Historias que transforman: del dolor a la dignidad a través del empleo
16 de Mayo de 2025Por las vidas de Juan, de Billy, de Antonia, de Wilfredo… y tantas personas que han pasado por el Servicio de Empleo cada año, para que les demos una oportunidad, celebramos la campaña de empleo, e invitamos a la sociedad a solidarizarse o, al menos, a conocer, a sensibilizarse con sus historias. Nos lo cuenta des Cáritas Vicaría IV.
Juan no ha tenido una vida sencilla. Su vida quedó marcada por los siete años que estuvo en prisión. Cuando le tocó salir, nadie le esperaba al otro lado. Se vio viviendo en la calle, sin redes de apoyo. Pagó el precio más alto: salir y no tener a su lado a su hijo ni al resto de la familia.
Un amigo lo alojó en una habitación, al principio sin cobrarle, y después, “una ganga, tal y como están las cosas”, le decía, “150 euros”. Pero Juan no tenía dinero, apenas comía al día una barra de pan, eso era lo que se podía permitir.
En esta situación es como se acercó a una de las acogidas parroquiales de Cáritas Madrid, donde le ayudaron con el alquiler y alimentos. Pero era necesario, nos dicen, “que supiera pescar”. Y de consejo en consejo, llegó al Servicio Diocesano de Empleo. Tutorías y talleres le abrieron la puerta a una nueva oportunidad: optar a un puesto de inserción en Textil Empleo.
Lo logró. El trabajo ha ido haciendo el resto, trazando, redefiniendo, transformando su vida: recuperó la relación con su familia, mejoró su ánimo y su situación material, organizó sus rutinas y horarios, conoció gente de entornos sanos. Y, de nuevo, otra oportunidad: pudo acceder a un puesto de conductor de camiones, sector laboral en auge, con una gran demanda.
En otro barrio de Madrid, en un entorno no muy lejano, nos encontramos a Billy, de origen latinoamericano, llamando a una acogida parroquial para solicitar ayuda para poder pagar el alquiler de su habitación, de 600 euros, y sin lujos. En ella vivía junto a los cuatro miembros de su familia. Pero no está incómodo, no es su manera de vivir; en otro tiempo, al otro lado del océano, era un hombre de mediana edad, con trabajo, con una vida muy normal, autónoma y suficiente. No quiere pedir ayuda, pero en algunos casos es necesario gritar auxilio.
Esta era la nueva situación. Así que acudía a diario a Plaza Elíptica, a la espera de que le ofrecieran unas horas de trabajo cargando material de obra, haciendo mudanzas o limpiezas de fin de obra... Con eso, y lo que su mujer conseguía limpiando casas y cuidando a alguna persona mayor, pagaban el alquiler y se permitían una dieta basada en arroz blanco y embutido barato.
Y, pese a todo, tuvo que pedir ayuda para el alquiler, porque a veces trabajas, pero no te pagan; porque a veces los trabajos no son ni justos ni dignos. De Plaza Elíptica a Vallecas. De siete de la mañana a diez de la noche. De El Pozo a la Albufera. De bocadillos a galletas. Viviendo, caminando. No siempre los esfuerzos vienen con recompensa de vuelta. Un lunes a las 7 de la mañana, Billy puntual llegó a su cita de trabajo; su empleador no. Ni él, ni la semana de sueldo que le debía.
Con los ojos enrojecidos y la voz entrecortada, Billy nos cuenta en la acogida lo duro que es para él pedir ayuda. Hay situaciones indignas que te hacen creer que eres indigno de esperar más. Billy, no es así.
Juan, Billy y tantos y tantas, tantas caras de un poliedro que conforman el mundo laboral. Afortunadamente, la llamada a tiempo obtiene como respuesta una palabra de consuelo, una mano amiga, una puerta abierta, un camino al empleo digno, de esos caminos que te transforman la vida.