Érase una vez… un camino a la esperanza y otro de vuelta

María Ángeles Altozano 23 de Abril de 2024

Una mañana de 2021. Una mujer llamada, por ejemplo, Cristina, llega a vivir a un residencial con un curioso nombre, “Jubileo”. Acude acompañada de miedos e inquietudes y junto a sus dos hijos adolescentes, una joven de 16 años y un chico de 12. Le dijeron en Cáritas Vicaría IV que no se preocupase, que a diferencia de la casa destartalada que compartían, allí tendrían, de momento, un hogar donde respirar aliviados hasta encontrar un camino a la esperanza.

Cristina viene ya, tiempo atrás, de hacer otro largo camino: el del viaje desde Guinea, el del duelo por la muerte de su marido que residía en Madrid y al que venían a ver de vez en cuando. En esas primeras visitas se enamoraron de este país. Aquí había sol, y libertad. Pero Cristina estaba atada a sus raíces y a sus responsabilidades de hija, hermana y tía protectora. La historia que cada persona arrastra detrás lleva consigo diferentes lastres que impiden, a veces, volar. Cortar algunos de ellos duele, lo sabe bien Cristina.

“Implicada y activa”, así describían a Cristina en el residencial “Jubileo”. Madre protectora y responsable, les enseñó a sus hijos a agradecer y a amar, a compartir con otros niños aunque no entendiesen su idioma. Y les enseñó a colaborar y a no perder las buenas formas, aunque la adversidad te golpee y algunos te den la espalda. Y “positiva”, escribían en sus informes a Servicios Sociales las educadoras. Siempre con la mirada y las ganas puestas en el futuro. Eso le permitió sacar fuerzas para trabajar en una casa interna los fines de semana, mientras el resto del tiempo se formaba para Auxiliar de ayuda a domicilio. El mismo empeño que puso en sacar a sus hijos adelante lo empleó en estudiar, y consiguió un contrato laboral nada más acabar las prácticas. Un contrato digno, mantenido en el tiempo, en medio de una vida donde las cosas parecían tener fecha de caducidad.

En el residencial Cristina y sus hijos compartían vivienda, primero con otra madre con hijos, y luego con una mujer sola, de Costa de Marfil. Relaciones de ayuda, de compañía, donde la clave estaba en escuchar sin esperar respuestas, porque ya las sabes, porque hay quienes con una mirada se reconocen en quienes tienen enfrente. Porque como dice el poema, “nada sabe de amor quien no ha perdido por amor una casa”.

Un día llegó otra buena noticia para Cristina y sus hijos: les concedieron un piso de protección oficial en Torrejón de Ardoz. Fueron días de mudanzas y de nervios. Volvían a caminar solos. Aquí no compartían con otras familias, ni estaba Manolo, el conserje del residencial, para ayudarla con la compra o bromear sobre los colores de su nuevo vestido. Tampoco había religiosas a quienes llamar de madrugada si uno de los niños tenía fiebre. Ni informes de trabajadoras sociales, ni las sonrisas amables de Ana, de Eva, de Sonia, de Juan y de tantas personas que trabajan en el residencial y entregan su tiempo y su cariño para que las familias se sientan como en casa. Pero tendrían al fin su propia casa, y las riendas de su vida. Ahora Cristina, pasea por las calles de la ciudad, como una madrileña más de pleno derecho. Se lo ha ganado a pulso, ¿y quién no?

Un día cualquiera, como hoy, va conduciendo su coche por las calles de Madrid. Baja la ventanilla. Han pasado algunos años desde que llegó, pero los días de abril soleados son siempre los mismos. Para en un semáforo. De repente le llega un olor familiar, dulzón y floral. Un olor que reconoce y que la transporta. En la esquina hay una frutería y una de las cajas rebosa de mangos. Y Cristina hace por unos segundos un viaje de vuelta, de vuelta a los brazos de su marido, al olor de sus hijos recién nacidos, a la mirada de su padre, a la lágrima que no derramó y el abrazo partido; a los besos o el baile escandaloso de las tardes de sábado; a la casa de cubiertas de hojas de palma; a un patio de tierra, a la fruta recién cortada que le ofrece su madre. Un viaje de vuelta.

El semáforo se pone en verde y Cristina continua su camino por la amplia avenida.
 

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