Acoger con miradas es crear un nuevo idioma

Maria Angeles Ángeles Altozano 8 de Noviembre de 2022

Entrevista a la congregación de Religiosas Pureza de María en Madrid, que ha acogido a una familia ucraniana.

Voces y gritos inundan el patio cuando llegamos. Son de júbilo y de alegría. No son para dos de esos niños, Volodymyr y Pavlo, como los sonidos de los que han venido huyendo de Ucrania. Vinieron al poco de estallar la guerra, en un coche que conducía su madre, entre pueblos, por la ciudad y atravesando un verdadero campo de batalla. Tres mil setecientos kilómetros que, quizás, les han salvado la vida, pero les han alejado de su hogar.

Ahora los sonidos son otros: el de los besos de la primera familia que los acogió en Pozuelo; de los abrazos de quienes los recibieron en Cáritas; de las palabras traducidas de ucraniano a español con más o menos acierto, pero con infinita voluntad; de las risas de las Hermanas del colegio Pureza de María, que ahora tienen como vecinas.

Es la hora del recreo y entramos en el colegio. Un edificio grande y luminoso. A su lado vemos, coqueta y discreta, una casa de ladrillos. Esa es ahora la casa de Volodymyr y de Pavlo, y de su madre Liubov y Natalia, su abuela.

Nos recibe con una amplia sonrisa acogedora la hermana Amparo —tan revelador su nombre-. Ella es una de las Hermanas de la congregación Pureza de María a la que pertenece este centro educativo de Madrid, uno de los colegios que la congregación tiene en varias ciudades españolas, y en países de Europa, América y África.

La congregación nació hace dos siglos en Mallorca, fundada por la Madre Alberta, una religiosa, profesora de formación, que sintió la llamada cuando el obispo le pidió hacerse cargo de un colegio. De esta vocación religiosa y educativa, nace la congregación cuyo carisma es la educación. Como cuestión de educación es para las Hermanas la guerra. «Es necesario educar en la paz y la tolerancia, en el respecto hacia otros y con uno mismo. En los tiempos que corren -observa la hermana Amparo- hay una mayor crispación, cada persona hace la guerra a su nivel, consigo misma y con quienes la rodean. Por eso, sabemos que tenemos el gran trabajo de educar a los jóvenes en la no violencia para que entiendan que con gestos y palabras se siembra paz».

Hemos venido al centro a conocer a las Hermanas y a la familia ucraniana a la que han acogido en la casa que tienen junto al colegio.  La congregación se planteó en marzo, ante la barbarie de la guerra de Ucrania y la masiva salida la población ucraniana en busca de un lugar seguro, que podían hacer algo más por esas familias y no tardaron en ofrecer la casa que estaba desocupada junto al centro para alojar a alguna de ellas. «Había que hacer reformas porque había estado cerrada, pero en dos meses estaba ya lista. Además, implicamos a las familias de los alumnos que quisiesen colaborar. Y lo han hecho —comenta satisfecha—. Hay familias que han donado menaje para la casa, y otras que se han ofrecido a acompañarlas a hacer la compra, a dar un paseo para conocer el barrio o a preparar el material escolar para sus hijos».

Se han convertido en su familia y les han dado, como dice la hermana Amparo, al menos tranquilidad, eso es lo que podemos ofrecerles, que sepan que pueden estar el tiempo que necesiten». Pero también han aportado calor de hogar y la esperanza de que pueden salir adelante, porque «vamos a hacer todo lo que podamos por ellos y no les va a faltar nada».

La hermana Amparo nos cuenta que ve contenta a la familia. Los hijos van al colegio y se relacionan con sus compañeros. Liubov va a clases de español y ayuda a sus hijos con los deberes. Tratan de hacer una vida normal mientras esperan el fin de la guerra. Por eso, muy sensibles al dolor y a los deseos de la familia, la Hermana afirma tajante que cada día piden en sus oraciones la paz, «pedimos la paz al Señor, porque solo él puede solucionar esto».

Sincera, y satisfecha, tras los cristales de sus gafas se le iluminan los ojos cuando asegura que «la familia está muy a gusto, pero nosotras mucho más,  es un regalo tenerlos, nos han abierto muchos horizontes, incluso de cara a la comunidad educativa, porque han hecho que el alumnado y profesorado vean otras realidades; es una oportunidad para que cada uno aportemos nuestro granito de arena, para que veamos otras situaciones de dolor y sufrimiento en el mundo que en el día a día, como nosotros vivimos bien, no vemos».

Del colegio, pasamos a visitar la casa. Nos recibe Liubov, siempre también con una sonrisa. Ella y la hermana Amparo se miran con cariño, aún no pueden comunicarse con palabras, pero no hay idioma más universal que el de sus miradas y sonrisas. Y, cuando hace falta, «usamos el traductor del móvil», nos dice la Hermana riendo. Liubov escucha con cariño y admiración las palabras de agradecimiento que le dedica la hermana Amparo, no las entiende, pero sabe lo que quiere decirle.  Porque también ella siente «un enorme agradecimiento».

Liubov, profesora de Historia y Derecho, ha vivido en primera persona lo que es un relato de guerra de los que se narra en los libros con los que enseñaba. Vemos el dolor a través de su mirada vidriosa cuando recuerda las imágenes de la carretera que fue dejando tras de sí, convertida en campo de batalla, y las palabras de su marido cuando le dijo que tenían que irse sin él, que ya habían sobrevivido a un ataque «y que no tendríamos dos veces la misma suerte».

Una vez a salvo de las bombas, tuvo que sanar su estrés y su inquietud. «Estaba perdida y desorientada y aquí en Cáritas me ayudaron a entender mi situación, a saber, que tenía que mirar hacia adelante, que tenía que adaptarme, aprender el idioma, buscar trabajo… porque esta situación no va a acabar pronto». Esas palabras han sido un golpe de realidad para ella.

Como un golpe de realidad ha sido conocer de verdad «el significado del amor sin condiciones, el amor en su sentido más puro». Se refiere a las personas que la han acogido, como las Hermanas de Pureza de María. «Les digo a mis hijos que son privilegiados, porque esta situación nos ha hecho, al menos, sentir y descubrir lo que es que alguien te quiera sin más; es de este amor del que hablan las religiones». Y este cariño es mutuo, «las sentimos como parte de nuestra familia».

Son ‘las abuelas de Ucrania’ con quienes quieren compartir los momentos felices que les toque vivir aquí. Este es el amor que nos quiebra la voz y nos deja sin palabras, el que construye un idioma nuevo hecho de gestos y de miradas.

Como esta congregación hay otras congregaciones religiosas que, viendo la situación de las familias ucranianas que estaban llegando a Madrid, se han ofrecido a acogerlas en las residencias o pisos que tenían disponibles. Lo han hecho por iniciativa propia y desinteresadamente, atendiendo la llamada de Cáritas Madrid. Y así se han convertido en el más amplio sentido de la palabra en el ‘abrazo’ de la Iglesia, ‘acogiendo’ —según las enseñanzas de Mateo— ‘al extranjero’ y sembrando la alegría del Evangelio, como nos pide el papa Francisco.

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