«Adolescencia» . Tan temida como añorada

12 de Agosto de 2025

CRÍTICA DE LA SERIE «Adolescencia»

Por Juan José Gómez-Escalonilla Arellano

Traemos a esta sección una serie que ha sido número uno en muchos países durante semanas. Con un título que me retraía, como concepto, para verla. Una época tan extraña y añorada como hijo y tan temida como padre.

Lo primero que uno se encuentra es una joya cinematográfica, magníficamente filmada, con un plano secuencia que te engancha hasta el secuestro. En algún momento llega a agobiarte y estás deseando que la cámara te dé un respiro, te deje salir por un instante de la historia, pero el director no te deja, quiere que participes en ella, que no dejes de sentir en la piel el drama —podría decir de la familia, pero sobre todo del padre—. En su defecto, tengo que decir que ese plano secuencia a tiempo real limita el remate final de la historia que hubiéramos deseado que tuviera.

No puedo dejar de destacar el papel de Owen Cooper, en su debut como actor siendo el hijo de Stephen Graham que desarrolla el papel de padre, estando los dos impresionantes, enganchándote a esta terrible historia.

«Adolescencia» nos cuenta la detención y posterior investigación policial de un niño de 13 años acusado del asesinato con arma blanca de otra menor de su misma edad. La serie se centra en el asesino y su familia. Pone el foco en un sitio como mínimo inusual. Aquí ni siquiera vemos a la familia de la víctima. Nos pone en la tesitura de los padres incrédulos, devastados por lo que ha hecho su hijo.

La serie desarrolla a lo largo de cuatro capítulos en diferentes escenarios —la comisaría, el colegio, el centro de menores y la furgoneta—, no solo una trama de personajes sino diferentes temas como la violencia, el acoso escolar, el cyberbullying, la fragilidad masculina, la misoginia y la cultura incel.

La primera vez que la vi me dejé afectar por todo lo que sucedía en la pantalla, sin barreras, dejando que penetrara bajo la piel para sentir y padecer con... Pero la segunda me sentí en la obligación de acompañar al padre. Me acordé de él cuando, temblando, el policía le comunica que su hijo quiere que le acompañe en el interrogatorio, su cara devastada mirando las imágenes, su presencia etérea en el centro de menores cuando salen tantas caras del hijo de sus entrañas, la mirada perdida en la furgoneta, su muerte en vida cuando le pide perdón por lo hecho.

Ese Padre que nos mira como a desconocidos, que siente que nos hizo como buenos y que la locura de esta existencia nos arrastra a sentir que la muerte del otro no es tan grave.

Ese padre, de la serie, que en esa cara grita: ¿Qué he hecho yo? ¿Cómo ha podido pasarnos esto? ¿En qué medida soy responsable de todo esto? Y la más terrible: «Pensé que estaba a salvo».

Por eso lloré y lloramos sobre la cama de tantos hijos malogrados, excluidos, arruinados. Lloramos con tantos padres y madres cuyas lágrimas destilan el amor incondicional a pesar de todo. Lloramos con el Padre que, a pesar de todo y de todos, sale cada mañana a la puerta de nuestra casa, con la mano tendida y la oración en los labios: «Que todos se salven».

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