Algo bueno sucederá

Maria Angeles Altozano 29 de Mayo de 2024

La confianza en que algo deseado sucederá. Es la sperantia, ahora la esperanza. Hablamos de una de las tres virtudes teologales, esa que se basa en confiar en la gracia Divina para obtener la salvación. A esta virtud se suman la fe y la caridad, siempre presentes en la labor social de Cáritas Madrid.

En unos días celebraremos el Día de Caridad, donde precisamente renovamos nuestra esperanza. Algo bueno sucederá. Es lo que se infunda a las familias que llaman a nuestra puerta, o las personas que se acercan a colaborar con nosotros. Es una espera compartida. Algo bueno sucederá si vamos juntos.

Pero no se trata de esperar sentados, se trata de salir al encuentro. Por eso, hablamos de esa puerta que abrimos y de esa marcha que emprendemos. En Cáritas decimos que estamos donde nos necesiten. No hablamos de dónde nos ubicamos físicamente, hablamos de estar en los momentos vitales que atraviesan las personas. Puede ser en un momento de la vida en el que tenemos un problema económico, cuando no encontramos trabajo o no entendemos el idioma, cuando nos quedamos solos, o al cuidado de alguien, ante una pérdida… queremos llegar a estar ahí, a ser posible antes de que se pierda también la esperanza.

El Día de Caridad salimos al encuentro a llevar esperanza. Se colocan más de 500 mesas informativas por todas las calles de Madrid, más de 5 000 sonrisas de personas voluntarias reparten ilusión y recogen donaciones. La jornada siempre es larga, y la recompensa más grande todavía. Podemos contabilizarlo en cifras. Pero hagámoslo mejor en momentos. Contémoslo desde la emoción.

Nos colamos en algunos de esos momentos que surgen en torno a este Día. Son momentos que año tras año se repiten, si no iguales, al menos parecidos. Son momentos que nos devuelven y reconcilian con nuestro lado más humano.

Cuando la noche caiga, haremos el camino de regreso recordando las historias de las personas que se entregan con la convicción de que algo bueno sucederá.

Momentos especiales del Día de Caridad

AMANECE EN UN MADRID DONDE, pese a las altas temperaturas, se presiente la lluvia. Será inminente. Saldremos aunque haya que regresar pronto. Saldremos aunque sea sin paraguas. Así fueron las primeras horas del Día de Caridad de hace un año. No hubo llamadas de ninguna de las mesas para cancelar la salida. La jornada transcurrió entre nubarrones y claros de solidaridad. 

Juan abre a las seis de la mañana la persiana de su bar. Da más pereza que de costumbre madrugar cuando hace frío. Prepara la máquina del café y mira al cielo. Lloverá y vendrán a pedir café caliente o té, aunque sea primavera. Justo en la acera de enfrente Juan ve colocar las mesas. Un año más, son las mesas de los corazones de Cáritas Madrid.

Alguien olvidó llevar paraguas – ¿quién espera la lluvia en junio? -. Con la mesa puesta y los folletos salpicados de gotas, tres personas voluntarias sonríen a quienes pasan y regalan pulseras con una mano, mientras con otra se ajustan la capucha del abrigo.

A Juan le conmueve la escena. ¿Cómo pueden pasar frío y mojarse por y para otros? Qué fe les mueve a acercarse ante miradas de frío, prisa o indiferencia. Es entonces cuando abre el toldo de la terraza y les invita colocar la mesa debajo. Si han de mojarse, que sea poco. Si han de salir al encuentro de quienes pasan por la calle, que puedan respaldarse de la lluvia.
Las personas voluntarias sonríen animadas. Se han descubierto el abrigo. Muchos pasan de largo, y muchos otros valoran el esfuerzo, escuchan lo que tienen que contarles y dejan un donativo. Y un claro se abre en el cielo. Hoy la mesa principal del bar de Juan no es la de los comensales.

A UNOS METROS DE ALLÍ. En otra esquina, la mesa sobre la que se derrama la solidaridad está inundada de flores.  Las flores sí son de primavera. Este podría ser un Día de Caridad de mañana soleada donde el aroma a jazmín se extiende por la plaza.

Las flores que hay sobre la mesa este día las envía Ana, cada año, desde hace ya ocho años. Las trae desde la floristería que heredó de su madre. El suyo es un regalo de belleza, agradecimiento y amor. Ana, que ha heredado los ojos de su madre, ha heredado también su generosidad; por eso, cada año, llueva o haga sol, y como siempre con ‘un gracias’, envía un ramito de flores frescas.

“Mi madre- les cuenta a las personas voluntarias de la mesa - estaba muy agradecida a Cáritas Madrid”. A la madre de Ana la ayudaron hace tiempo, cuando se quedó sin trabajo y al cuidado de sus hijos. Llamó tímidamente a una puerta que se abrió de golpe. La escucharon, la acompañaron “y, lo más importante, – enfatiza Ana- le hicieron recobrar la autoestima y la confianza en sí misma; saber que podría seguir adelante hasta cumplir el sueño de tener su propio negocio que ha ido floreciendo con el paso del tiempo”. Estas flores, dice Ana, no son nada comparado con el cariño que sembraron en sus vidas.

Las cosas bellas por fuera, para adornar de color la desesperanza, la vulnerabilidad, el dolor. La belleza de las flores para decorar la solidaridad del Día de Caridad. 

SEGUIMOS MADRID ABAJO. De los barrios de norte, donde son más quienes ayudan que quienes la piden, hacia el sur. El sur, que es el final de los caminos, es el principio de quienes menos tienen. En el sur se concentran, por estadística, las familias más humildes. En el sur, se llega a veces, a las fronteras de la pobreza, donde se agotan los sueños y la esperanza.
La esperanza de Toño habita en una de las esquinas del barrio entre cartones. Es una esperanza humilde. Se conforma con conseguir diez euros al día, que recauda en un vaso de plástico pidiendo a quienes pasan por su lado. La historia de su vida se oculta tras unas largas barbas desaliñadas y un pañuelo mal anudado al cuello. 

En días como este, cerca de Toño, una mesa del Día de Caridad compite con él por la solidaridad de quienes pasan por la acera. La moneda caerá, en cualquier caso, del lado de quienes menos tienen. Toño observa a las personas de la mesa, se saludan, ya se conocen del barrio y de otros años.

La jornada avanza. Cae la tarde. Y ambos permanecen en sus puestos de salida. Toño es el primero en recoger. Ya ha ‘cumplido’. Tiene, tras diez horas de espera, diez euros en el bolsillo. Saca las monedas, se acerca a la mesa, y las va introduciendo una a una en la hucha de Cáritas. “Sí -dice bruscamente- sé lo que estoy haciendo”. En el Día de Caridad, lo poco que Toño tiene lo entrega orgulloso para quienes como él necesitan de un apoyo, ante el asombro de personas por las que él también se ha sentido acompañado. Y marcha satisfecho y sonriente. La riqueza no reside en lo que uno tiene, sino en lo que no necesita. 

REGRESAMOS AL CENTRO DE MADRID. Turistas bajan en cascada por Arenal y Gran Vía. Porque bajo la lluvia o sobre un sol abrasador la ciudad bulle. Las mesas del Día de Caridad tienen por estas calles carteles también en inglés. Es una llamada, ante tanto anuncio publicitario, a la solidaridad de quienes nos visitan.

En una de esas mesas está Carmen. Hace unos años la acompañaba Luis, su marido. Ahora lo hace junto al resto de las personas voluntarias de esa zona. A media mañana, un joven acompaña a Luis hasta la mesa. Es su hijo. Se han acercado a visitar a Carmen. La mirada de Luis vaga por la mesa, donde hay folletos, caramelos y huchas. No dice nada. Ya no pregunta. Coge un caramelo y sonríe, mientras su mirada se pierde, quizás tras una ventana del pasado. Luis ha olvidado que no hace mucho tiempo él estaba en esa mesa, saludaba a las personas que se acercaban y le explicaba cómo hacer una donación o en qué proyectos hacer voluntariado. Luis ya no recuerda. Pero en Cáritas Madrid no olvidan que él ha sido durante muchos años presidente de mesa, vital y dicharachero, coordinaba el grupo y luego se encargaba de llevar lo recaudado hasta la vicaría. Lo hacía cada año. Lo ha olvidado. Pero no lo han olvidado Carmen ni Javier ni María Jesús ni Elena… ni tantas otras personas.

Se olvidan los actos, pero no los afectos. Junto a las personas que olvidan quiénes han sido, qué batallas libraron o qué ternura repartieron, hay personas que se encargan de custodiar sus recuerdos para que permanezca viva la esencia de lo que han sido, para que sepan que si no es juntos, no hay camino a la esperanza ni al recuerdo.

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