'El buen samaritano'. Relato de Isabel Durán Molina

21 de Septiembre de 2022

El buen samaritano

Ayer, cuando llegué a mi parroquia en mi día de voluntariado, me encontré en la puerta a Carmen, una buena amiga, hablando con un señor que parecía en situación de calle (ropa sucia, pelo descuidado y una bolsa de plástico con una manta y un abrigo), pero a la vez, con la mirada limpia y serena. 
Al verme llegar, Carmen le dijo: —¡Qué bien, porque Isabel es de Cáritas!

Carmen lo había visto al salir de misa. Le notó algo desorientado y se había acercado a él. El señor, Antonio, estaba contándole que era de Asturias y había venido andando a Madrid para intentar arreglar “el paro” de su empresa, que había cerrado.  Ya iba de vuelta a su pueblo, también caminando, y se había acercado a nuestra parroquia a ver si le daban un bocadillo para ese día. Y a pedir orientaciones para tomar la carretera para Asturias…
Me quedé sin saber muy bien qué hacer... Poco a poco se me ha ido grabando eso de que la Cáritas parroquial no somos recurso de emergencia; yo iba a lo mío (a entrevistar a un futuro voluntario) y tampoco soy del grupo de acogida...

Justo en ese momento llegó uno de los sacerdotes, el padre Fermín, y le miró con cariño y cierta impotencia. Le preguntó si tenía su documentación. Antonio nos dijo que sólo tenía el informe de un hospital de Madrid (que estaba muy doblado, sucio y roto). La cartera se la habían robado en el camino de ida a Madrid. Al parecer, desde que llegó había estado durmiendo en un parque. Desde el Samur Social le habían enviado a que lo revisaran en un hospital. En el informe decía que tenía pérdida de memoria y desorientación. (La verdad es que yo ni lo leí).
El padre Fermín nos pidió que buscáramos algo de comer y ropa limpia.  No teníamos la llave del ropero, pero entre las pocas bolsas que había para clasificar en la puerta, apareció la ropa perfecta para él (Dios es así). Carmen, que en todo momento llevó la iniciativa, le mandó al baño y con mucho cariño de madre, le dijo que aprovechara para lavarse bien "por todas partes". 

Antonio salió hecho un hombre nuevo. Relimpio y con la ropa nueva. Con su dignidad recobrada a nuestros ojos, porque él nunca la había perdido.
En un momento dado, mientras que se arreglaba, salió sin camisa a pedir una toalla y me fijé en que tenía la cara muy morena, pero el cuerpo completamente blanco. De verdad parecía que hubiera llegado andando desde Asturias.
En ese momento aparecieron D. Francisco, el párroco, y Javier, otro voluntario de la parroquia. Preparamos una bolsa con algo de comida (atún, galletas, leche, quesitos…). Y cuando abrieron el ropero, por esas cosas de la vida, vimos que había una mochila de montaña estupenda, con aislante, saco de dormir, cantimplora, … Se lo ofrecimos muy contentas, pero Antonio nos dijo que no, que andaba mejor ligero.  
Yo tenía que atender al nuevo voluntario, que ya llevaba un rato esperando. Pero antes fui a hablar con el párroco:
—¿Qué hacemos? Ya sé que no somos recurso de emergencia, pero... 
A veces no entiendo muy bien sus respuestas. Creo que intenta que aprenda sin darme la solución, pero en ese momento necesitaba respuestas concretas... Le pregunté si podía ser buena idea comprarle un billete para que volviera en bus. 
—¿Qué quiere él? —me preguntó.
—Ha venido a la parroquia por un bocadillo para seguir su camino. 
—Quizás quiera de verdad volver andando y hemos de respetarlo. Pero si no, podéis acompañarle a la estación de bus y comprarle el billete...
Cuando se lo propusimos, a Antonio le sorprendió la idea: —¡Pero va a costar mucho dinero!

Y surgió una dificultad: para poder comprar el billete por internet, había que rellenar los datos del pasajero. Antonio no recordaba su DNI. Decía que no se lo había renovado, porque costaba 12 euros...
A esas alturas de la mañana, yo me fui a realizar mi labor. Y Lucía, otra voluntaria de nuestro equipo, salió con ellos. 
Carmen en todo momento estuvo al mando, con dulzura y seguridad, contando con todos (a pesar de nuestras vacilaciones y lentitud), pero con las ideas claras. Fue a comprarle una barra de pan y embutido. Y llamó a un amigo policía para ver si era posible que le hicieran el DNI. 
Le dieron "cita" a la 1 y allá llevó a Antonio. Pero antes pasaron por un restaurante donde compartieron una comida caliente. 
Antes de irse de la parroquia, Antonio vino a despedirse de nosotros, muy educado y agradable. La verdad es que transmitía muchísima serenidad.
Lucía se ofreció a recogerle cuando acabaran el trámite en la comisaría, para llevarle a la estación de autobuses. 
Mientras tanto, Antonio iba contándole a Carmen algunos detalles de su vida. No tenía padres, pero sí 4 hermanos, que se llevaban entre todos bastante mal. Él estaba incapacitado y su sobrino tenía la tutela, pero no le pasaba nada de dinero. (Lo decía todo sin rencor ni maldad). Había trabajado en la construcción 2 años y medio. También cuidaba de sus 4 vacas... Le habían incapacitado porque tenía algo como "alzhéimer, párkinson o paludismo. Algo así..."
Durante estos últimos meses, desde que salió de su casa, había estado pidiendo para comer, sobre todo en las parroquias. 
—¿Y te han tratado bien?  
—Sí.
—Y en tu pueblo, ¿vas a la parroquia? ¿Conoces al cura? 
—Sí, se llama D. Jesús… 
Carmen le llevó a hacer la foto y a la comisaría. Cuando salió del fotomatón, Antonio miraba la foto y sonreía. No estaba acostumbrado a verse así... 
Después de algún tiempo esperando, le pasaron a hacer el carnet. No llevaba ningún documento. Al decirles su nombre, le enseñaron en pantalla el DNI, que no estaba caducado. En la foto aparecía un señor sin barba y bastante grueso. Parecía otra persona.
—¿Es usted? —preguntó el policía. 
—Sí…Como he dejado de beber vino y llevo 4 meses casi sin comer… 
Después de comprobar las huellas, le dieron el DNI. 
Carmen decidió entonces llamar a los servicios sociales del ayuntamiento del pueblo de Antonio, pero no le contestaron. Y a su parroquia. El párroco lo conocía perfectamente. La última vez que Antonio había ido a verle, fue a pedir unas velas porque no tenía luz en su casa. Conocía también a la familia, pero prefirió no contarle… Le sugirió que hablara con la trabajadora social de Cáritas.  
Antes de colgar, Carmen preguntó a Antonio si le gustaría saludar al párroco y le pasó el teléfono. Dice que se le iluminó la cara al hablar con él… 
Después, tal como estaba previsto, Lucía lo recogió a la salida de la comisaría y lo llevó a la estación. Le compró el billete y lo despidió al pie del autobús.  
Carmen, antes de irse, le había querido dar 10 euros para el billete de Oviedo hasta su pueblo. Pero no los quiso coger.  —Voy andando, son sólo 30 kilómetros. 
Sí aceptó a llevarse anotado su número de teléfono, para llamarla al llegar. 
Después de despedirle, Carmen volvió a hablar con D. Jesús. El párroco le agradeció mucho todo lo que había hecho y le dijo que iba ponerlo en conocimiento de la trabajadora de Cáritas y del ayuntamiento. Y que no dudáramos en pasar a saludar si alguna vez íbamos por allí.

Han pasado ya varios días desde nuestro encuentro con Antonio y hemos podido saber que llegó bien a su casa. Aunque Carmen no ha podido hablar con él, mantiene contacto con D. Jesús, con la trabajadora social de Cáritas y los servicios sociales del ayuntamiento. También su sobrino la ha llamado para agradecerle su ayuda. Todos le dijeron que, al llegar al pueblo, casi no reconocían a Antonio; parecía otro hombre. 
Está claro que el Señor escribe derecho con renglones torcidos… A Él se lo encomendamos. 
Por mi parte, ¿qué decir?, cuando terminé mi tarea y llegué a casa, me vino al corazón la parábola del buen samaritano. 
¡Qué bueno que Carmen estaba allí para acoger a Antonio, que tenemos el sacramento del perdón y que podemos confiar en lo que el Señor hace en nosotros para actuar mejor la próxima vez! Quizás entonces me deje llevar por el Espíritu Santo y actúe con valentía, sin pereza ni temor.
Por lo menos, he aprendido mucho y ganado en humildad.
Y Antonio está a salvo en su tierra, con un poco más de apoyo y una buena samaritana en Madrid.

#MagacinSolidario #IsabelDuran
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