Alcarrás o el paraíso perdido. CRÍTICA DE LA PELÍCULA «ALCARRÁS»
22 de Diciembre de 2022Por Juan José Gómez-Escalonilla Arellano
Me gustan las películas que son un pedazo de vida sin más. Uno las contempla como si fuera la suya propia y ve en ellas a su padre, a su madre, a su abuelo. Cada uno contempla la bien perfilada vida de sus personajes, con sus estereotipos y sus particularidades. Ellos somos nosotros.
El entorno juega un papel fundamental, hileras e hileras de árboles frutales, repletos de melocotones, en un verano caluroso anuncian el principio del fin. Evocan un pasado nostálgico, de palabras dadas, de paraísos que ya no existen. Es demoledor cuando le preguntan al abuelo: «Pero, padre, ¿no tiene nada firmado? No, tan solo nos dimos la mano, es suficiente».
Empezando la recolección de la fruta, le comunican a Quimet que, al terminar el verano, toda la finca de frutales será arrancada para convertirla en un parque de placas solares. A partir de esa noticia, se desencadena una serie de conflictos exteriores e interiores que arrastra, como una avalancha, a toda la familia. Con todos esos ingredientes, la película de Carla Simón, ganadora del Oso de oro en el festival de Berlín, nos presenta varias cuestiones importantes:
• La vida del campo y de las familias que viven del campo: su rudeza, su dulzura, sus esperanzas.
• El problema, tan actual, del costo de la producción, el precio de su venta y quiénes se llevan los beneficios.
• Las relaciones familiares que abarcan toda la vida: la dulzura de la infancia, la rebelión de la adolescencia, la frustración de la madurez y la resignación de la vejez. Especialmente, me emociona el trato que se dispensa al abuelo.
En las escenas finales, solo hay que oír los ruidos y ver las caras de los protagonistas para sentir que es el final del paraíso, el final de una época y el final de una manera de ser personas.