El cardenal Cobo invita a mirar la Cruz como gesto de reconciliación y de amor concreto. Viernes Santo.
Pilar Algarate 18 de Abril de 2025Durante la celebración del Viernes Santo en una catedral de la Almudena abarrotada, el arzobispo de Madrid contrapuso la cultura de lo inmediato y selectivo a la mirada honesta que brota del Evangelio y nos lleva a reconocer el dolor del mundo.
“Mirad el árbol de la Cruz”. Con estas palabras, repetidas a lo largo de toda su homilía, el cardenal José Cobo, arzobispo de Madrid, centró la liturgia del Viernes Santo en una invitación a dejarse tocar por el misterio del amor de Dios en la Cruz, como respuesta al dolor, a la exclusión y a la fragmentación de nuestro tiempo.
La mirada que incomoda, pero transforma.
En un mundo digital marcado por algoritmos que refuerzan sesgos y ocultan el sufrimiento, el arzobispo alertó sobre los peligros de una “mirada selectiva”, que también se cuela en la vivencia de la Semana Santa. “Unas personas se centran en las imágenes; otras, en el pasado o en la espectacularidad de los pasos. Algunas solo ven vacaciones o tiempo de ocio”, lamentó. Frente a esa dispersión, subrayó que la Iglesia, como madre sabia, dirige la mirada a un lugar concreto: la Cruz. No como adorno o estandarte, sino como signo del amor que se entrega y permanece. “Nos cuesta mirar muchas realidades invisibles, pero el Viernes Santo nos enseña a enfocar desde la honradez del corazón”, afirmó.
Una fe que no esquiva el dolor
El cardenal Cobo recordó que incluso a las primeras personas discípulas les escandalizó la Cruz, hasta el punto de abandonarla. “Es difícil mirar a Jesús condenado, hecho un guiñapo, víctima de la violencia, los insultos y los silencios”, dijo, en referencia al relato evangélico. “Pero si no miramos el árbol de la Cruz, no miraremos a Dios”.
En ese sentido, presentó la figura de Cristo crucificado como “la revelación más real y concreta del amor de Dios”, que se solidariza con toda persona herida, con quienes sufren injusticias y con las víctimas del poder y el desprecio.
Uno de los momentos más profundos de la homilía llegó cuando el Arzobispo explicó que Jesús “renunció a relacionarse con un Dios que baja de la Cruz, para confiar en un Dios que padece, que sangra, que se hace víctima”. Una transformación radical en la historia de las religiones, que nos ofrece una imagen de Dios no desde el poder, sino desde la compasión.
Por eso, subrayó, el Señor no espera grandezas, sino corazones abiertos que se dejen atraer por su costado herido. Una experiencia espiritual que transforma desde dentro.
La Cruz, fuente de amor silencioso y compromiso
El arzobispo no separó la espiritualidad del compromiso cotidiano. Enumeró signos de ese “amor silencioso que sostiene la vida”: madres y padres que se entregan cada día por sus hijas e hijos, personas mayores que lo han dado todo por las nuevas generaciones, migrantes que buscan una vida más digna para sus familias.
“Al contemplar la Cruz también aprendemos a reconocer las heridas que sufre la dignidad humana y a comprometernos con ellas”, afirmó, invitando a una sensibilidad activa frente a toda forma de injusticia o explotación.
En un contexto social y político marcado por la polarización, el cardenal Cobo recordó que la Cruz es “la respuesta de Dios a toda arrogancia, violencia y dominio”, y que la identidad católica se define por el compromiso con el diálogo y la reconciliación.
“La Iglesia está llamada a ser principio de reconciliación en nuestro mundo, no altavoz de la confrontación ni del juicio. Esto es ser católico: reconciliar, no dividir”, proclamó.