“EL HOMBRE QUE ERA, LA VIDA QUE TENÍA NO LA PODÍA TRAER CONMIGO. AQUÍ, HEMOS EMPEZADO DE NUEVO”

Cáritas Madrid 19 de Diciembre de 2021

ENTREVISTA A JAWAD FAZIL RAZBAN

“El hombre que era, la vida que tenía no la podía traer conmigo. Aquí, hemos empezado de nuevo”.

 

El proceso migratorio comienza cuando una persona toma la decisión de salir de su país, pero no acaba con la llegada a otro país. En la nueva ciudad el periplo sigue. Hay que construir de nuevo un hogar, hay que redefinir quiénes somos y hacia dónde vamos, lo que pasa por buscar vivienda, empleo, regularizar la situación o aprender un idioma. La Odisea hacia una vida normalizada.

 

En este proceso es necesario el acompañamiento, la aceptación y la fuerza de voluntad para llegar hacia un destino deseable, que debe ser el de la inclusión, el de sentirse parte del país que te recibe, parte del mundo global y multicultural que somos, al margen de donde estemos geográficamente.

 

Ante la migración, surgen muchos interrogantes: ¿por qué sale alguien de su país arriesgándolo todo?, ¿cómo lo hace?, ¿qué obstáculos encuentra y qué ayudas recibe?, ¿cómo se ha sentido y cómo se siente ahora?, ¿ha podido normalizar su situación?, ¿cómo le han tratado?, ¿se siente parte del país de llegada? Y las respuestas son siempre personales. Nadie tiene la clave de la inclusión. Solo hay vidas cuyos protagonistas son personas con vivencias únicas, cada una un sol espléndido que diría Khaled Hosseini.

 

Tenemos aquí el testimonio de una de estas personas que llegó a España hace ya más de tres años. Es Jawad Fazil Razban, afgano del norte de Tahar. Vino desde Afganistán junto a su mujer Khatiba y sus hijos -Rho Angiz de 7 años, Arshan de 6 y Hamza de 3 años-, cuando Afganistán no estaba tan de actualidad como ahora, pero donde la vida allí era casi tan difícil como en la actualidad. Ahora viven en un piso de acogida de Cáritas Madrid y tienen asilo político porque venían amenazados.

 

¿QUÉ ES SER REFUGIADO?

Comenzamos la entrevista con esta pregunta, porque vamos a hablar con una persona a quien antes de verla como persona en toda su dimensión, se la ha etiquetado como refugiada. Así organizamos nuestro mundo, los de dentro y los de fuera. Y Jawad nos contesta:

 

“Una persona refugiada es como un pájaro que estaba en una jaula acostumbrado a su encierro, y de repente cuando lo liberan, aún piensa que no puede volar. Se siente amenazado, duda, hasta que poco a poco ve que puede volar”.

 

LA DECISIÓN

“Nací en un país en guerra, vivía en guerra y si seguía allí, moriría en guerra”

Para Jawad, emigrar nunca fue la primera opción. Su país, pese a lo que podamos pensar, para él tenía cosas buenas, como la naturaleza, la familia, la identidad… Pero pesaron más las cosas malas y él y su mujer tomaron la decisión de pedir ayuda para salir del país.

 

“Estaba”, dice Jawad, “harto de oír el sonido de las bombas y de amanecer con noticias sobre personas que habían fallecido”. Así era también Afganistán entonces.

 

Y fueron afortunados de que detrás de la llamada hubiese una respuesta de ayuda casi inmediata. Emprendieron así el viaje hacia su Ítaca particular.

 

Lo hicieron “obligados; el 90 % de las personas que abandonan su país, dejando atrás su cultura, sus raíces… es porque se ven obligadas a hacerlo. Yo nací en un país en guerra, vivía en guerra y, si seguía allí, moriría en guerra. Y eso no iba a dejar que mi familia lo sufriera. Nuestro corazón no quería marcharse, pero nos obligaron a irnos”.

 

Él, que estudio Filología Hispánica, trabajó un tiempo como traductor de las tropas españolas que estaban asentadas en el Oeste de Afganistán. Después, y tras casarse, tuvo otros empleos, como colaborador con la prensa internacional y como consultor para la ONU, hasta que montó su propio negocio de joyas.  Fue entonces cuando empezaron a sufrir amenazas e, incluso, fueron asaltados. Porque en Afganistán colaborar con el extranjero y querer prosperar está perseguido. Y el miedo, que se volvió intolerable, invadió sus vidas. Ahora tenía mujer e hijos.

“No quería que mis hijos normalizasen la guerra. En Afganistán no hay infancia, desde muy pequeños los niños se ven rodeados de bombas y sometidos a ideas y discursos políticos. Así crecí yo y no quería eso para ellos”.

 

SU VIDA ANTES

Había cierta libertad para vivir y elegir. “Aceptaba vivir en estado de alerta, porque estaba ayudando a mi país”

De su vida, antes de decidir emigrar, Jawad nos cuenta que, aunque con dificultades, la situación social y económica del país había mejorado desde el 96 hasta el 2001. Hubo un cambio con la intervención militar extranjera y las cosas iban a mejor. Las mujeres volvían a estudiar y a trabajar. Había cierta libertad para vivir y elegir. De hecho, él se casó con su mujer por elección propia, por amor.

 

En su caso en concreto, sí que “en algunos momentos vivía con miedo, sobre todo si salía de Kabul, ya que los traductores que apoyan a ejércitos extranjeros éramos considerados enemigos por los talibanes, acusados de traidores a la patria”. Pero era un miedo que podía asumir y que compensaba con el bien que, pensaba, estaba haciendo a su país:

 

“Aceptaba vivir en estado de alerta, aceptaba el estrés que esto me generaba, podía vivir con él porque estaba ayudando a los ejércitos que ayudaban a mi gobierno. Pienso que he hecho un buen trabajo ayudando al pueblo afgano y he disfrutado con ello”.

 

LA LLEGADA Y ACOGIDA

Grandes esperanzas y pocas expectativas: “Esperaba encontrar paz y tranquilidad. Y ahora vivo en paz y tranquilo”

Jawad y su familia llegaron a España de la mano de Cáritas Castrense, a través de los contactos con el ejército que había hecho durante su etapa como traductor. Llegó con sus dos hijos mayores y con su mujer embarazada de 8 meses del tercero. Desde que levantó el teléfono hasta que pudo preparar el viaje, el trámite no fue complicado, aunque sí un poco largo. Vinieron con grandes esperanzas y pocas expectativas:

 

“Estaba seguro de que encontraría lo que buscaba. Esperaba encontrar paz y tranquilidad. Y ahora vivo en paz y tranquilo. He encontrado gente muy amable, mucha amabilidad y poco racismo. Mis vecinos me han acogido muy bien, hasta algunos viene a casa a visitarnos. Me den lo que me den en otro sitio y, aunque soy consciente de que económicamente España no es el mejor país para vivir, me quedo aquí. No quiero irme”.

 

El proceso para adaptarse al nuevo país tampoco ha sido traumático. Ya hablaba el idioma y sus hijos lo han aprendido rápido. Les facilitaron una vivienda y también el acceso al colegio para los niños – su segundo hijo va a un centro especial porque nació con parálisis cerebral-. Tampoco siente que haya tenido que renunciar a su cultura o a su fe. Y actualmente tiene trabajo. Por eso, asegura estar– y se entrevé en el tono tranquilo de sus palabras– “tranquilo y contento”. 

 

A la pregunta de cómo ha sido la acogida, nos aclara:

“No ha sido fácil, entre otras cosas por el idioma y la cultura. Pero nos sentimos respetados y bien tratados aquí. No he sentido que nos rechacen o discriminen. Si alguna vez alguien mira nuestra forma de vestir, creo que es por curiosidad hacia algo que ven diferente, no por rechazo. Yo creo que soy mejor aceptado aquí como musulmán de lo que lo sería una persona cristiana en Afganistán, que estaría casi en peligro de muerte”.

 

Ahora Jawad ha pasado de ser acogido a ser acogedor. Acaba de recibir hace apenas un mes a sus padres y hermanos que han venido huyendo de Afganistán después del ascenso al poder del régimen talibán. A ellos, como a los cientos de familias afganas que acaban de salir de su país y viven lo que él vivió, solo les diría “que no pierdan la esperanza.  Si pierdes la esperanza, lo pierdes todo. Si hoy tienes pan, mantén la esperanza para mañana conseguir una comida mejor”.

 

INCLUSIÓN, LO QUE GANAMOS

“Para sentirte integrado, es muy importante tu propia actitud, el aceptar que no están contra ti”

Que en un país al que llegas de nuevo te sientas integrado depende para Jawad de dos cosas:

“Por un lado, sí es importante la gente que te rodea, cómo te reciben, pero no depende todo de ellas. Es muy importante también tu propia actitud, el aceptar que no están contra ti, sino que al principio no te conocen. Tienes que poner de tu parte y hacer por integrarte al lugar donde llegas, uno debe entregarse para recibir a cambio”.

 

De nuestro país lo que más le gusta “es la gente y el clima, que es cálido y me recuerda a Kabul”. Y reconoce que existen grandes diferencias entre España y Afganistán.

 

“No podemos, por otro lado, estar comparando ni estar siempre pensando en lo que dejamos atrás.  Hay que mirar hacia delante”. Sus palabras recuerdan a las del filósofo Vladimir Jankélévitch, quien también sintió lo que era ser emigrante y decía que para ser alguien aquí y ahora hay que renunciar a ser otro, en otra parte. Y eso es lo que piensa Jawad, más desde la aceptación que desde la resignación. Es muy consciente de que “el hombre que era, la vida que tenía, no la podía traer conmigo. Aquí, hemos empezado de nuevo”. Y esta frase podría sintetizar lo que es el punto de partida hacia una verdadera inclusión.

 

LO QUE DEJAS ATRÁS, LO QUE PIERDES

“No quiero recordar el sonido de las bombas. Aunque echo de menos a mi familia”

Los recuerdos nos acompañan toda la vida, a veces son de tristeza o nostalgia y otras, de alivio. Jawad hay cosas que no quiere recordar, y otras que echa de menos. “No quiero recordar el sonido de las bombas, las noticias sobre muertes y asesinatos. Aunque echo de menos a mi familia, a mis amigos de la infancia y el paisaje de mi país”.

 

Pero no hay lamento en su voz. Agradece lo que ha encontrado, porque ha sabido aceptar desde el principio el resultado de su decisión. Además, dice –como mantra o como consuelo- “el ser humano siempre emigra. Lo hicieron incluso mis abuelos que emigraron desde Samarcanda a Afganistán. Es parte de la vida”. Lo que no se plantea es el regreso, volver es “una opción imposible que no imagino”.

 

¿Qué precio se paga por emigrar? Para Jawad el coste es el tiempo, nada más. El tiempo que han tardado sus hijos en ir al colegio o aprender español; el tiempo que ha tardado él en encontrar un empleo; el tiempo que ha tardado su familia en tener una vivienda o hacer amigos. Han empezado de cero, por eso el coste es cero. “Tienes que levantarte de nuevo, salir de nuevo y luchar. La vida es lucha. Si te caes, te levantas” – y sonríe otra vez, porque la sonrisa forma parte de su identidad, de cómo recibe cada día-.

 

Después de todo, y echando la vista atrás, ¿ha valido la pena? “Ha valido la pena, sí -afirma con seguridad-. Si encuentras paz, vale la pena. Y a veces faltan recursos, pero sobran personas que quieran ayudarte en lo que puedan. Digo, de corazón, que estoy muy contento”.

 

LO QUE VENDRÁ, LO QUE ESPERAS

“Deseo que haya paz para el pueblo afgano. Deseo prosperar en el trabajo, que mis hijos estudien y saquen buenas notas, que tengan un buen trabajo”.

 

Para él, aunque incierta, su situación en España es esperanzadora. No así la de su país. Con tristeza y resignación asegura que vienen tiempos malos para Afganistán. “Lo que vendrá es una situación aún peor que la que teníamos en 1996, esto irá a peor, porque ya venía siendo así en los últimos meses. Habrá más muertes, y no habrá libertad. Los talibanes no cambian, han convertido Afganistán en una cárcel si eres joven o mujer. Ellos te dirán qué hacer, y hasta cómo vestirte o afeitarte. Y, más aún, para Jawad la sombra del régimen talibán se extenderá más allá de sus fronteras. “Afganistán es una amenazada para el mundo entero, el régimen apoya a fuerzas extremistas como Al Qaeda y esto puede significar que volvamos a vivir atentados como los del 11S. Tristemente mi país es como un campo de juego, donde se disputan la pelota China, Estados Unidos, Rusia… y otros países de alrededor, mientras pisotean los derechos humanos”.

 

Esta previsión, basada en su experiencia personal, vivida en primera persona y a costa de su propia integridad, se contrapone con su deseo. “Deseo que haya paz para el pueblo afgano. Tiene derecho a vivir en paz después de 20 años de guerra, en los que se ha gastado mucho, pero no se ha ganado nada”.

 

La travesía no ha acabado. A salvo y en paz, la vida sigue, aunque ya sin las prisas que aporrea el ruido de las bombas. En ese camino anhela “prosperar en el trabajo, que mis hijos estudien y saquen buenas notas, que tengan un buen trabajo”. Como cualquier padre. No hay dolor en sus palabras, no hay resentimiento en su mirada. Hay amor a su país, y hay amor al país que los ha recibido. No solo vive en paz, porque haya dejado de oír el ruido de las bombas, vive en paz, porque tiene paz interior.

 

Por María Ángeles Altozano

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