El camino de la transformación
27 de Junio de 2025Por María José Álvarez López
Esta es la historia de un hombre que se convirtió en zombi y recuperó la humanidad y de un militar en la reserva, un hombre bueno que decidió dedicar su vida a salvar vidas.
Los protagonistas son: Roberto Lozano, 61 años, acogido por la parroquia de San José en Colmenar Viejo, acompañado desde el Servicio de Empleo, trabajador de Asiscar y actualmente repartidor de una empresa de catering; y Diego Ortega, 66 años, militar en la reserva, voluntario en la empresa de inserción Asiscar impulsada por Cáritas Madrid, que presta servicios de mensajería, pequeñas mudanzas y transporte de comida.
Nos vemos una tarde soleada en las oficinas de Santa Hortensia. Ambos se saludan efusivamente, como dos colegas que se reencuentran y comparten recuerdos. Diego sonríe constantemente; de expresión bonachona y risa fácil, tiene el aspecto de un hombre bueno en el más amplio sentido de la palabra bueno. Nos cuenta que cuando pasó a la reserva, terminó el doctorado en Ciencias Políticas, especialidad en Seguridad Internacional, y decidió que tenía que hacer algo más. Siempre había estado vinculado al voluntariado. «Soy del grupo de Intendencia, nuestra misión era servir a los demás; alimentarlos, vestirlos… siempre ha sido una vocación de servicio, así que un día me pasé por Cáritas».
Empezaba la pandemia del Covid; su primera entrevista fue a través de Zoom y descubrió la cantidad de cosas que hacía Cáritas Madrid. Él pensaba que Cáritas era reparto de bolsas de comida y poco más. En la entrevista le preguntaron qué sabía hacer; les habló de su experiencia en servicios logísticos de transporte y alimentación y lo mandaron al Servicio de Empleo, que a su vez lo envió a Asiscar. «Y ahí estoy, llevo cuatro años. Hago de todo menos conducir las furgonetas, fundamentalmente soy el paño de lágrimas. Las personas a las que acompaño me cuentan sus problemas, sus disgustos, y los responsables también, porque gestionan empresas que son servicios sociales». Diego ayuda en todo lo que puede, da cursos de prevención de riesgos laborales, de manipulación de alimentos y cursos institucionales de igualdad de género y medio ambiente. Reconoce que lo difícil de una empresa de inserción es la falta de disponibilidad de sus trabajadores para la formación, por eso hace las rutas de transporte con ellos y organizan sesiones específicas fuera de la jornada laboral.
En sus cinco años de voluntariado ha acompañado, además de a Roberto, a unas 35 personas, una labor que requiere de mucha paciencia, mucha mano izquierda y grandes dosis de optimismo. Le da las gracias al voluntariado; cuando alguien le agradece su labor responde que las gracias se las da él a Cáritas por acogerlo dos días a la semana. Reconoce que el voluntariado le ha transformado totalmente; le ha permitido conocer el mundo de la economía social y de las empresas de inserción, una herramienta de transformación muy importante que requiere muchísimo esfuerzo porque «compaginar lo social con lo económico no es fácil, además compitiendo con empresas que no tienen componente social. En ellas, si alguien no funciona lo echan; nosotros al revés, al que funciona lo mandamos rápido al mercado de trabajo».
Roberto es un hombre enjuto, locuaz y de expresión seria; su mirada refleja un camino de transformación duro y azaroso. Tras varios años sin hogar, durmiendo en las calles de Colmenar Viejo, en 2020 decidió acudir a la Parroquia de San José, que lo acogió en el Hogar proporcionándole un techo, comida y terapias ocupacionales, entre ellas la de ser cocinero para las colonias infantiles de verano. Una trabajadora social lo derivó al SOIE (Servicio de Orientación e Información de Empleo) que, a la vista de su experiencia como repartidor antes de caer en la exclusión social, lo envió a Asiscar. Allí se encontró con Diego, que lo acompañó en los primeros repartos como trabajador de la empresa, y allí se cruzan sus caminos.
Roberto trabajaba formándose para poder conseguir un empleo acorde a su experiencia y Diego lo acompañaba ayudándolo en su camino de transformación a través de la formación para un empleo digno. Ambos coincidían los miércoles y jueves, los días que Diego dedica a su voluntariado en Cáritas. Roberto recuerda cuando lo conoció y que le gustó mucho que fuera militar. Su primer reparto juntos fue un pícnic enorme para una piscina de las colonias de verano en la avenida de los Poblados. Nos habla Roberto del camino hacia su transformación: «Yo siempre he sido sincero; cuando entré en el Hogar San Rafael era un zombi, ni más ni menos, era un zombi, me daba lo mismo morir que vivir, era nada». Una vez allí, poquito a poquito, volvió a ser persona; tutelado, dirigido, asistiendo a talleres ocupacionales e iniciando una vida más dinámica. Al cabo de los seis meses, cuando empezó a sentirse a gusto, cómodo y volvió a ser persona, le dijeron en Cáritas: «Ya estás vivo, te vamos a mandar al SOIE», de ahí a Asiscar y actualmente trabajando en una empresa de catering. De su trabajo actual le gusta repartir desayunos y menús sorpresa por cumpleaños, nacimientos, etc., ver las caras de felicidad y que le den las gracias. «Eso me gusta un montón». «Claro —le dice Diego— es que repartes alegrías».
Diego y Roberto, Roberto y Diego, dos caminos que se cruzan en Cáritas Madrid, dos vidas que se transforman juntas.