«El salto» Como disciplina olímpica. Crítica de la película "El salto"

15 de Noviembre de 2024

Por Juan José Gómez-Escalonilla Arellano

El lunes 5 de agosto a las 22 horas, el estadio olímpico de París se sumió en un éxtasis de euforia y admiración cuando Armand Duplantis, tras haber ganado ya la medalla de oro en salto con pértiga, decidió intentar batir el récord mundial de la disciplina. Este lo consiguió en su tercer salto, alcanzando la astronómica altura de 6,25 metros.

Todas las crónicas eran unánimes: «alcanzó la gloria eterna en una imagen que ya queda para la posteridad. Kendricks y Karalis le dieron la enhorabuena por un hito histórico y se fundieron en un emotivo abrazo mientras los aplausos y los gritos de alegría caían en cascada. El genio sueco logra superar el récord mundial, anteriormente en su poder, por novena vez». 80000 personas puestas en pie aplaudiendo «la gloria eterna».

Septiembre de 2024. En otra disciplina del salto de altura, el reto consiste en 12 kilómetros de 3 vallas paralelas con una altura de 12 metros cada una, culminados con alambre de púas encima. Las vallas están cubiertas con una malla que impide meter los dedos. La prueba tiene sus dificultades por las características retráctiles de su último tramo. Además, entre la primera y la segunda valla existe un entramado a modo de tela de araña con cable de acero sin elementos cortantes, que ralentiza la maniobrabilidad. Hace un tiempo, para favorecer la espectacularidad del evento, llegaron a instalar unas cuchillas en lo alto pero los saltadores sufrían lesiones muy graves y el comité organizador decidió sustituirlas.

Me cuenta mi madre cómo en su infancia, y en la de tantos otros, comían cáscaras de naranja, trabajaban desde los 4 años en el campo, no se podía decir que se pasaba hambre o solo comían los que trabajaban. Me refiere una época inimaginable de hace 70 años que la tradición oral nos ha transmitido pero que nosotros, en alguna parte del camino, hemos decidido olvidar.

«El salto», la película, es la historia de unos saltadores, no olímpicos, por conseguir un sueño, un futuro mejor o huir de los horrores más terribles que cualquiera de nosotros, ciudadanos europeos, nos podamos imaginar.

En esta ocasión no podría hablar de algo excepcional a nivel de fotografía, guion o elenco actoral, porque lo importante de la película es la mirada y la profunda historia que nos comunica. Algo así como la transmisión oral que las abuelas y las madres de la historia han querido comunicar para que no se caiga en el olvido: la lucha por la supervivencia es y será la historia de la humanidad.

Estos saltadores africanos permanecen atrapados por unas políticas migratorias que hacen que llegar a España de manera legal sea prácticamente imposible. La película muestra su recorrido, su entrenamiento, su preparación mental y física, los sacrificios que hay que hacer para conseguir la gloria eterna. Esa gloria eterna no es un cheque, una corona de laurel o un patrocinio publicitario. Es la vida digna, la vida de familia, la capacidad de soñar en la tranquilidad de la cama, aunque sepan que ese sueño no va a suceder.

Es la gloria de ver crecer a tus hijos, la del trabajo digno, la de sentirse parte de la sociedad, la historia, el mundo.

La brutalidad de la escena del salto es sobrecogedora, solo apta para corazones enternecidos. Las acciones de la policía marroquí, rompiendo las extremidades para impedir los saltos, no tienen palabras que se puedan reproducir aquí.

No pretendo utilizar la película para hacer política ni un planteamiento buenista —porque las personas somos de todo, buenas y malas—, pero sí que sea un asunto humano. Así lo ha entendido la Iglesia en la Iniciativa Legislativa Popular pidiendo la regularización de muchos hermanos inmigrantes.

No puedo dejar de evocar a aquellos que no llegan, los quietos en lo alto de la valla, los inmóviles en el fondo del mar, los tendidos en la arena ensangrentada. Por el cementerio del monte Gurugú, del Mediterráneo, que la verdadera gloria sea vuestro premio.

 

Nota del autor: Esta es la vez que escribo menos de una película. Os tengo que confesar que viéndola me sobrecogí hasta casi las lágrimas: una mezcla entre lo que veía en la pantalla y lo que veo todos los días en mi trabajo con personas en situación de exclusión.

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