Consecuencias psicológicas en mujeres víctimas de violencia

23 de Mayo de 2023

Por Maruxa Abollado Rego Psicóloga colegiada n.º 18872

«El conflicto entre mantener el secreto y desvelarlo mantiene a la superviviente dividida»

La respuesta más habitual ante un abuso sexual es tratar de borrarlo de la conciencia, negarlo, hacer como que no ha existido, porque es demasiado doloroso. El conflicto entre mantener el secreto y desvelarlo mantiene a la superviviente dividida, desintegrada por dentro, es una verdad impronunciable.

Alentada por una sociedad a la que le cuesta enfrentarse tanto a la vulnerabilidad humana, como a nuestra capacidad de hacer el mal, la superviviente trata de taparlo y seguir adelante —tan solo el 15 % de los abusos salen a la luz—, pero el coste psicológico, físico y social es demasiado elevado.

Cuando hablamos de violencia sexual sobre las mujeres, nos referimos al abuso sexual infantil, a la violencia sexual en conflictos armados, mutilación genital femenina, trata de mujeres con fines de explotación sexual, violencia sexual en el contexto familiar o en la pareja, entre otras.

Y, como todo abuso, el sexual también, ocurre en el contexto de una relación de poder, esto hace que sea difícil escapar o defenderte o contarlo, y que te crean.

Además, las supervivientes se enfrentan a vivir posteriormente lidiando con las consecuencias dramáticas de lo que les ha tocado vivir: enfermedades de transmisión sexual, embarazos no deseados, dificultades para dormir, para retomar la vida diaria o para establecer relaciones íntimas, sentir miedo o tener que enfrentarse al estigma social que alimenta actitudes de sospecha, culpa y vergüenza hacia las mujeres agredidas.

Otras consecuencias importantes son las siguientes:

Estado de alerta permanente: «Me pueden hacer daño en cualquier momento». Esta sensación hace que la superviviente viva con miedo día y noche, que evite situaciones sociales, que dude de su propia capacidad para sentirse segura o de poder protegerse. Esta alerta permanente impide que pueda concentrarse, dormir o disfrutar.

Culpa: «¿Podía haber hecho algo para escapar?». El pensamiento de que quizás podría haberme librado del abuso persigue a la superviviente como un mantra del que es difícil huir. A la culpa se une el sentimiento de vergüenza, de sentir que eres algo sin valor que se puede usar. Cambia la imagen que tiene de sí misma, su autoestima disminuye.

Pérdida de confianza en el ser humano: principalmente si quien ejerce la violencia sexual es alguien de su familia, que recordemos tiene poder sobre ella, emocional, económico o de cualquier tipo —un 90 % de los abusos son cometidos por personas que conocían a la víctima anteriormente—.

Evitar el dolor interno a toda costa, a través del consumo de alcohol y drogas o de intentos autolíticos o de autoagresiones o del consumo sin freno de comida, lo que al final se puede convertir en un problema en sí mismo: trastornos de la alimentación, adicciones...

Todas las consecuencias se atenúan y la herida no se convierte en trauma si la víctima encuentra a alguna persona que pueda escuchar las experiencias de tan alto impacto emocional sin revictimizarla, si la comunidad en la que vive puede recolocar la culpa en la persona que ha perpetrado los abusos y permitir que la víctima pueda pasar a ser una superviviente y tomar las riendas de su vida a pesar de secuelas tan importantes.

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