Elogio de la caridad
3 de Junio de 2024«A los que aman a Dios todo les sirve para el bien» (Rom 8, 28)
Por José Luis Segovia Bernabé, Vicario para el Desarrollo Humano Integral
“Si te falta tiempo para estudiar todas las páginas de la Escritura y descubrir sus secretos, simplemente practica la Caridad […]. Sin ella, el más rico es pobre, y con ella el pobre es rico. La Caridad es la que nos da paciencia en las aflicciones, moderación en la prosperidad, valor en las adversidades, alegría en las obras buenas; ella nos ofrece un asilo seguro en las tentaciones, da generosamente hospitalidad a los desvalidos, alegra el corazón cuando encuentra verdaderos hermanos y presta paciencia para sufrir a los traidores”. 1
En estos términos tan hermosos expresaba el “argelino” San Agustín el significado de la Caridad. La llama “el alma de la Escritura”. Por eso, pudo concluir: “Ama y haz lo que quieras”. Siglos después, Deus Caritas est, la encíclica de Benedicto XVI, constituye uno de los más hermosos cantos a la primera de las virtudes teologales.
Destaca en primer lugar que la caridad no se puede delegar en otros; pertenece a la naturaleza de la Iglesia y “es manifestación irrenunciable de su propia esencia” (DCE 25a). Ello parte de que “cerrar los ojos ante el prójimo nos convierte en ciegos ante Dios” (DCE 16).
Por otra parte, aunque en otros momentos haya podido ser un paliativo liviano de la injusticia, hoy las relaciones entre justicia y caridad son percibidas de un modo nuevo. En particular, el rescate de la noción de “caridad política” por el Papa Francisco expresa a la perfección la vocación transformadora y universalista de esta virtud teologal.
La caridad organizada será siempre necesaria. Lo mismo que la coordinación intra y extraeclesial (cf. DCE 30). Pero servirá de poco sin la efectiva amistad con los pobres. La incondicionalidad abre el corazón “one to one” y hace de puerta de entrada a una comunidad cristiana habitable por las personas vulnerables.
“El imperativo del amor al prójimo” debe llevarnos a poner a las personas siempre en el centro. La proximidad, el conocimiento cabal de la realidad, su acompañamiento efectivo y no retórico y el ubicarnos existencialmente de parte de los pobres resultan imprescindibles. Por eso, la caridad además de traducirse en actos y en obras de misericordia, constituye un hábito del corazón, un auténtico “estilo de vida” en palabras del Papa Francisco.
En una organización identitariamente voluntaria como Cáritas, proyección de la vida teologal de la comunidad cristiana, “los pobres son nuestros señores y maestros”. Por eso, las imprescindibles competencias y habilidades técnicas nunca pueden ahorrar el ponerse a la escucha del magisterio de los más vulnerables. Esa escucha requiere atención cordial, acogida que brota del corazón, dispuesta a implicarse, complicarse y, si es el caso, replicar ante las instancias que toque reclamando sus derechos.
No cabe engañarnos ni espiritualizar. Santa Teresa de Jesús, maestra de oración, cuestionaba a sus cohermanas que andaban “muy diligentes a entender la oración que tienen y muy encapotadas cuando están en ella… [y] cuan poco entienden del camino por el que se alcanza la unión con Dios y piensan que está allí todo el negocio. Que no, hermanas, no; obras quiere el Señor; y que si ves una enferma a quien puedas algún alivio, no se te dé nada de perder esa devoción y te compadezcas de ella” . 2
Esa compasión evitará ver tan tempranamente la faz de Cristo en el pobre que le impida encontrase con el rostro concreto y la historia de la persona sufriente y sus circunstancias. El encuentro personal es siempre la llave maestra de la caridad. Precisa la audacia de ponerse a tiro del otro y en horizontal. Solo así la otra persona será un don para mí (aunque incordie a veces) y yo seré un regalo para ella.
El nexo necesario entre evangelización y obras de caridad debe evitar tanto el silenciamiento vergonzante de la propia identidad como el proselitismo que cosifica al destinatario y devalúa la gratuidad. No te hago rezar para darte algo. Más bien me doy porque rezo. Unas veces serán precisas las palabras: otras dejar que el amor en silencio actúe (cf. DCE 31c).
La caridad rehúye la instrumentalización ideológica. También evitará toda forma de excusas y burocracia que impida presto abajarse de la propia cabalgadura para montar en ella al apaleado. Si el encuentro es la clave de la caridad, la humildad es el código secreto que lo facilita. Porque se puede asfixiar al otro también a base de generosidad unilateral. Hay que favorecer siempre su protagonismo y su responsabilidad.
La caridad se integra armoniosamente con el resto de las dimensiones de la vida creyente: la transmisión de la fe, la celebración, la oración, la vida comunitaria... Por fin, la caridad hace lo posible por mejorar el mundo y con humildad confía el resto a Dios (DCE 35).
[1] Sermo 350, 2-3.
[2] Moradas Quintas, cap. III.