El gesto que enciende la esperanza, cuando la luz se apaga

Maria Angeles Altozano 16 de Junio de 2025

A las 12:32 Madrid se apaga. Se apagan los semáforos, las conexiones. Se apagan las ciudades. Muchos buscan cómo avisar a sus padres o esposas, otros cómo llegar a tiempo al colegio de sus hijos.

Y entonces las luces del entendimiento se encienden para acercarnos unos a otros: un taxi, un coche o una moto compartidos; un camino a pie entre tanta gente, una llamada a la puerta de un vecino por si necesita algo; un preguntarse qué va a pasar con quienes están en los hospitales, o con los mayores de las residencias; un «voy de camino» sin esperar respuesta.

Cuando Pilar llegó a la residencia de mayores «Fundación Santa Lucía», movida por su compromiso y su responsabilidad, se encontró allí a otras personas que no eran ni residentes ni personal contratado. Eran Luis, Julia, Antonio… o Juan, el joven técnico de la empresa de mantenimiento de ascensores. Eran personas que de forma voluntaria y en medio del caos y la desconexión más absoluta se sintieron llamadas a ayudar.

«Porque cuando piensas cómo va a subir Natividad sin ascensor a su cuarto para dormir la siesta, la respuesta es tengo que ir», nos dice Antonio. Y Juan pensó «no sea que alguien se haya quedado en el ascensor y no puedan avisarnos».

Así, la luz de la solidaridad fue iluminando la tarde madrileña. El gesto previsor de ayudar a preparar algo frío de cena, el gesto cómplice de unir las manos y agarrar con fuerza la silla de ruedas para subir dos pisos. El gesto de poner la radio para acompañar. El gesto de esperanza en la humanidad que representa, ante el miedo o la incertidumbre, pensar en el otro.

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