veces dentro de casa, de la Iglesia, cuando nos preocupa más la honra institucional que el servicio a la verdad y la atención integral a las víctimas de los abusos. Y nos pasa a todos cuando asistimos complacientes a la mercantilización de la vida, a la confusión de precio y valor, a la trivialización del mal, a la normalización del sufrimiento sobre todo cuando es de los diferentes, de los que no son de “los nuestros”. Por ahí la queja dolorida que se le escapa a san Pablo en la segunda lectura. El apóstol de los gentiles preludia el final violento de su vida, tras combatir el noble combate y conservar la fe y dice esto refiriéndose a los “suyos”, a los de la Iglesia: “En mi primera defensa, nadie, absolutamente nadie estuvo a mi lado, sino que todos me abandonaron. ¡No les sea tenido en cuenta!”
Afortunadamente, concluye Pablo: “Más el Señor estuvo a mi lado y me dio fuerza para que a través de mí, se proclamara el Mensaje y lo oyeran todas las naciones”.
Amigas y amigos, sobre todo quienes estáis en procesos de sanación por vuestra condición victimal: vuestra vida y su intento de superación es la más firme denuncia contra nuestra mediocridad; vuestra fe en el Cristo- víctima como asidero de vuestros momentos de soledad, nos alienta a todos; vuestra oración desde el último rincón escondido de las vergüenzas que os cuesta compartir edifica la Iglesia y nos invita a ser con vosotras, en este tiempo Jubilar, verdaderos “peregrinos de esperanza”.
Gracias a todas las víctimas de todas las tratas por enseñarnos dónde está Dios y dónde tiene que estar innegociablemente su Iglesia.