«Tenemos que fomentar los relatos positivos de cómo nos enriquecen las personas que llegan a nuestro país»

27 de Octubre de 2025

Por María José Álvarez López

Hemos celebrado la 111ª Jornada Mundial del Migrante y del Refugiado, por eso nos encontramos en la sede de Cáritas Madrid con Rufino García Antón, delegado episcopal de Movilidad Humana. Sacerdote desde 1980, salmantino de nacimiento y vallecano de adopción, Rufino lleva más de 50 años trabajando en parroquias de Vallecas; actualmente colabora en la de María Reina y San Buenaventura, a la vez que desempeña su labor de delegado episcopal.

RUFINO ES TAMBIÉN representante de la Mesa por la Hospitalidad, creada por la archidiócesis de Madrid para animar y coordinar el servicio a las personas desplazadas forzosamente. Y recientemente ha sido reconocido con el Alter Christus, un galardón de Regnum Christi por la aportación de los sacerdotes a la sociedad. En el caso de Rufino se reconoce «su incansable labor en la pastoral social con las personas migrantes».

Cuál es su tarea fundamental, qué misión le han encomendado?
Soy animador, no protagonista, de la respuesta de la Iglesia de Madrid a la realidad de las personas migrantes. Mi tarea es crear equipos para la acogida, protección, promoción e integración de las personas migrantes que llegan y viven en nuestra ciudad y que ya participan de la vida de las parroquias y de la Iglesia. Afortunadamente, hay muchos colectivos eclesiales y sociales que están en esta tarea y hay que trabajar en red.

¿Por qué cree que últimamente estamos viendo crecer el racismo y la aporofobia?
Es un conjunto de factores, el rechazo al inmigrante no es tanto por ser inmigrante como por ser pobre. No rechazamos a los futbolistas que vienen y cobran grandes cantidades de dinero, ni a los turistas que nos traen divisas, es un rechazo al pobre, al diferente. Todo ello unido a miedos, a prejuicios para no encontrarnos con esas personas, porque, cuando nos encontramos con ellas y las miramos a los ojos, les ponemos historia y vida, la cosa cambia. Un ejemplo son los voluntarios que ayudan en los espacios de acogida sirviendo cenas; enseguida reconocen cómo ha cambiado su perspectiva al mirar cara a cara a estas personas que hacen lo que hacemos todos: buscarse la vida, en el mejor sentido de la palabra, para tratar de vivir dignamente.

¿Siempre hemos sentido prevención y miedo al diferente o es ahora cuando el fenómeno se magnifica?
Supongo que sí, lo que pasa es que somos conscientes de lo que vivimos en cada momento e ignoramos que desde que el mundo es mundo siempre hemos vivido el fenómeno de la migración. Supongo que es algo visceral, no lo sé; a veces también es algo interesado que se maneja e instrumentaliza de mala manera. Lo vemos en el debate político, en el que se utiliza a personas que sufren como arma arrojadiza e instrumento al servicio de intereses electorales, mientras ignoramos que España ha sido, y todavía sigue siendo, un país de migrantes tanto hacia fuera como dentro de nuestro país; pero, desgraciadamente, tenemos una memoria muy frágil.

¿Qué están planteando hacer en este contexto de racismo creciente?
Tenemos que trabajar mucho, cada vez más, en fomentar los relatos positivos de cómo nos enriquecen las personas que llegan a nuestro país. Nos enriquecen como sociedad. ¡Qué sería de nuestra sociedad si los inmigrantes dejaran de recoger la fruta, de cuidar a nuestros mayores, de trabajar en la hostelería! Nuestra sociedad se vendría abajo si no fuera por la aportación de los inmigrantes a nivel estrictamente laboral, pero también nos enriquecen cultural y religiosamente. Mucha gente que participa hoy en la vida de las parroquias es inmigrante, personas que nos rejuvenecen y revitalizan como sociedad y como Iglesia.

Otra cuestión, ya estrictamente desde el punto de vista humano y cristiano, es la acogida y la hospitalidad que están en el ADN de las personas y del Evangelio, por eso hay que insistir en los relatos positivos y en la integración progresiva. No se trata de hacer cosas para los inmigrantes sino con los inmigrantes. Hay que caminar juntos y también hacer un ejercicio de denuncia, decir que no hay derecho a que la sociedad, y la clase política especialmente, estigmatice y criminalice a los inmigrantes y a las personas que trabajan con ellos. Últimamente hemos oído cosas terribles, como que había que hundir a los barcos que rescatan migrantes; es horroroso y tendría que estar penado.

Los que quieren ayudar a otros a entender y empatizar con las personas migrantes ¿cómo pueden hacerlo?
Cuando uno se pone una venda en los ojos o unos cascos en las orejas para no ver ni oír, es muy difícil. Tiene que haber una cierta apertura, no una cerrazón absoluta; si no estás mínimamente abierto a los demás y a la realidad de otras personas, es muy difícil. Hay gente que por ignorancia se deja influir por discursos fáciles con fórmulas simplonas: que nos invaden, que vienen a quitarnos lo nuestro... Nuestra tarea es desmontar todo esto con argumentarios, que los hay, pero sobre todo con la realidad de los hechos reflejando lo que nos enriquecen en todos los sentidos. La diversidad enriquece, decir que somos raza pura es una tontería además de una mentira: somos mezcla de muchas generaciones y de muchas culturas, esto es así y va a más. Cerrar los ojos y el corazón a eso es como cerrarse a la vida; tenemos mucho que hacer en la sociedad, en la Iglesia y en las parroquias.

Estamos viendo que organizaciones como Cáritas, Cruz Roja y otras ONG son criticadas por ayudar a los migrantes; ¿qué les diría a quienes nos critican?
No sé si perdería mucho el tiempo porque, cuando alguien entra en ese discurso, es muy difícil. Yo los llevaría a un espacio de acogida donde hay migrantes y les diría «mírale a los ojos, escucha su historia, pregúntale por qué tuvo que irse de su país, cómo lo hizo, qué pasó durante el tránsito y por lo que está pasando ahora». No veo otra manera más que el encuentro con las personas. Pero si no quieren ni ver ni oír es muy complicado, aun así no pierdo la esperanza porque las personas podemos cambiar, y tenemos que seguir insistiendo en los relatos positivos. Las buenas prácticas, el encuentro y la convivencia diaria de los niños en los colegios, en los barrios y en la parroquia van normalizando la situación. Y, por supuesto, seguir con el discurso teórico. Acabo de recibir un comunicado de varias entidades, entre ellas Cáritas Española, pidiendo la aprobación de la Iniciativa Legislativa Popular para la regularización de los migrantes. Tenemos argumentos sólidos a nivel social y de la doctrina social de la Iglesia que avalan lo que estamos pidiendo, ese es el Evangelio puro.

Hablando de historias de éxito, ¿alguna especial que quiera compartir?
Un chico camerunés al que conocí hace siete años que salió de su país con catorce, y, tras varios años atravesando el continente africano, consiguió llegar a Marruecos. Lo que ese chico pasó siendo menor de edad es increíble y terrorífico, hace falta arrojo y coraje para salir, sobrevivir y llegar hasta aquí. Este hombre hoy ya tiene permiso de trabajo, pero como el tema de la vivienda está tan difícil, estamos apoyándole y echándole una mano. De vez en cuando manda audios con mensajes muy cariñosos y siempre acaba diciendo «muchos recuerdos a tu familia, te quiero padre». Su historia, y otras muchas que podría contar, son emocionantes.

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