Sueños, no al alcance de todos
23 de Octubre de 2025¿ES EL HOGAR DE TUS SUEÑOS COMO ANUNCIAN LAS INMOBILIARIAS?
El hogar de los sueños de la mayoría de las personas dista mucho de los anuncios de viviendas, a precios inalcanzables, que se han convertido en un bien escaso y solo para unos pocos. La vivienda es un problema, sin duda. El sinhogarismo, es otro, que va más allá de no poder acceder a una casa o pagar una habitación, o tener donde resguardarse del frío. No tener hogar es no tener un lugar seguro y, sobre todo, un espacio en el que contar con el amor y el afecto de otros, «donde te reciban con un abrazo, donde sientes que le importas a alguien».
Hablamos con Marisa, Edgar, Ajuub y Leydi en CEDIA, el centro de Cáritas Madrid donde se ofrece escucha, acogida y descanso a personas que han perdido su hogar. Coinciden en que, en esta etapa de sus vidas en la que han necesitado pedir ayuda, CEDIA se ha convertido, si no en el hogar de sus sueños, sí en uno de tránsito que les permita soñar.
Llegar hasta aquí les ha abierto una ventana a la esperanza. «Es muy importante que nos entiendan y escuchen como primer paso; a ese sentirte acompañado se suma luego la voluntad que tengas de salir adelante. Tocar la puerta de Cáritas ha sido la mejor decisión que he tomado hacia un futuro prometedor».
Vistos desde fuera, cuando se miran, hablan entre ellos y se abrazan para darse los buenos días podría decirse que son una familia y que, efectivamente, este es —al menos de momento— su hogar.
«SIN HOGAR, PERO CON SUEÑOS»
Así dice poéticamente el lema de la Campaña de Personas sin Hogar de este año. Porque —tirando de tópicos— soñar no tiene precio y cualquiera puede apuntar alto. Porque desear tener una vida digna es un derecho que no se puede arrebatar. Y, sin embargo, ¿cuándo y por qué se truncan los sueños?
«Por malas decisiones, por orgullo, puede ser…, no lo sé». Marisa era una mujer que tenía «una vida acomodada, tranquila, segura, con una familia normal, mi marido y mi hijo, y mi hermana; pero he pasado como en un sueño, de la noche a la mañana, a perderlo todo». Se vio sola y en la calle tras salir del hospital por un problema de salud. Y las puertas se le cerraron. «Nada me cuadraba, no sabía si estaba dolida, enfadada, no sabía cómo había llegado a esa situación». Pero dice que lo que más le ha pesado no ha sido estar sin comer o pasar noches en la calle, sino verse sola —y esa palabra queda resonando en la sala— «… sola… y sola no puedo estar, necesito tener cerca a gente que me quiera».
A veces que los sueños se trunquen se debe a perder las redes de apoyo, y en otras ocasiones tiene que ver, como nos dice Edgar, «con no encontrar un trabajo, eso es muy frustrante». Edgar vino huyendo de su país y estuvo días en la Terminal 4 de Barajas durmiendo. Aunque tiene aquí a una hermana y una sobrina, no ha podido encontrar un trabajo que le dé estabilidad. «Me he sentido ausente conmigo mismo, fui perdiendo la autoestima». Edgar ha pasado de tener una vida acomodada en Perú, siendo funcionario y gestionando una entidad que ayudaba a personas, a ser la persona acompañada.
También el difícil acceso a una vivienda trunca los sueños de los más jóvenes. Nos los dice Ajuub que ha trabajado de todo, pero «si no tienes una nómina, no sirve de nada, aunque ahorre dinero con los trabajos que hago, nada, no me vale». El casting que hay que pasar para que te alquilen a duras penas una habitación, desmotiva. Hace cinco años cruzó la frontera tras cuatro horas a nado, ha pasado de una ciudad a otra hasta llegar a Madrid, de un centro de menores a otro, de un trabajo por horas a otro. «Ahora estoy aquí —dice con una sonrisa que nunca pierde—, estoy cansado, no ves la salida pensando todo el rato en cómo hacer para encontrar trabajo, pero hay que seguir». A veces la madurez no es cuestión de sumar años, sino de sumar vivencias.
Y hay legislaciones que, pese a la buena voluntad con la que han sido creadas, también truncan sueños. Leydi dice que recibió un mismo día dos noticias, una buena y una mala, como si de un acertijo de niños se tratara. Pero aquel no era un golpe del destino inocente, sino «el golpe más duro que he recibido»; ella estaba acogida en un programa para personas solicitantes de asilo y le informaron de que le habían concedido, no el asilo, pero sí la residencia por razones humanitarias. La cara: estás en una situación regular, tienes permiso de trabajo. Y la cruz: «Me dicen “tienes quince días para dejar el centro de acogida, buscar casa y empleo”; y así perdí el techo que tenía». Leydi quedó desorientada. «La residencia no viene con un hogar, viene con un tiempo corto y limitado para ordenar tu vida».
UN HOGAR NO SE CONSTRUYE CON PAREDES…
Un hogar se construye con el amor que lo habita. Lo saben bien Marisa, Edgar, Leydi, Ajuub y la mayoría de las personas a las que Cáritas Madrid ha acompañado en los últimos años: en la primera charla siempre apelan —antes incluso que hablar de la cama que tienen que compartir o de la falta de espacio para guardar sus cosas de aseo— al abandono, a la falta de amor.
Lo que pierde quien pierde el hogar tiene mucho que ver con lo estructural, con perder el derecho a empadronarse o a recibir asistencia sanitaria; o con lo emocional, con perder la dignidad..«Sientes que no has hecho lo suficiente, que a lo mejor algo en ti no está bien». Y aún tiene mucho más que ver con la carencia de afectos, porque «no le importas a nadie»
Por eso para Marisa un hogar es «ese lugar donde te sientes comprendido, donde te dan buenos consejos y donde alguien te mire y te sonría, como lo hacen aquí». El hogar de Leydi es un espacio que le permita «seguir sintiendo, seguir respirando, seguir amando, seguir llorando…, donde esté bien conmigo y con mi entorno». Y Leydi recuerda con la emoción en sus ojos húmedos a su abuela, ella era su hogar en Venezuela, la raíz de sus sueños de niña.
En el hogar de Ajuub, por el contrario, caben muchas más personas, su madre, su padre —un humilde pescador— y sus seis hermanos. «Sin mis padres no soy nada». De nuevo, la familia. Alrededor del 60 % de las personas sin hogar ‘sueña’ con recuperar su red de apoyo para salir de la exclusión. También para Edgar es esencial recomponer los trozos desperdigados de su familia, que tuvieron que salir huyendo de su país por las amenazas recibidas, cada uno, por un lado; su meta es rehacer la casa que formaban las personas a las que dejó lejos hace meses.
¿SOÑAR CON QUÉ?
El sueño, necesario para organizar nuestro mundo interior, unas veces para entenderlo, otras, para descargar las frustraciones, es algo individual y, sin embargo, siempre repleto de las personas que nos rodean o estuvieron en nuestras vidas. Quienes han perdido la esperanza o las grandes aspiraciones, no sueñan con una casa de tres pisos, ni con viajar lejos o ser el jefe de una gran empresa, sueñan con el amor de esas otras personas.
«Quiero sentir paz, calma…, mis sueños han ido construyéndose en el andar del camino, ahora mismo sueño con poder abrazar a mi familia», nos dice Leydi.
«Estar con mi familia» es también el sueño de Edgar, y hay en él otro deseo que nace del agradecimiento, «quiero volver a poner en marcha mi proyecto de seguir apoyando a otras personas vulnerables», a esas a las que ayudaba antes de convertirse en una de ellas.
«Que mi felicidad sea la felicidad de mis padres», empujado por este deseo dice Ajuub que no se rinde y lucha cada día para estar bien y que su familia esté orgullosa de él y tranquila.
«Dormida o despierta, siempre sueño lo mismo —y la voz de Marisa se quiebra como los sueños rotos—, con mi familia, con volver a formar un hogar».