He conseguido trabajar y vivir sólo, pero me despierto cada mañana sabiendo que están a mi lado, que me están apoyando

Cáritas Madrid 25 de Mayo de 2016

Esta casa fue, y sigue siendo, un hogar y una familia para Abdel.

Historia de esperanza gracias al apoyo de recibido.

Esta casa fue, y sigue siendo, un hogar y una familia para Abdel.
Historia de esperanza gracias al apoyo de recibido.

 

Cáritas Madrid.- La Casa de Acogida San Agustín y Santa Mónica de Cáritas Madrid es un recurso residencial 24 horas, destinado a personas en situación de exclusión que necesitan un apoyo residencial tutelado para recuperarse y realizar parte de su itinerario de reinserción social.

 

Una Comunidad de religiosas de la Congregación Amistad Misionera Cristo Obrero (AMICO) colabora en el proyecto. Desde la década de los 90, la Orden de San Agustín apoya muy especialmente su realización. Y personas como Abdel, encuentran en este proyecto un lugar seguro donde pueden comenzar una nueva vida.

 

Abdel tenía sólo 15 años cuando decidió abandonar Marruecos y viajar a España metido en el hueco del motor de un autobús. 10 horas de viaje. Sin comer, sin beber y sin poder moverse o salir a descansar, porque nadie podía verle. "Me metí en el hueco que había entre la pieza que recubre la rueda y el motor, agarrado a un cable durante todo el trayecto para no caerme", explica. "Sabía que tenía un 70% de posibilidades de no llegar vivo, pero prefería arriesgarme que seguir con la vida que tenía". Con sólo 12 años ya estaba trabajando en un taller de chapa y pintura, porque a su familia le faltaba dinero para comer. Sin embargo, ese no fue el motivo que le empujó a querer salir de allí. "No me gustaba la forma de vivir", cuenta. "El trato a la mujer, a la gente mayor, la vida de los niños... Aunque me sentía orgulloso de mi país no podía vivir con ese machismo y esas condiciones".

 

A lo largo del viaje, el autobús en el que Abdel viajaba paró para que los viajeros descansaran y el conductor pudiera revisar el vehículo. "Se fijó en el cable en el que yo iba sujeto, que estaba roto por el peso de mi cuerpo", afirma. "Entonces se asomó, me descubrió y me dijo que me fuera de allí". Abdel se encontró en mitad de la carretera, sólo, iluminado únicamente por la luz de su mechero. En este camino, tuvo la suerte de encontrarse con un hombre marroquí que hablaba su idioma, porque él no sabía nada de español. "Le pregunté cuánto me quedaba para llegar a la capital -Abdel tenía la ilusión de ir a Madrid porque su equipo de fútbol es el Real Madrid- y me dijo: 'te queda un mes'. Pero la suerte volvió a sonreírle después de tres horas andando y, en una gasolinera del camino, coincidió con un segundo marroquí que esta vez se ofreció a llevarle a la ciudad con la que tanto soñaba. "No tenía más fuerzas para andar. Estaba hambriento, me dolía todo el cuerpo y me encontraba mal por el calor del motor y el olor a gasolina", nos detalla.

 

A día de hoy, ya lleva nueve años en España y, desde hace tres, tiene los papeles para poder viajar a visitar a su familia. "Luché mucho por conseguirlos, porque cuando me pongo un objetivo lo tengo que cumplir", dice orgulloso. "Soy un ejemplo de que los sueños se cumplen si te empeñas en ellos. Pero el camino no fue nada fácil”.

 

El abrazo de Cáritas Madrid

Abdel vivó un tiempo en la calle hasta que pudo instalarse con su primo. Durante este periodo pudo estudiar por primera vez gracias a una organización benéfica, porque en Marruecos nunca había recibido formación. Pero tras varios años, y al cumplir la mayoría de edad, su familiar le dijo que tenía que buscarse algo por su cuenta, porque ya no podía mantenerle. Después de varios meses y sin dejar de dar tumbos se vio en la calle. "fui a Cáritas Madrid y me ofrecieron quedarme un tiempo en el Centro de Atención a Personas Sin Hogar, CEDIA". En este Centro de Atención a Personas Sin Hogar el joven realizó un curso de peluquería. "Me metí de casualidad porque no había plaza en el de cocina que yo quería. Pero todo lo que fuera estudiar y aprender un oficio era bienvenido para mí", cuenta. "Era el único chico entre quince chicas, pero los seis meses que estuve me lo pasé genial y aprendí mucho". CEDIA era para él un gran alivio, pero no estaba conforme consigo mismo. "Me sentía impotente porque no podía ayudar a mi familia", señala, "aunque siempre tenía la esperanza de salir adelante, nunca me he rendido".

 

Gracias a esta actitud, la Casa de Acogida de San Agustín y Santa Mónica le ofreció una de sus plazas reservadas para CEDIA. En esta Casa residen personas que se encuentran en distintas situaciones de exclusión social, con el objetivo de que disfruten por un tiempo de un lugar acogedor mientras se recuperan y pueden volver al entorno social normalizado. Las personas encargadas del proyecto, vieron en él la fuerza y el entusiasmo por salir adelante. Y por esta razón le brindaron una habitación, una vivienda en comunidad y unas condiciones más hogareñas para poder desenvolverse. En la Casa todos colaboran y conviven como una familia. 

 

"Cuando entré en la Casa todo cambió, me enseñaron tantas cosas... Me apoyaron en todo", explica Abdel. "Cuando hablo de la Casa me quedo sin palabras", añade. "Normalmente, cuando una persona viene de fuera busca trabajo, prosperar... Pero yo sólo buscaba cariño y allí me lo dieron. Tenía a alguien que se preocupaba por mí, me abrazaba, me decía que todo iba a salir bien, me ayudaba a conseguir mis metas, me daba esperanza, ánimos...", explica con los ojos llorosos.

 

"Y también me enseñaron cómo llevar un hogar: cocinar, hacerme la cama, ordenar mi habitación... Cosas básicas pero que yo nunca había aprendido, porque en Marruecos los hombres no hacen nada, son las mujeres las que tienen que encargarse de todo". Abdel cuenta que, pese a que ahora ya ha logrado pasar a vivir sólo, sigue yendo a la Casa a comer, porque son como su segunda familia. "Estoy siempre en contacto con ellos, siempre me llaman para todos los planes que van a hacer, hasta pasamos las Navidades juntos" añade. "Y sigo viniendo a varias citas, porque una vez salimos de la casa tenemos tres meses de seguimiento para comprobar que todo vaya bien. Esa preocupación se agradece muchísimo".

 

 

"Hoy puedo decir que lo tengo todo"

Gracias a Cáritas Madrid Abdel realizó un curso de camarero y unas prácticas de tres meses en una conocida empresa de hostelería. Un buen día, una persona de la franquicia le vio desenvolverse en este periodo de prueba y le dijo: "te vienes conmigo a trabajar". Así comenzó su andadura laboral en esta empresa que, a día de hoy, todavía continúa. "Cuando empecé a trabajar lo primero que hice fue mandarle dinero a mi hermana para que retomara los estudios que tuvo que dejar porque no tenía dinero ni para pagárselos ni para material escolar", cuenta el joven. "Ese era mi principal objetivo y a eso dediqué mi primer sueldo. Además, también le mandaba dinero a mi hermano pequeño para que pudiera formarse, porque yo era consciente de que eso es lo más importante", aclara.

 

Hace ya algún tiempo que Abdel consiguió independizarse y alquilar una habitación. Afirma que el secreto para todo lo que ha logrado es pararse, a veces, a mirar el pasado. "Cuando perdía las fuerzas miraba atrás, veía de dónde venía, era consciente de que no quería volver a estar así. Y eso me daba el empujón para seguir."

 

"Ahora tengo todo lo que quiero: un trabajo y gente que me apoya y me quiere, así que todos los objetivos que me puse los he cumplido", declara. "Además, tengo una buena noticia que aun no sabe mucha gente: me han ofrecido un apartamento en las Viviendas de Integración Social que están justo en frente de la Casa. Tendré un apartamento pequeñito para mí". Gracias a esta vivienda, Abdel podrá tener un domicilio permanente y reforzar ciertos aspectos del trabajo doméstico, como el contacto con los vecinos y la economía doméstica.

 

 

El aprendizaje de español

"Aprendí español hablando con la gente", explica. "Y gracias a los voluntarios, son el pilar más importante en nuestro proceso de educación", añade. Ellos acuden a la Casa de Acogida por la noche y hablan con los residentes cuanto necesitan. "Si estaba triste o me pasaba algo en el trabajo me escuchaban y me aconsejaban". Una pareja de voluntarios acude a la Casa todos los viernes y duerme con ellos. "Para todos nosotros son la alegría de la semana, cuando les oímos entrar todo se viste de fiesta". Abdel cuenta que otro de los voluntarios, maestro de profesión, fue el que le ayudó a aprender español. "Para todos los cursos que hacía necesitaba saber leer y escribir, así que aprovechábamos cuando venía a la Casa y me daba clases". Realizar los cursos de Cáritas Madrid se le hacía más complicado al no saber manejarse con el idioma. "Pero cuando me hicieron la entrevista para el curso de camarero y les dije que no sabía leer ni escribir en español, no sólo me llamaron para hacerlo sin problemas, sino que me ayudaron en todo, no les importó tener 'trabajo extra' conmigo", describe el joven. "Cuando los otros chicos escribían, a mí la profesora me dejaba hacer una fotografía y escribirlo tranquilamente en la Casa con la ayuda de los voluntarios".

 

Y mientras realizaba esto se fijó otro de sus objetivos; en tres meses sabría leer y escribir con bastante fluidez. Y así fue. "Estaba siempre esforzándome, leyendo y transcribiendo cada día. Y gracias a que vieron mi empeño me eligieron para que hiciera las prácticas en la empresa después del curso", explica. "Cada camarero tenía una tablet para apuntar las comandas y yo me sentía orgullosísimo de ver que sabía hacerlo".

 

Abdel sostiene que siempre se fija objetivos. "Si lo puedo conseguir genial, si no, sigo intentándolo, yo nunca paro". Y para él conseguirlo tiene un truco muy sencillo: "no perder la esperanza y apoyarse en la gente que te quiere". "Para mí toda esta gente es la que he conocido en la Casa, porque por muchos años que pasen siguen en mi corazón", exclama acariciando su pecho.

 

"Yo no pido mucho. Ni un coche, ni un yate ni un palacio. Sólo quiero un trabajo, gente que me quiera y vivir feliz". En esto podría resumirse el futuro que ansía Abdel. "Un día me desperté y una de las voluntarias había pegado un cartel en mi mesilla de noche que decía: 'Siempre se puede mejorar'. Desde ese día tengo esto siempre presente, que puedo dar más. Por eso nunca paro de intentar avanzar y conseguir más y más cosas", cuenta el joven entusiasmado. "En un futuro me encantaría estar bien para poder dedicarme a ayudar a los demás. Tengo muy claro que en cuanto yo tenga la posibilidad de hacerlo entraré como voluntario en Cáritas Madrid para hacer lo mismo que hicieron por mí.".

 

Abdel tiene los ojos vidriosos. Cada palabra que dedica a la gente que le ha ayudado es insuficiente para él, dice que no puede expresarlo todo. "No tengo suficientes 'gracias' para dar a Cáritas Madrid, a toda la gente que apoya el proyecto que a mí me ha hecho tener la vida que tengo ahora", afirma. "Me lo han dado todo y he visto a muchos compañeros salir de lo más hondo también gracias a ellos. La gente que trabaja aquí y que nos apoya lo es todo para nosotros. Y no se pueden llegara a imaginar cuánto los queremos".

 

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