"Del yo al nosotros, de lo mío a lo vuestro..." Reflexiones sobre la pandemia de Rosario Paniagua Fernández

Cáritas Madrid 21 de Abril de 2020

Rosario Paniagua Fernández es voluntaria de Cáritas Diocesana de Madrid y profesora en la Universidad Pontificia Comillas. Rosario reflexiona sobre cómo el coronavirus puede ser una oportunidad para florecer por dentro esta primavera.

Rosario Paniagua Fernández es voluntaria de Cáritas Diocesana de Madrid y profesora en la Universidad Pontificia Comillas. Rosario reflexiona sobre cómo el coronavirus puede ser una oportunidad para florecer por dentro esta primavera.


… Pero un samaritano que iba de viaje llegó a donde estaba el hombre y, viéndolo, se compadeció de él. Se acercó, le curó las heridas  y se las vendó. Luego lo montó sobre su propia cabalgadura, lo llevó a un alojamiento y lo cuidó.  Al día siguiente, sacó dos monedas de plata y se las dio al dueño del alojamiento. Cuídemelo —le dijo—, y lo que gaste usted de más, se lo pagaré cuando yo vuelva”. ( Lucas 10, 34-36)


 

Cáritas Madrid. 21 de abril de 2020.- Vaya por delante nuestro respeto y oración por las víctimas, sus familiares, amigos, y por todas las personas que están sufriendo tanto por la pandemia. Vaya por delante los samaritanos de hoy: médicos, enfermeros, auxiliares, cuidadores, acompañantes, voluntarios  que están llevando en sus manos al hombre del camino herido y maltrecho…

La dura situación  que estamos sufriendo nos ha cambiado muchas cosas, demasiadas… y es  muy difícil de asimilar. Se nos han caído esquemas, rutinas, y sobre todo por el camino muchas personas han perdido la salud y la vida en todo el mundo.


Un cambio de vida

Transitábamos por la vida con nuestras prisas, quehaceres, sin escucharnos mucho, con estrés, agendas llenas, compromisos, obligaciones, etc. Y de repente, una revolución con nombre de virus  se ha metido sinuosamente en nuestro mundo,  y lo ha puesto al revés. Tal vez el hombre creía que lo podía todo, viajes espaciales, Ingeniería genética,  tecnologías de última generación, avances en  la información y la comunicación. 

También hemos vivido mirando poco a Dios,  mirando poco a los otros y a nuestro interior, hemos vivido con distancia y hemos puesto muros,  prisas, muchas prisas. Realmente esta existencia,  que a grandes trazos hemos trazado,  necesitaba de una revisión.

De esta pandemia, con todo el inmenso dolor que encierra, estamos aprendiendo lecciones que habíamos  olvidado;  aunque las sabíamos, pero la vorágine de los tiempos actuales nos nubla cualquier  atisbo de ternura, cercanía, compromiso, abrazo, solidaridad, que en nuestro ser cristiano se llama caridad.


La cercanía de la distancia

Estos días hemos visto y oído mucho y a muchos,  hemos acompañado a distancia a amigos en el lecho del dolor, hemos despedido en la distancia a seres queridos, hemos recogido muchas lágrimas  por teléfono, nos hemos sentido impotentes de no poder estar juntos. Pero paradójicamente nos hemos acercado más unos a otros, la solicitud por las cosas de los otros ha tomado cuerpo en nosotros y se han estrechado lazos; nos hemos comunicado virtualmente más si cabe y con más personas, nos hemos interesado por familiares que veíamos en contadas ocasiones. Se ha producido la cercanía en la distancia.

He oído incluso a no creyentes que esta situación nos va a hacer cambiar, nos va a poner en orden y saldremos menos personas,  pero mejores personas, porque hemos tocado los límites. Se impone una nueva forma de vivir, poner el contador a cero y empezar.


Una cuestión comunitaria

Muchas reflexiones me han llegado estos días, a veces sin buscarlas, pero por centrarme en algo, he pensado mucho en el paso del yo al vosotros,  de lo mío a los vuestro,   cercanos  pues todo lo que pasa por el corazón es cercano.  Todos habíamos tenido experiencia de dolor, enfermedades, perdidas de seres queridos, reveses de toda índole, sueños no cumplidos; pero era nuestro, de nuestra familia, de nuestro círculo. Pero esto no es así, esto  es de todos, del mundo, en su más amplio sentido de la palabra.  Sufrimos por el que conocemos y por el que no conocemos y está en cualquier rincón del mundo, nos alegramos por nuestro amigo que sana,  y por el que sana en otro continente,  lloramos a nuestra gente y a la gente que está a miles de kilómetros, que también son nuestras. Todo tiene un sentido comunitario, además vivimos los acontecimientos en tiempo real.

Nos toca  remar en la misma dirección, esto es de todos y de cada uno.  De cada sanitario, de cada cajera, de cada transportista, de cada trabajador público: policía, guardia civil,  de cada limpiador  de la  vía pública,  de cada  empleado de servicios funerarios, de cada voluntario;  de cada uno que se queda en casa cumpliendo responsablemente con lo mandado, de cada persona mayor sola en casa,   o sin  tener  visitas en la residencia,  de cada familia que ven como su despensa se va vaciando por no poder trabajar y de cada familia que no puede dar la mano a su enfermo y no puede apenas despedirlo en su último adiós.


La suma de todo

Ante esto,  los gestos de solidaridad/ caridad se multiplican, cada palabra de consuelo suma, cada vez que nos lavamos las manos suma, cada llamada o WhatsApp a alguien suma, cada día de confinamiento responsable suma, cada oración desde las entrañas compasivas suma, cada vez que acompañamos a distancia suma, cada vez que acogemos un llanto suma, cada  suplica al buen Dios suma y suma mucho.

La crítica, la descalificación, el enfrentamiento, la irresponsabilidad, el egoísmo restan y  mucho, y no estamos ahora para restar y dividir, si para sumar y multiplicar. No es nuestra pandemia es la de todos, por ello se nos pide amplitud de miras, generosidad y hacer una lectura generosa, cristiana y no nos está permitido perder la esperanza. Dios camina a nuestro lado, aunque no lo veamos.


Una oportunidad para florecer por dentro

También tras la prueba,  va a aflorar en nosotros alguien distinto, probablemente mejor… A propósito de esto me voy a parar en un escrito de Jung  de 1914 que, sin embargo, parece escrito esta misma mañana:

“Tenía que esperar más de 20 días en el barco…hacia días que esperaba gozar de la primavera en tierra, pero hubo una pandemia y nos prohibieron bajar…Al principio me costó mucho, pero supe que tras 21 días de confinamiento se crea una rutina…En vez de lamentarme,  empecé a comportarme de manera diferente, me puse a reflexionar sobre los que cada día sufren privaciones sin mucho o sin ningún  horizonte de salida. Me impuse comer la mitad de lo que comía, comencé a tener pensamientos positivos, y quitar los malsanos, me impuse leer cada día, me impuse hacer ejercicio, me impuse respirar más hondamente, comencé a hacer oraciones cada tarde y dar gracias, imagine la luz dentro de mí y de mis seres queridos, intente hacerme más fuerte, pensé en lo que podía hacer, y no lamentarme de lo que no podía hacer en el confinamiento… aprendí a saber esperar, que hace más hermoso lo que se logra que si se obtiene con inmediatez. Cuando acabó, ciertamente no había gozado de la primavera, pero yo había florecido dentro,  y esa primavera nadie me la puede quitar jamás.


Que  aprendamos a crecer,  ahora de este modo, y regalemos a los otros los colores  y perfumes de esa primavera  que ha nacido dentro de nosotros y que no es solo nuestra.





Volver