Dos corazones en busca de refugio

17 de Diciembre de 2024

Por María José Álvarez López

Elena y Javier, nombres ficticios para proteger su intimidad, son una joven pareja colombiana que un día se vio obligada a abandonar su país dejando a su familia, su vida y los sueños por los que tanto habían luchado para refugiarse en nuestro país.

NOS ENCONTRAMOS una calurosa mañana de agosto en un pueblo de la sierra madrileña. Al acercarnos a la casa, ya desde lejos, vislumbro sus caras risueñas, que no pueden ocultar cierta timidez y sorpresa porque queramos conocer su historia; su vida en Colombia, cuándo se plantearon abandonar su país, cómo prepararon la salida, qué decisiones tuvieron que tomar y qué tuvieron que dejar atrás.

Empezamos a charlar; les pregunto cuándo se conocieron. Javier responde que con su vida se podría escribir una novela y nos cuenta que, ante la falta de oportunidades en su país, decidió alistarse en el ejército y fue trasladado a una base militar próxima a la población en la que vivía Elena, una de las zonas cafeteras de Colombia. Fue en 2007 y ambos tenían 18 años. Un primo de Elena le pasó su móvil a Javier y así, durante semanas hablando por teléfono todas las noches, se fueron enamorando poco a poco, un amor a ciegas como lo llama él. Mientras hablan, interrumpiéndose el uno a la otra para matizar o añadir algo, se observan con un arrobo especial intercambiando miradas enamoradas y sonrisas luminosas. Una noche, Javier decidió escaparse del cuartel unas horas para conocer a Elena; una decisión que reconoce fue una temeridad porque el pueblo, que había sufrido graves conflictos entre la guerrilla, las FARC y el ejército, con el narcotráfico de fondo, estaba considerado zona roja y los protocolos de seguridad, sobre todo por la noche, eran muy estrictos.

Elena, que vivía con su madre y cinco hermanas, estudiaba en el instituto, hacía cursos de informática e intentaba prepararse y formarse profesionalmente, recuerda esa noche en la que Javier la estaba esperando. La besó en la mejilla, estaban muy nerviosos, si los encontraban él se arriesgaba a un castigo ejemplar y ella al escarnio público. Final - mente, Javier decidió hablar con su comandante y pedirle una tarde libre a la semana para verse con Elena sin riesgo y poder empezar una relación formal.

Cuando Javier acaba su estancia en el ejército, le propone a Elena ir juntos a su ciudad. Ella tenía sentimientos encontrados; quería irse con el amor de su vida, pero no soportaba la idea de dejar a su madre y hermanas; la pequeña tenía 2 años, y el sentimiento de culpa era demasiado grande. Ya instalados en la ciudad de Javier, Elena tiene que buscarse la vida y empieza a trabajar en lo que le sale mientras Javier, ya fuera del ejército, se coloca como auxiliar administrativo. Viven en la casa de una hermana de Javier, alternando trabajos precarios durante 6 años, hasta que él consigue una plaza en el Banco de Bogotá. Y entonces, la relación se rompe por iniciativa de Elena que se vuelve a su pueblo convencida de que no va a poder prosperar como Javier y, por tanto, no va a poder ser una relación igualitaria.

Reconoce que se pasó un año llorando por las esquinas, sufriendo en su casa, enrabietada por haber tomado una decisión que la hacía sufrir; pero seguía creyendo que, si él prosperaba y ella no podía estar a su altura, la relación no iba a funcionar. Durante el año que pasó sin ver a Javier, él la llamaba alguna vez, pero siempre acababan discutiendo y dando vueltas sobre los mismos temas, hasta que un día él le pide su currículum para un proceso de selección que había abierto el Banco de Bogotá. Cuando la llaman para la entrevista, Elena vuelve a la ciudad de Javier, lo telefonea para darle las gracias, quedan en verse y cuando se encuentran... «Yo casi me muero», dicen al unísono. Tardaron algunas semanas en solucionar malentendidos y aclarar las cosas entre ellos para retomar una relación más sana y madura. Elena consiguió el trabajo en el banco y, finalmente, se casaron iniciando una etapa de estabilidad profesional y económica a menudo alterada por los conflictos y la violencia en la que vivía la sociedad colombiana.

Javier veía las injusticias que le rodeaban; reconoce que siempre ha tenido una gran conciencia social, y, como una manera de ayudar a mejorar el mundo en el que vivía, se afilió al sindicato del banco y allí empezó su formación para convertirse en un líder sindical. Mientras tanto, los conflictos entre la guerrilla, las FARC, el ejército y los cárteles del narcotráfico colombiano iban en aumento. Elena también se incorporó a la actividad sindical y fue adquiriendo cada vez más notoriedad como líder del sindicato de banca. Ambos eran muy activos en la lucha por los derechos de los trabajadores, especialmente en redes sociales a raíz de la pandemia del Covid. En mayo de 2020, el confinamiento, el cierre de la actividad económica y la reforma tributaria colombiana provocan importantes disturbios callejeros, incendios y saqueos, con varios muertos y heridos. Elena y Javier salen a la calle a manifestarse; les pesaba más lo que llaman «el dolor de patria» que el miedo a la pandemia. La impotencia de ver a la gente morir por defender su derecho a una vida digna los llevó a una activa lucha sindical que los puso en el punto de mira de las autoridades... y empezaron a recibir amenazas. Es en ese momento cuando empiezan a pensar que, si no abandonan el país, sus vidas corren peligro, un pensamiento que se convierte en miedo físico cuando varios líderes sindicales son asesinados. Javier, que tenía un hermano viviendo en España, es el primero que plantea que, si quieren seguir vivos y tener un futuro, deben abandonar su amada Colombia y refugiarse en España. Elena tampoco tuvo dudas así que empezaron a preparar discretamente su salida del país; renuncian a su puesto de trabajo, malvenden la casa, el coche y las pertenencias de toda una vida. Elena no puede evitar el llanto recordando los preparativos y el día que se despidió de su familia. Entre el dinero que tenían ahorrado y la venta de todas sus cosas consiguieron unos siete mil euros; tres mil para tres billetes de avión de ida y vuelta (la madre de Javier viajaba también con ellos) y para la reserva de hotel, ya que se suponía que viajaban a España como turistas, y cuatro mil euros para poder vivir hasta encontrar casa y trabajo en nuestro país.

Como el vuelo a Madrid salía muy temprano, Elena y Javier durmieron la noche anterior en un hotel cercano al aeropuerto. Recuerdan que fueron incapaces de pegar ojo en toda la noche, se les amontonaban un montón de preguntas sin respuestas, la incertidumbre por el futuro y un sentimiento de duelo, de pérdida, difíciles de manejar, pero no había un plan B, tenía que salir bien sí o sí. El martes 23 de noviembre de 2023 llegan al aeropuerto a coger el vuelo, toman su último café en Colombia, pasan los controles de seguridad, embarcan, se cierran las puertas y el avión despega rumbo a Madrid. A través de la ventanilla, Elena se despide por última vez de la tierra que la vio nacer y en la que deja toda su vida. Cuando el avión inicia la aproximación a Barajas, Javier recuerda contemplar las autopistas, las rotondas a través de la ventanilla preguntándose cómo sería su vida allí, qué le depararía el futuro.

Desembarcan siguiendo la fila de pasajeros, mezclándose entre ellos con emociones encontradas; la alegría de llegar a Madrid con la ansiedad y el miedo por pasar los controles de migración del aeropuerto, miedo que se convirtió en terror al ver a la policía española detener a uno de los pasajeros que volaba con ellos. Javier observa a los tres guardiaciviles a cargo del control de pasaportes, los observa con mucha atención y se pone en la cola del que tiene la cara más amable; «¿A qué vienen a España?», pregunta el miembro de la benemérita. «De turismo», responde Javier. «¿Cuántos días?», prosigue el agente. «Diez días», contesta Javier. Tras revisar la documentación y comprobar los pasaportes, el guardiacivil dice las palabras mágicas: «Pasen, bienvenidos a España».

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