Ana María Niza, 50 años de compromiso y voluntariado con Cáritas Madrid

Cáritas Madrid 4 de Septiembre de 2015

"Soy muy feliz al haber llegado a los noventa años haciendo lo que prometí al Señor: entregarme a los pobres y más necesitados."

"Soy muy feliz al haber llegado a los noventa años haciendo lo que prometí al Señor: entregarme a los pobres y más necesitados."


Cáritas Madrid. 4 de septiembre de 2015.-Ana Mª nació en Córdoba en 1925, en el seno de una familia sencilla. Sin posibilidad de ejercer estudios  superiores, entró a trabajar como administrativa, pero su cabeza y su corazón estaban en otro sitio: la música, el teatro, la literatura, pero sobre todo el servicio a los demás. Abandonó todo, dedicándose en cuerpo y alma a los más desfavorecidos. Hace casi 50 años que Ana María forma parte de la comunidad de la Parroquia Santa Irene (Vicaria IV) y es voluntaria de Cáritas, coordinando programa de Mayores.

 

Al conocerla haciéndole esta entrevista, emociona ver su compromiso, gran corazón y vocación de entrega a los más necesitados.

 

¿Cómo conociste Cáritas y cómo comenzó tu voluntariado?

A través de la Congregación de las Hijas de la Caridad –entré a formar parte de ella con 22 años-. Con la Congregación, vine a vivir a Vallecas hace casi cincuenta años, como responsable de un grupo, y me ubiqué en una chabola sin cimientos, donde la humedad llegaba hasta la mitad de la pared. En 1965 monté, con la ayuda de Cáritas, una guardería en la Parroquia de San Cosme y San Damián; estaba muy bien, pero sentía que quería servir más a los pobres, y por ello vine en 1967 a la Parroquia de Santa Irene donde comencé a dar catequesis como educadora infantil sentada en la calle  –la Parroquia era una casita baja en aquella época-.

 

¿Cuál es tu labor actual como voluntaria?

Actualmente soy la responsable del programa de Mayores en el Centro Hogar del Compañero en la Parroquia de Santa Irene.

 

¿Cómo es tu día a día en este Centro?

Vivo muy cerca de la Parroquia. Me levanto a las 7.30 h, hago gimnasia y suelo desayunar enfrente de Santa Irene con alguna amiga. Los lunes coordino la clase de gimnasia (¡hasta hace muy poco la daba yo!), los martes doy clase de alfabetización adultos, los miércoles vuelvo a coordinar gimnasia, los jueves imparto técnicas memorísticas y los viernes reunión bíblica (además del Evangelio de la semana, comentamos noticias de España y del mundo, algo de política, para que todos estén bien informados). Además, todas las tardes jugamos a las cartas, pues lo recomiendan los neurólogos para ejercitar la memoria. Como y ceno en mi casa pero la merienda la hago aquí con todos.

 

¿Qué aportamos a las personas que vienen aquí?

Lo primero y más importante es el cariño, proporcionamos una acogida afable, divertida. No se aburren, les orientamos en sus problemas y necesidades, les hacemos ver que es su segunda casa; de hecho, no dejan de venir hasta que fallecen. Aquí no les preguntamos a que parroquia pertenecen o si son católicos o no, pues todos somos hijos de Dios.

 

¿Recuerdas como fue tu primer día?

Agobiada, pues en aquella época, aquí sólo había campo, maizales, hondonadas y, sobre todo, mucha pobreza. Reflexionando mucho, pensando que a mí no me faltaba de nada pero a los que estaban aquí les faltaba todo (carecían de agua, luz, servicios sanitarios mínimos); y yo pensaba y me preguntaba “¿Por qué yo si tengo y estas personas no?”,” ¿Por qué estas injusticias?”. Yo tenía todo en la Congregación e incluso me querían mandar a Bruselas; entonces me pregunté “¿Es mejor pensar en mí o en los demás?”. Así que decidí quedarme aquí y renuncié a los votos, me quedé en Vallecas durmiendo con cucarachas en la cara, sin luz, encendiendo un barril de petróleo...así empezó el Hogar del Compañero.

 

¿Cuántas personas han pasado por este Centro, Hogar del Compañero?

Más de tres mil mayores desde hace cuarenta años. Es una gran satisfacción.

 

¿Cuántos voluntarios se han sentido llamados a colaborar con este proyecto?

La curiosidad es que todas las personas mayores que vienen al Centro, a su vez son voluntarios: unos ayudan en talleres, otros a organizar fiestas, actividades, etc.  También colaboran con otros proyectos de Cáritas: me llena de alegría que, con motivo del Día de la Caridad, si de cada parroquia salen cuatro personas mayores a recaudar donativos, de Santa Irene salen treinta.

 

¿Alguna anécdota o experiencia que te haya llamado la atención en tu tiempo de voluntariado?

Hemos organizado muchas actividades para los mayores, entre ellas clases de teatro y representaciones de obras; lo pasamos muy bien actuando en Los Alcázares (Murcia) con “La charca de los gansos” (en lugar de “El lago de los cisnes”), los señores mayores bailaban ballet con los bañadores, falditas y lacitos de las señoras.


Una experiencia desagradable fue el accidente que tuvimos en Aranjuez cuando se hundió el puente por el que íbamos andando y hubo muertos y heridos entre los mayores que cayeron; pero tengo que resaltar lo bien que se portó Cáritas en todos los sentidos, se volcó completamente con los damnificados y sus familias.

 

¿Qué te ha aportado a nivel personal tu voluntariado en Cáritas?

Todo. Siento un agradecimiento infinito  porque me ha permitido vivir mi vocación de servicio a los pobres.  Aunque desde hace casi cuarenta años ya no pertenezco a la Congregación de las Hijas de la Caridad, se portan muy bien con los Mayores del centro Hogar del Compañero en la Parroquia de Santa Irene que yo coordino, y nos prestan siempre la residencia de verano de Guadarrama, también otra en Málaga. Lo pasamos muy bien y realizamos muchas actividades. Me gustaría mencionar a Sor Josefina, a la que siempre he acudido y me ha ayudado mucho.


Soy muy feliz al haber llegado a los noventa años haciendo lo que prometí al Señor: entregarme a los pobres y más necesitados.

 

¿Animarías a algún conocido a hacerse voluntario?

¡A todo el mundo, porque en Cáritas hay tanto que hacer! Para mí, Cáritas es todo, servir a los pobres es mi vida.

 

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