El Adviento: tiempo de espera (paciencia), conversión (obediencia) y esperanza (promesa)

24 de Noviembre de 2022

Estas son parte de las reflexiones que nos ha compartido Juan Carlos Vera, vicario episcopal de la Vicaría I, ahora que se acerca la Navidad, vivimos un tiempo de esperanza aún en contextos socioeconómicos donde reina la desesperanza. Por eso nos prepararnos en este tiempo de Adviento donde renazcan la ilusión y la esperanza. 

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El Adviento es un “tiempo de esperanza” en las promesas de Dios: nos abre al Evangelio, a la revelación del “misterio escondido” en la historia de todos y cada uno de nosotros: la irrupción de Dios en el tiempo y del hombre en la Eternidad, porque el Hijo de Dios se ha hecho hombre para hacernos “hijos de Dios”.

El Adviento es sinónimo de esperanza: no la esperanza vana de un “dios sin rostro”, sino la confianza concreta y cierta del regreso de Aquel que ya nos ha visitado. Es la esperanza en Dios, que se encarna en Navidad, nos decía Juan Pablo II.

Por eso, se nos invita a no desanimarnos, sino “actuar con esperanza”, como la Virgen María, en estado de “buena esperanza”. Aquí descubrimos otra ley profunda de la realidad: que la vida se alcanza y madura a medida que se entrega para dar vida a los otros. Por consiguiente, recobremos y acrecentemos el fervor.

El hombre actual, desencantado y desesperanzado, sin ilusiones ni aspiraciones trascendentes, vive “plácidamente instalado en la finitud” (Tierno Galván), en el aquí y ahora, en la inmediatez y la inmanencia, vacío de sentido y proyecto. Y, a veces, se nos contagia su agnosticismo, escepticismo y derrotismo, cuando pensamos que todo está perdido, que no hay nada que hacer y que sólo cabe resignarse al sinsentido, a la banalidad y a la injusticia. . Por eso, «se necesitan sobre todo personas de fe que, con su propia vida, mantengan viva la esperanza… ¡No nos dejemos robar la esperanza!» (EG 86). Nuestra imperfección no debe ser una excusa; al contrario, la misión es un estímulo constante para no quedarse en la mediocridad y para seguir creciendo.

El Adviento nos invita precisamente a “vivir en estado de buena esperanza”, hambreando “noticias de Dios”, como la Virgen María, en actitud de “permanente Anunciación”. La esperanza nos anima a creer posible -para nosotros y para todos, sobre todo para los pobres- la plena posesión de lo que en el fondo deseamos. Una “dura y hermosa tarea” que se nos encomienda, especialmente, hacia los más pobres y vulnerables, los más necesitados de esperanza y quizás, al mismo tiempo, los más tentados de desesperación. Porque, frente al escándalo del mal, que nos hunde en la desesperación, está el escándalo de la fe, que nos abre a la esperanza, a creer posible lo imposible: la victoria sobre el mal, el pecado y la muerte, la salvación del hombre y del mundo en la comunión con Dios.

Por eso, como recuerda el Papa Francisco, «el mandato es: “Id por todo el mundo, anunciad la Buena Noticia a toda la creación” (Mc 16,15), porque “toda la creación espera ansiosamente esta revelación de los hijos de Dios” (Rm 8,19). Toda la creación quiere decir también todos los aspectos de la vida humana, de manera que “la misión del anuncio de la Buena Nueva de Jesucristo tiene un destino universal. Su mandato de caridad abraza todas las dimensiones de la existencia, todas las personas, todos los ambientes de la convivencia y todos los pueblos. Nada de lo humano le puede resultar extraño”.

Himno de Adviento
«Mirad las estrellas fulgentes brillar,
 sus luces anuncian que Dios ahí está, 
la noche en silencio, la noche en su paz, 
murmura esperanzas cumpliéndose ya. 
Los ángeles santos, que vienen y van, 
preparan caminos por donde vendrá 
el Hijo del Padre, el Verbo eternal, 
al mundo del hombre en carne mortal. 
Abrid vuestras puertas, ciudades de paz, 
que el Rey de la gloria ya pronto vendrá; 
abrid corazones, hermanos, cantad 
que vuestra esperanza cumplida será. 
Los justos sabían que el hambre de Dios vendría 
a colmarla el Dios del Amor, su Vida es su vida, 
su Amor es su amor serían un día su gracia y su don. 
Ven pronto, Mesías, ven pronto, Señor, los hombres hermanos esperan tu voz, tu luz, tu mirada, tu vida, tu amor. Ven pronto, Mesías, sé Dios Salvador. Amén»
 

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