El bosque sin nombre

9 de Junio de 2022

Por Susana Vallejo
 

Observa atentamente estos árboles, pequeño; mira la forma de ese tronco. ¿Qué te recuerda? Quizás se parece a un cuerpo humano, o mejor dicho, a dos cuerpos abrazados. Fíjate, allá arriba en las ramas que se entrelazan, da la sensación de que se buscan como si fueran los brazos de dos amantes.

Hace miles y miles de años, el mundo estaba cubierto por un enorme bosque. Un bosque sin nombre al que nadie se atrevía a entrar; así de oscuro, denso y terrible era aquel bosque. Decían que lo habitaban no sólo animales salvajes, sino también monstruos procedentes de otros mundos. Monstruos terribles cuya visión volvería loco a cualquier mortal. Y las gentes de nuestra ciudad, que por aquel entonces no era ni una ciudad ni tan sólo un pueblo, sino un puñado de cabañas hechas con troncos que se levantaban junto al río... Pues bien, entonces nadie se atrevía a internarse en este bosque sin nombre.

En el poblado junto al río vivía un leñador muy valiente: "Boris el grande", le llamaban, porque era más alto que los demás hombres y casi tan ancho como dos juntos.

Un día de otoño decidió internarse en el bosque sin nombre. Buscaba unos árboles en concreto, unos abedules altos y flexibles para construir una balsa para la familia de pescadores.

Entró en el bosque y enseguida encontró un abedul alto y perfecto. Lo cortó y lo arrastró él solo hasta su casa.

Presumió en el pueblo de haber entrado en el bosque y prometió que volvería: “Necesito otros ocho abedules como este”, le dijo a su joven y bella esposa. "No vuelvas al bosque, Boris, por favor" le rogó su mujer que creía en todas las leyendas que se contaban en el pueblo sobre el bosque sin nombre y que quería a su marido sobre todas las cosas.

"Yo no tengo miedo, mujer. Todo lo que se cuenta no son más que cuentos de viejas. El bosque sin nombre es un bosque como los demás" -le dijo Boris riéndose de ella-. “Mañana iré a buscar otro abedul”.

Al día siguiente, en cuanto amaneció, se levantó para cortar otro árbol, pero en el camino se encontró con su anciana madre.

“¿Qué haces a estas horas tan tempranas aquí, madre?”.

“Anoche me dijeron que fuiste al bosque y que en la taberna presumiste de haber cortado un abedul”.

“¡Y lo hice, madre, ya lo creo! Un joven abedul verde y flexible. Y hoy traeré otro”.

“No vayas, hijo mío. Por favor. Nunca te he pedido nada, pero si me quieres, no vayas. Este bosque no es como los otros. Quien entra en el bosque sin nombre no vuelve jamás. El bosque no deja escapar sus árboles y se alimenta con las almas humanas de los que se atreven a internarse en su espesura”.

“Madre, soy Boris, el grande; el más fuerte y valiente de todos los hombres del pueblo. No me venga con tonterías. Es un bosque como cualquier otro...”

“Ay, no querido hijo. Este es…”

Boris no le dejó terminar la frase y se rió de ella y de sus miedos.

“¡Soy Boris el grande y no tengo miedo de nada ni de nadie!” -y dando la espalda a su anciana madre continuó caminando hacia el bosque-.

Aquel segundo día encontró otro abedul perfecto. Lo cortó y a la tarde volvió al pueblo arrastrándolo. Y dejó el abedul junto al del día anterior. Y sus ramas plagadas de hojitas verdes parecían el cabello de un hada de los bosques y las ramitas de un árbol se enredaron con las del otro.

Y por la noche Boris fue a la taberna y mientras se bebía de un trago el aguardiente más fuerte que tenían, se rió de los miedos de los demás y de las advertencias que le hicieron.

Al día siguiente, el tercer día, aunque tenía dolor de cabeza y estaba muy cansado, madrugó para volver al bosque. Por el camino encontró a su anciano padre que le dijo: “Por favor, Boris, hijo mío, no vayas al bosque sin nombre". Pero Boris se rió de él. "Ya no eres fuerte, padre. Ahora eres un anciano lleno de miedos, como los demás del pueblo. Yo soy Boris el grande, déjame paso". Y Boris volvió a internarse en el bosque, buscó otro abedul flexible y verde, y, lo cortó. Y al atardecer lo dejó con los otros dos árboles. Y, adivina qué, las ramitas y las hojas de los tres árboles cortados, se trenzaron, se mezclaron y se buscaron, como si quisieran abrazarse.

Y al día siguiente fue su hermano el que le pidió que no volviera al bosque, y al otro el más viejo del pueblo, y luego su cuñada... Y así ocurrió un día tras otro. Pero Boris no hizo caso a nadie y regresó, día tras día, al bosque a talar árboles.

"Necesito nueve árboles para construir una barca" -decía-. Y cada atardecer se hacía más alta y grande la pila de abedules, junto a su casa, y él no se daba cuenta que sus ramas se unían como si aún estuvieran vivas, y se buscaban, y después se perdían en la tierra como si fuesen raíces que buscasen en el suelo el alimento que ahora no podían conseguir porque estaban cortados.

Boris necesitaba nueve árboles y durante ocho días volvió al bosque sin nombre y cortó un abedul. Pero el noveno día… El noveno día se levantó tan temprano como los otros, pero cuando atardeció, no regresó al pueblo.

Y cuando llegó la noche aún no había vuelto.

“El bosque se ha cobrado por fin su alma” -dijo su madre-.

“Su alma costó ocho árboles”. "Era un hombre muy fuerte". "Ya se lo advertimos" -decían en el pueblo-.

Todos dieron por perdido a Boris. Nadie quiso entrar en el bosque a buscarlo. Nadie, excepto su mujer que cada día se acercaba hasta la linde del bosque y gritaba su nombre hasta quedarse afónica. Hasta que un día ya no pudo más y presa de la locura y la melancolía entró en el bosque a buscar a su esposo. Y ¿sabes lo que cuentan? Que ella tampoco regresó, que encontró a su hombre convertido en árbol y que se abrazó a él y gritó y lloró tanto que el espíritu del bosque sin nombre se apiadó de ella y la convirtió, como a él, en un hermoso árbol.

Mira ahora alrededor, pequeño. Observa esos troncos. ¿Qué te parecen?... ¿Una pareja abrazada? ¿Y aquel? ¿Un hombre gritando? ¿Y ese? ¿Un hombre colgado? ¿Una mujer que huye? ¿Un viejo arrodillado? Cada árbol esconde una historia. Fíjate en el bosque. Hay cientos de historias esperándote en este bosque sin nombre.

 

Sobre Susana Vallejo

Susana Vallejo, es una escritora madrileña (1968) con una amplia carrera literaria, se ha especializado en novelas y relatos de ciencia-ficción y fantasía. Su primera novela la publicó en 2008, La orden de Santa Ceclina. A partir de ahí ha cosechado una serie de éxitos que la han posicionado como una escritora de referencia en el ámbito de la novela juvenil y de fantasía.

Ha sido finalista de los premios Jaén de Alfaguara, Edebé de literatura juvenil en 2007, el premio Internacional de Ciencia Ficción y Literatura fantástica de ediciones Minotauro en 2008 y 2013. Y ha sido ganadora del premio Ictineu  (2010 y en 2022) y el premio Edebé de Literatura Juvenil (2011).

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