Un cuento de Navidad que nos ‘toca el corazón’

18 de Diciembre de 2025

Por María Ángeles Altozano

Érase una vez una mujer embarazada, María, y su esposo, José, que iban a lomos de su burro de Nazaret a Belén. Obligados a salir de su pueblo, avanzaban lentamente. El frío de la noche se mezclaba con el frío de su miedo.

¿Cómo vamos a llegar? ¿Dónde nos vamos a hospedar? ¿Cómo nos acogerán? Esos mismos miedos eran los de Yamira y Luis. Traían a sus espaldas a sus dos hijas de 7 y 10 años, y sobre sus conciencias la responsabilidad de abandonar hogar y trabajo. Lejos, a miles de kilómetros, quedaban padres, abuelos, tías, primos, amigos… Cruzaban el océano Érase una vez una mujer embarazada, María, y su esposo, José, que iban a lomos de su burro de Nazaret a Belén. Obligados a salir de su pueblo, avanzaban lentamente. El frío de la noche se mezclaba con el frío de su miedo. ¿Cómo vamos a llegar? ¿Dónde nos vamos a hospedar? ¿Cómo nos acogerán? Esos mismos miedos eran los de Yamira y Luis. Traían a sus espaldas a sus dos hijas de 7 y 10 años, y sobre sus conciencias la responsabilidad de abandonar hogar y trabajo. Lejos, a miles de kilómetros, quedaban padres, abuelos, tías, primos, amigos… Cruzaban el océano.

Llegaron a un aeropuerto frío, como la noche de Belén de José y María. Y con sus maletas como equipaje de vida deambularon por pasillos y ventanillas. No fue fácil. Estuvieron primero en casa de unos conocidos, amigos del hermano de Yamira; después pasaron a una habitación alquilada para los cuatro, donde por casi mil euros además compartían salón, cocina y dos baños —como si de una posada se tratara— con otras doce personas más, todas desconocidas.

Hasta que una luz de esperanza les tocó el corazón cuando se acercaron a Cáritas Madrid. Fueron quedando atrás las horas de espera e incertidumbre. Pasar una prueba tras otra para sentir que sí tienen derecho a elegir migrar, que sí tienen derecho a optar a un empleo o a encontrar un nuevo hogar, en definitiva, que sí tienen derechos. Y llegaron el permiso, y el trabajo, y un apartamento no muy grande, pero suficiente. Porque paralelamente llegaron esos otros ‘buenos samaritanos’: la funcionaria del ayuntamiento que supo explicarles cómo rellenar la ficha; el hombro donde llorar de Ana, la trabajadora social; las palabras de aliento de Isabel, la voluntaria de la Cáritas parroquial… Una cadena de bondades que les hizo sentirse ‘ciudadanos de Belén’.

«No hay posada, lo siento mucho». «No nos queda ni una sola habitación, tendrá que buscar otro sitio». Y, tras la negación, el portazo. María y José, apesadumbrados, pateaban las calles de Belén buscando un lugar donde pasar la noche y donde, tal vez, dar a luz.

Manuel también oyó un portazo a sus espaldas y supo, de golpe, que estaba solo. Solo te quedas cuando te separas de tu mujer y pierdes el derecho a ver a tus hijos. Te quedas solo cuando debes dejar en el mueble de la entrada la llave de la que era tu casa. Te sientes solo, como Manuel, cuando los amigos te abandonan y tú te pierdes en los brazos de la noche más oscura. Solo cuando las puertas de hermanos, vecinos o padres se cierran a tu paso.

De esta forma acabó Manuel una noche de diciembre a la intemperie, como José y María. Al menos, pensaba, podía contemplar las estrellas; nunca desde la ventana de su dormitorio había visto el cielo de Madrid al acostarse. Pero diciembre es largo, y enero un túnel de soledad y de frío, y la primavera no parecía traer nuevos brotes, solo desdén y desprecio. La calle duele y cansa. Manuel se fue apagando como una vela al soplo de la mala conciencia y las malas compañías. Aquellas estrellas que iluminaron un día el cielo de Madrid para él, se apagaron de golpe. Quedó a oscuras.

Lo despertaron otras luces, las del hospital donde acabó ingresado. Y, tras esa luz mortecina, llegó la luz que lo resucitó. Empezó a asistir al Centro de Tratamiento de Adicciones donde encontró unos ‘posaderos y vecinos’ sin reproches, sin portazos, pero con la puerta abierta a compartir tiempo y risas. Lo cuenta ahora Manuel en sus memorias, un libro de más de 300 páginas —que ha sido premiado dentro de un certamen literario organizado por el propio centro—, donde relata el calvario de sus días en la calle, cuando no encontraba quien le diera cobijo en su corazón.

Aquella noche, entre un buey y una mula, en un establo que fue el único lugar que encontraron, María dio a luz a Jesús y esa Luz prendió el corazón del mundo. Acudieron unos humildes pastores y tres reyes magos, traían, como buenos vecinos, obsequios para endulzar la noche y calor de hogar para acompañarlos. Venían guiados por una estrella en aquella noche estrellada.

Una de esas estrellas la va a alcanzar Leire. Sueña con ser astronauta. De momento, a sus veintipocos años trabaja en una empresa que vuela drones, de esos que nos observan desde el cielo. Como ella, que también voló cuando era todavía menor de edad porque el abandono de su padre y los problemas de salud mental de su madre no la dejaban alzar el vuelo.

Cuidaba a una edad en la que las niñas juegan. No hace falta ser ‘de fuera’ para tener carencias. Leire habría dado cualquier cosa por poseer lo que aquellos humildes pastores llevaron al portal de Belén, dulces manjares, como un bote de miel o mermelada. Pero con comer, bastaba. Hasta que perdieron el empleo y la casa. ¿Perdió Leire su sueño de volar lejos?

Para recuperarlo entró al proyecto «Nazaria baja a la calle» donde encontró, más que un portal, una familia que la acogió con humildad, pero rebosante de amor. Retomó los estudios y comenzó a vivir la vida de una joven de su edad. Y, tras cursar sus prácticas en una empresa de nuevas tecnologías, la contrataron. Hace apenas unos días, salió al mundo de nuevo, con las heridas sanadas, brillando con luz propia. Se despidió de las hermanas de «Nazaria» agradecida. Llevaba con ella un regalo de despedida, modesto, pero capaz de alumbrar su sonrisa: un bote de mermelada para endulzar su vuelo.

Dicen que aunque hayan desaparecido, las estrellas siguen arrojando su luz durante mucho mucho tiempo. Debe de ser esa la Luz que nos toca el corazón y transforma nuestras vidas en un cuento de Navidad.

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