"Este es el Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo"
Cáritas Madrid 19 de Enero de 2020Segundo domingo del tiempo ordinario: Lectura del libro de Isaías (49,3.5-6). Sal 39,2.4ab.7-8a.8b-9.10. primera carta del apóstol san Pablo a los Corintios (1,1-3). Lectura del santo evangelio según san Juan (1,29-34).
Segundo domingo del tiempo ordinario: Lectura del libro de Isaías (49,3.5-6). Sal 39,2.4ab.7-8a.8b-9.10. primera carta del apóstol san Pablo a los Corintios (1,1-3). Lectura del santo evangelio según san Juan (1,29-34).
Cáritas Madrid. 19 de enero de 2020.- «Jesús es llamado el Cordero: es el Cordero que quita el pecado del mundo. Uno puede pensar: pero ¿cómo, un cordero, tan débil, un corderito débil, cómo puede quitar tantos pecados, tantas maldades? Con el Amor, con su mansedumbre. Jesús no dejó nunca de ser cordero: manso, bueno, lleno de amor, cercano a los pequeños, cercano a los pobres. Estaba allí, entre la gente, curaba a todos, enseñaba, oraba. Tan débil Jesús, como un cordero. Pero tuvo la fuerza de cargar sobre sí todos nuestros pecados, todos. “Pero, padre, usted no conoce mi vida: yo tengo un pecado que no puedo cargarlo ni siquiera con
un camión…”. Muchas veces, cuando miramos nuestra conciencia, encontramos en ella algunos que son grandes. Pero Él los carga. Él vino para esto: para perdonar, para traer la paz al mundo, pero antes al corazón. Tal vez cada uno de nosotros tiene un tormento en el corazón, tal vez tiene oscuridad en el corazón, tal vez se siente un poco triste por una culpa… Él vino a quitar todo esto, Él nos da la paz, Él perdona todo. “Este es el Cordero de Dios que quita el pecado”: quita el pecado con la raíz y todo. Esta es la salvación de Jesús, con su amor y con su mansedumbre. Y escuchando lo que dice Juan Bautista, quien da testimonio de Jesús como Salvador, debemos crecer en la con
fianza en Jesús» (Homilía del papa Francisco, 19 de enero de 2014).
EL SERVICIO A LOS POBRES
«Este es un modo de servir que hace humilde al que sirve. No adopta una posición de superioridad ante el otro, por miserable que sea momentáneamente su situación. Cristo ocupó el último puesto en el mundo —la
cruz—, y precisamente con esta humildad radical nos ha redimido y nos ayuda constantemente. Quien es capaz de ayudar reconoce que, precisamente de este modo, también él es ayudado; el poder ayudar no es mérito suyo ni motivo de orgullo. Esto es gracia. Cuanto más se esfuerza uno por los demás, mejor comprenderá y hará suya la palabra de Cristo: “Somos unos pobres siervos” (Lc 17,10). En efecto, reconoce que no actúa fundándose en una superioridad o mayor capacidad personal, sino porque el Señor le concede este don. A veces, el exceso de necesidades y lo limitado de sus propias actuaciones le harán sentir la tentación del desaliento. Pero, precisamente entonces, le aliviará saber que, en definitiva, él no es más que un instrumento en manos del Señor; se liberará así de la presunción
de tener que mejorar el mundo —algo siempre necesario— en primera persona y por sí solo. Hará con humildad lo que le es posible y, con humildad, confiará el resto al Señor. Quien gobierna el mundo es Dios, no nosotros. Nosotros le ofrecemos nuestro servicio solo en lo que podemos y hasta que Él nos dé fuerzas. Sin embargo, hacer todo lo que está en nuestras manos con las capacidades que tenemos, es la tarea que mantiene siempre activo al siervo bueno de Jesucristo: “Nos apremia el amor de Cristo” (II Cor 5, 14)» (Deus caritas est, 35).
ORACIÓN DEL VOLUNTARIO DE CÁRITAS
Quiero ser, Padre, tus manos, tus ojos, tu corazón.
Mirar al otro como Tú le miras:
con una mirada rebosante de amor y de ternura.
Mirarme a mí, también, desde esa plenitud
con que Tú me amas, me llamas y me envías.
Lo quiero hacer desde la experiencia del don recibido
y con la gratuidad de la donación sencilla y cotidiana
al servicio de todos, en especial de los más pobres.
Envíame, Señor, y dame constancia, apertura y cercanía.
Enséñame a caminar en los pies del que acompaño y me acompaña.
Ayúdame a multiplicar el pan y curar heridas,
a no dejar de sonreír y de compartir la esperanza.
Quiero servir configurado contigo en tu diaconía.
Gracias por las huellas de ternura y compasión que has dejado en mi vida.
En tu Palabra encuentro la Luz que me ilumina.
En la oración, el Agua que me fecunda y purifica.
En la eucaristía el Pan que fortalece mi entrega y me da Vida.
Y en mi debilidad, Señor, encuentro tu fortaleza cada día.
Amén.