A la santidad por la vía de la caridad «Te he amado»
2 de Enero de 2026Por Vicente Martín
Obispo auxiliar de Madrid
La Exhortación Dilexi te recuerda que la santidad no es un ideal reservado a unas pocas personas, sino un camino abierto a toda la comunidad creyente que encuentra su fundamento en el amor concreto a quienes viven situaciones de pobreza y exclusión; en ellas, la Iglesia reconoce la presencia viva de Cristo y la llamada a construir una sociedad más justa y fraterna.
«Yo te he amado» (Ap. 3,9) es la frase que ilumina el camino creyente y que recuerda a cada persona que la santidad no es fruto del heroísmo humano, sino obra de Dios cuando dejamos espacio a su amor. En una sociedad donde a menudo se entiende la santidad como esfuerzo extraordinario, la tradición cristiana insiste en algo mucho más hondo: es el Espíritu quien transforma la vida y hace posible que sigamos a Jesús en la vida cotidiana.
La santidad —como recuerda la espiritualidad cristiana— consiste en configurar la propia existencia con el modo de ser de Jesús: su mirada, su sensibilidad, su relación con las personas, su forma de situarse ante el dolor.
la injusticia y la fragilidad. Es una experiencia integral que une fe y vida, oración y compromiso social, contemplación y acción transformadora. Seguir a Cristo es dejar que Él modele nuestro corazón y nos haga capaces de esperanza y de amor activo.
En este horizonte, la nueva exhortación apostólica Dilexi te del papa León XIV se convierte en una llamada directa a la Iglesia para situar a las personas más pobres y excluidas en el centro de la vida cristiana. No como una opción secundaria ni como una obra meramente asistencial, sino como un camino real de santificación. El texto recuerda que las personas más vulnerables no son una categoría sociológica, sino «la misma carne de Cristo»: en ellas, la Iglesia encuentra su verdad más profunda y su misión más auténtica. Servirlas es reconocer al Señor presente y vivo.
La santidad, por tanto, no se separa del compromiso social. No puede vivirse al margen de las injusticias que hieren la dignidad humana. La caridad —dice la exhortación— «es fuerza histórica de cambio», capaz de transformar estructuras y realidades. Vivirla exige llegar a quienes sufren en sus hogares, en la calle, en los hospitales, en los lugares invisibles donde resisten cada día. Implica reconocer sus heridas, pero también su belleza, sus capacidades y su sabiduría, acompañándolas desde la cercanía y no desde la distancia. La indiferencia es un pecado; la respuesta es la compasión activa.
El desafío para quienes trabajamos en lo social es hacer visible a cada persona que su vida es amada por Dios. No solo mediante programas y proyectos, sino también a través de gestos sencillos, gestos que abrigan, que escuchan, que acompañan, que abren caminos. La santidad florece en esos encuentros reales donde el amor se hace concreto.
Que quienes hoy viven situaciones de pobreza, exclusión o soledad puedan experimentar en nuestra presencia las palabras del Apocalipsis: «Yo te he amado». Sólo así la Iglesia será anuncio creíble del Reino y lugar donde todas las vidas —especialmente las más vulneradas— encuentren espacio, respeto y dignidad.