Andrea y Sara: juntas abren camino a la esperanza
27 de Junio de 2024Por María José Álvarez López
La cita con Andrea y Sara es en Vicaría V donde ambas son voluntarias en el Proyecto de Jóvenes que coordina la educadora social Laura Menéndez. Son dos chicas jóvenes, de altura, tanto física como humanitaria, que visten unas preciosas sudaderas rojas diseñadas por el equipo y de las que dicen que “son super chulas”.
Las dos llevaban caminos distintos, pero sus vidas se cruzaron a través del voluntariado.
Andrea nos cuenta que cuando Laura Menéndez hizo una sensibilización en su colegio, ella ya pensaba en hacer voluntariado, siempre había querido ayudar. “Aunque desde que estoy en Cáritas ya no digo ayudar, sino acompañar; acompañar a las personas y poder darles una parte de mí”. Estaba en segundo de Bachillerato, muy centrada en la EBAU, pero las vibras de Laura, nos dice, crearon la conexión que la enganchó al voluntariado. Cuenta que Cáritas le ha aportado mucho conocimiento y ver su vida con otros ojos apreciando realidades que antes solo imaginaba y con las que ahora está en contacto.
En la actualidad, con 19 años, estudia segundo de Ingeniería Biomédica, le gustan las matemáticas, la física, la biología... y el acceso a demostraciones científicas de por qué las cosas se mueven en un sentido y no en otro. Los viernes atiende como voluntaria a adolescentes con los que realiza actividades de ocio, “es importante abrirles mundos fuera de su barrio, la semana pasada fuimos a la zona del Palacio Real y el Templo de Debod, y alucinaban. También hablamos de temas más controvertidos que les ayudan a conocer otros puntos de vista. Si estableces una relación de cariño y confianza, te escuchan”. Los sábados acompaña a los niños, salen a jugar, hacen talleres y manualidades y también forma parte del equipo de sensibilización que da charlas en los colegios. Andrea compagina su voluntariado con una carrera universitaria muy exigente, “y no tiene ojeras”, comenta Sara con una carcajada, mientras Andrea explica que para todo hay tiempo, que lo importante es organizarse y que trabaja bien bajo presión, porque “el voluntariado es una parte fundamental de mi vida y procuro que no desaparezca. En todo lo que me pueda comprometer voy a estar allí. Yo tengo un compromiso con mis niños”.
Le pregunto por el futuro y confiesa que antes lo tenía más claro, pero ahora prefiere no pensar a largo plazo. Lo que le da seguridad es saber que el camino que está recorriendo es el correcto, que está haciendo las cosas bien. Le encantaría llegar a ser ingeniera o ¡controladora aérea! y seguir con su voluntariado. Confiesa que en un futuro le gustaría poder ayudar en un proyecto como Nazaria Baja a la Calle para mujeres jóvenes sin hogar, que visitó hace unos meses y del que habla entusiasmada.
Sara, que también tiene diecinueve años, entró en contacto con Cáritas Madrid a los dieciséis para hacer un curso de premonitores de ocio y tiempo libre y, cuando lo terminó, le propusieron (otra vez la mano de Laura Menéndez) hacer voluntariado en alguno de los espacios socioeducativos para menores. “Yo iba sin saber lo que me iba a encontrar y ya desde el primer día flipé; vi algo que no había visto nunca, realidades totalmente diferentes, me vi como la persona que tenía que acompañar a un grupo de niños con necesidades concretas en actividades de ocio en un barrio, Villaverde, muy distinto al mío. Cuando lo ves, impacta más”.
Sara reconoce que sin conocer estas realidades, nunca se hubiera planteado ser voluntaria, y menos con 16 años y la cabeza en otras cosas, pero “el voluntariado ha cambiado mi vocación, lo que voy a estudiar, mi personalidad, lo ha cambiado absolutamente todo”. Estudia Integración Social en un Instituto de FP, y quiere terminar su formación social graduándose en la universidad.
En el futuro, se ve trabajando como educadora social; no sabe en qué proyecto o con qué colectivos, no se cierra a nada, ha estado con niños, con adolescentes, con mujeres víctimas de trata y con refugiados. Nos habla muy orgullosa del Café Joven: “Hice el Camino de Santiago con Cáritas Española, conocí voluntarios de diferentes Cáritas diocesanas que cada día contaban los proyectos en los que trabajaban y fuimos cogiendo ideas para implementar aquí”. Una de ellas es el Café Joven, un espacio de ocio para jóvenes de dieciocho a veinticinco años, voluntarios o no, enlazado con un proyecto de educación de calle que consiste en salir una vez al mes al encuentro de otros jóvenes en situación de exclusión social, fundamentalmente migrantes sin red familiar o social. “Un domingo al mes nos reunimos a través de un grupo de wasap y preparamos juegos de mesa, vemos películas, hace poco hicimos un taller de cerámica, para conocernos y generar un espacio seguro”.
Andrea y Sara cuentan cómo se conocieron; las presentó una integradora social hace más de dos años. Las dos tenían la misma edad y estudiaban segundo de bachillerato; Sara llevaba algo más de tiempo como voluntaria y, según Andrea, la acogió con los brazos abiertos y desde ese momento establecieron una conexión muy potente. “A día de hoy, Sara ya no es compañera de voluntariado, es amiga”. “Yo conocí a Andrea como una compañera e iniciamos una amistad increíble”. Ambas reconocen que “tenemos ideas diferentes, pero nos une el voluntariado; nos gusta hacer lo que hacemos, nos une un sentimiento muy bonito”. Andrea añade que comparten la manera de ver las realidades y cómo afrontarlas. “Tenemos los mismos pensamientos sobre las personas, las mismas ideas a lo grande sobre cómo cambiar el mundo o sobre qué hacer para eliminar las dificultades. Vi un buen corazón y esa conexión es preciosa”
Les pregunto por cómo pueden cambiar el mundo; Sara dice que con el hecho de acompañar ya lo están cambiando. “Al principio no me daba cuenta, pero el simple hecho de que un niño o una niña venga y te tenga como referente, como esa persona que está ahí, eso es hacer algo, acompañar y crear momentos que si a mí no se me olvidan, a ellos tampoco, se crea un vínculo muy bonito”. Andrea añade que “sobre todo es no quedarte callada; cuando algo te importa, tienes que ir a por ello con todo lo que esté en tu mano. El poder acompañar a esos niños, estar con ellos... no te puedo explicar lo que siento. Cuando otros no pueden hablar, hablamos por ellos y el que se nos escuche y se sepa lo que queremos cambiar es un gran paso”.
Es muy difícil contar esta conversación con la emoción que Andrea y Sara transmiten, es algo espectacular e increíble en dos jóvenes de 19 años que se conocieron ayudando a cambiar el mundo mediante el acompañamiento a los demás. Desde entonces, caminan juntas ayudándose a mantenerse fuertes gracias a la amistad.
Las observo camino arriba hacia la escultura de La Dama del Manzanares, ataviadas con sus sudaderas rojas, mientras Toni Blázquez hace las fotografías que ilustran este reportaje. El sonido de sus risas cómplices va amortiguándose a medida que caminan juntas con la energía y determinación de quienes se atreven a cambiar el mundo abriendo el camino a la esperanza.